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El Telégrafo

PERSPECTIVA

Qué sería de nosotros si no fuera por el deleátur

Qué sería de nosotros si no fuera por el deleátur
01 de agosto de 2016 - 11:41 - José Miguel Cabrera Kozisek. Editor de cartóNPiedra

«Amas tanto esta idea que deberías dejarla ir», me dijo alguna vez José María León, de GKillCity.com, mientras me editaba un texto. José María suele estar lleno de esas expresiones. También decía: «¿Por qué no empiezas por tu segundo párrafo?». La pregunta la tomó de Lucien Carr, un poeta de la generación beat que dejó los versos y se convirtió en uno de los editores más importantes de su época.

Sobre las ideas que amamos, Diego Fonseca va más allá: cada año pasea por América Latina su taller de edición Kill Your Darlings, como un Juan de los Muertos —«Matamos a sus seres queridos»— de la palabra escrita.

La edición requiere cosas muy difíciles: un ojo despierto; predisposición para aprender sobre aquello de lo que habla un autor, y el acuerdo entre las partes antes de cambiar algo. Pero cambiar es esencial, y muchas veces es equivalente a borrar. Siempre hay algo que le sobra o que le falta a un texto, y ese monstruo comeletras llamado editor tiene —con toda la impopularidad que esto le pueda significar— la obligación de encontrar aquello a lo que sería mejor darle delete.

En Historia del cerco de Lisboa, de José Saramago, un corrector de pruebas con alma de editor, abrumado por las inconsistencias del libro en el que trabaja, y por el desinterés del autor en arreglar («en sus manos queda», le dice), inserta un «no» que cambia todo. Saramago define bien ese espíritu con una pregunta al final del primer capítulo: «Qué sería de nosotros si no existiese el deleátur».

El deleátur, un símbolo que se dibuja mezclando una Q y una Y, se usaba sobre todo en los tiempos en que las computadoras no eran parte de la industria editorial. Su función es tan sencilla como necesaria: estaba ahí para decir «borra esto». El título de esta edición de CartóNPiedra, «La inspiración tiene nombre, se llama backspace», es un guiño a este invisible oficio en el que —por el bien de todos— alguien se atreve a sugerir que borrar es también una forma de escribir.

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