El Ecuador de hoy es un colectivo lleno de virtudes y defectos. Es un país dedicado a restaurar la fe en sus gobernantes y a reducir las brechas que nos separan del bienestar concentrado en unas cuantas familias próceras, por lo que, trazar las metas y objetivos hacia un reparto más justo de la riqueza no ha sido fácil para el actual Gobierno de la Revolución Ciudadana. En primer lugar porque ha tenido que enfrentar a una oposición escuálida, pero beligerante y terca, diestra en el manejo de armas innobles.
En segundo lugar porque está en juego el poder que en otros tiempos sirvió para vetar ministros y deponer mandatarios ajenos a sus intereses. Pero lo que no han considerado es que los beneficiarios de la atención médica y hospitalaria suman miles, tanto como de quienes buscan un trabajo digno, un sistema educativo de calidad, transporte más seguro en vías construidas para durar centenares de años, vivienda decente y el derecho a disponer de un fondo para salir de la pobreza.
Así que el atrincheramiento en la Asamblea y la ofensiva mediática solo les ha servido para denostar y arrastrar por el piso la honra ajena, ante la falta de argumentos para desconocer la eficiencia del conjunto de políticas públicas dedicadas a la inserción de la sociedad en el siglo XXI. Ni ellos pueden ignorar que ha sido una batalla cuyo final está escrito en el proceso electoral del 2013, y saben que el 79% de ecuatorianos que apoya al Jefe de Estado defenderá con su voto los cambios estructurales que aún faltan por concretarse.
Los sectores relegados injustamente en las regeneraciones emprendidas por los gobiernos locales no olvidan que alguien haya hecho tanto en tan poco tiempo por el presente y futuro de sus hijos. Lo que aún falta depende de un período similar de equidad y bienestar. El año que viene será decisivo y demanda del aporte ciudadano para derrotar a los “agoreros del desastre”, a los “enloquecidos por el dinero” y a los “insolentes recaderos” de la vieja oligarquía, con el perdón de otros mandatarios que sintieron la misma presión cuando la intención de cambio amenazó los intereses de quienes se creían dueños del país.