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El Telégrafo

Nada es más simple: No hay otra Norma (Jeane Baker)

Nada es más simple: No hay otra Norma (Jeane Baker)
27 de julio de 2015 - 00:00

Cuando en 1962 Andy Warhol creó su famosísima obra, ‘Marilyn Diptych’ (díptico de Marilyn), su intención era cuestionar las percepciones acerca de lo bello y lo perfecto. Esos dos paneles que mostraban veinticinco rostros de Marilyn Monroe también eran una crítica a los defensores del gran arte, esa noción que separa al genio del artista de la habilidad del artesano. Warhol no estaba de acuerdo, y con la sucesiva reproducción de serigrafías —un proceso casi industrial— de Marilyn, planteaba una defensa del azar, el error y la manualidad en el quehacer artístico. Pero además, logró —¿sin querer?— una bella metáfora: Marilyn es única, ícono, mito, y como buen ícono y mito, es imposible entenderla de una sola forma. La historia oficial —por ejemplo— escogió entenderla como un estereotipo, pero los otros imaginarios son infinitos. Nada es más simple: ella es tantas porque no hay otra Norma Jeane Baker.

Aquel ícono potente de Marilyn alcanza para mucho más que descontextualizar a Jorge Drexler en ‘Todo se transforma’. Ese ideal de deseo que nunca pasó de moda, su velo de misterio que la acompañó hasta su muerte... ella, que nunca fue el maniquí que sugería la chapa de ‘la rubia más famosa de Hollywood’, una intelectual en secreto, esposa de un dramaturgo, amante del hombre más poderoso del mundo, mujer de sonrisa eterna pero llena de sufrimiento, toda multiversal, alcanza para un arte superior al de la plástica: el de explicar a América —toda—, contextualizarla en función de un tiempo y un espacio que cincuenta años después no deja de atravesarnos. O mejor: para comprender a la humanidad, como ha señalado Raúl Vallejo, autor de Marilyn en el Caribe.

El libro de Vallejo, ganador del Premio de Novela Corta Pontificia Universidad Javeriana de Colombia, dibuja a John J. Greene, un viejo jardinero gringo que tras la muerte de John F. Kennedy llega a La Habana con el diario de Marilyn Monroe. Greene navega por esa psiquis ficticia, pero tan coherente que parece auténtica y que explica muchas cosas, y que resulta ser más histórica de lo que parece, o de lo que intenta. Al final, la historia sirve para entender a Marilyn menos de lo que Marilyn sirve para entender la historia.

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