A la hora de redactar este editorial todavía no hay una versión clara de los móviles que podrían explicar la muerte del periodista Fausto Valdiviezo. Y como tal hay que señalar dos temas puntuales. Uno: su asesinato, como un ser humano, como un ciudadano, es condenable por encima de toda consideración periodística. Por lo mismo requiere de un esclarecimiento amplio y frontal para que no quede ni una sola duda. A la vez, como debe ocurrir con cualquier víctima, la Policía debe poner todo su aparato de investigación para generar el proceso penal contra culpables, cómplices y encubridores.
El sicariato debe desterrarse y para ello hacen falta muchas acciones y la participación de diversos actores, incluida la ciudadanía. No es posible solaparlo, porque en Colombia y en México muchos de los sicarios son jóvenes conocidos en algunos barrios y reciben el apoyo de sus vecinos por miedo y por plata.
Ahora Fausto Valdiviezo ha muerto y la solidaridad para su familia no puede ser la plataforma para toda clase de revanchismos y menos para instalar verdades o acusaciones cuando todavía no se sabe con exactitud los pormenores y menos las causas de su asesinato. Hacer de esta muerte el resorte para instaurar una mentira es penoso y deplorable. Ecuador no es un país donde se asesine periodistas por su labor profesional. No hay un solo caso que lo pruebe, en los últimos años. Y si en esta ocasión, con Valdiviezo, ocurrió en esa dimensión, no van a ser precisamente los agitadores los que nos expliquen ello, sino las autoridades o las investigaciones más responsables.
Toda nuestra solidaridad para sus familiares y amigos cercanos. Ningún crimen puede quedar en la impunidad. Por lo mismo, también hace falta toda la información del tema y la sanción a los culpables.