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En el fragor de la campaña electoral, la Senescyt se convirtió en blanco de los ataques. Incluso un candidato llegó a proponer su desaparición.
El argumento es que esta entidad se convirtió en un obstáculo para ingresar a la universidad pública. Pero tal análisis omite mencionar cómo era antes el sistema de educación superior: pagado; y en los centros que supuestamente eran gratuitos funcionaba la ‘palanca’. Nunca fue universal y los más pobres se quedaban sin estudiar.
Ahora se ha revelado que 180.000 alumnos que accedieron a un cupo nunca lo usaron. Esa cifra echa al piso la acusación de que las universidades no tienen capacidad para responder a la demanda.
Lo que falta por afinar son los test vocacionales de los jóvenes para evitar un desperdicio de puestos y, asimismo, informar sobre el abanico de opciones que tiene el actual sistema, con ello se impedirá la aglomeración en las carreras tradicionales, como Medicina y Derecho. (O)