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Hasta ahora no hay un balance definitivo del impacto del terremoto del pasado 16 de abril. Y cuando lo tengamos podremos medir su dimensión en todos los ámbitos. Evidentemente la pérdida de centenas de vidas humanas es lo más terrible y lo más doloroso. Todo lo demás se recuperará con el paso del tiempo. Por lo pronto, hoy por hoy tenemos muchos retos y unos aprendizajes por delante. El principal: hacer de la reconstrucción una tarea de todos, colectiva y solidaria, pero también corregir fallas detectadas, elaborar planes con base en una perspectiva que asegure un mínimo impacto de volverse a repetir un fenómeno de este tipo. No está por demás también emprender en un reordenamiento territorial en las zonas de riesgo, modificar esas malas prácticas de asentamientos con tolerancia de las autoridades locales. La reacción a esta, la peor tragedia de nuestra historia, ha sido efectiva desde las instituciones del Gobierno central, el apoyo mundial y el trabajo de las comunidades y ciudadanos. Con el mismo ímpetu debemos trabajar los próximos años para que Esmeraldas y Manabí reverdezcan a plenitud. (O)