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Ayer se cumplieron cinco lustros de la desaparición de los hermanos Andrés y Santiago Restrepo. Es demasiado tiempo sin saber dónde están sus cadáveres y, sobre todo, quiénes exactamente fueron los directos e indirectos responsables. En concreto: ¿sabemos quiénes decidieron desaparecer los cuerpos?
Esas preguntas nos han acompañado estos 25 años y para una familia debe ser un dolor irreparable. Y para Ecuador, los dos hermanos constituyen ese símbolo de lo que fue un período de nuestra democracia y de un gobierno que no respetó los derechos humanos.
Como símbolo, además, dejan una marca y nos advierten de lo que es capaz un régimen que se impone, como ocurrió en el Cono Sur, a sangre y fuego, contra ciudadanos inocentes por la arrogancia del poder.
Pasado este cuarto de siglo, es cierto, la Policía ha pedido perdón, se han iniciado procesos de investigación alternos al judicial, se han levantado tumbas y buscado rastros por todas partes. Pero mientras no aparezcan los restos de los hermanos Restrepo, como nación y como ciudadanos, no podemos estar en paz. Nunca.
Alguien en la Policía debe dar la cara para indicar dónde ocultaron los cadáveres. Con todo el peso jurídico, político y moral que una decisión de esa naturaleza implica, pero que Ecuador entero merece conocer. Mientras no lo haga la Policía, siempre pesará en su nombre y en su prestigio esa mancha inocultable.
Las nuevas generaciones de gendarmes no pueden cargar con ese estigma por culpa de sus superiores, algunos de quienes -todavía en servicio activo- formaron parte de esa generación de mandos que, si bien es cierto tenían que acatar órdenes superiores, deben reconocer y asumir que fue un error de lesa humanidad. Y por lo mismo, esperamos cerrar este capítulo con la verdad, con la más absoluta y dolorosa verdad.