El 3 de febrero de 2006 entró en vigencia la Ley de Fomento del Cine Nacional, una legislación que promovía el financiamiento de películas producidas en el Ecuador. Eran tiempos en que la presencia de una cinta ecuatoriana en salas de cine era todo un acontecimiento. Pero al cabo de un tiempo, los estrenos de películas ecuatorianas empezaron a estrenarse en números que superan la decena anual.

Aquello ocurrió desde 2012, específicamente, cuando un número importante de proyectos apoyados por el Consejo Nacional de Cine se terminaba, la ley empezaba a cosechar frutos: el cine ecuatoriano comenzó a tener un lugar en festivales internacionales, en los que además ganaron algunos premios.

La coproducción vasco-ecuatoriana Asier Eta Biok obtuvo en 2013 el Irizar al Cine Vasco en el Festival de San Sebastián; Feriado (estrenado en el festival de cine de Berlín, el famoso Berlinale), se ganó el premio especial del jurado al mejor largometraje en el festivla Ventana Andina de Jujuy (Argentina); Mejor no hablar (de ciertas cosas) fue galardonada en cataluña (y una de sus canciones se convirtió en un hit en las radios de Gijón luego de ser proyectada en esa ciudad), y La muerte de Jaime Roldós ganó el premio Gabriel García Márquez —entregado por la FNPI— en la categoría de imagen. Y no son todos, porque el espacio no alcanza.

Hay en todas estas producciones ciertos nombres recurrentes que se han convertido ya en referentes del audiovisual ecuatoriano: cineastas, directores de fotografía, sonidistas..., y un incipiente star system de actores, a los que Walter Franco señala en esta edición.

Y es que esta última década ha sido —como la llama Jorge Luis Serrano, primer director del CNCine— la primavera del audiovisual en nuestro país.

Ahora que la Ley de Cine cumple 10 años en vigencia, es necesario echar una mirada en retrospectiva: desde sus estéticas, sus temas, sus voces..., desde todas sus aristas. Por eso, todo el mes de febrero, CartóNPiedra dedicará algunas de sus páginas a revisar la memoria de la cinematografía nacional, y a examinar los nuevos horizontes que —como explica Rocío Carpio—, empiezan a tomar forma en el audiovisual ecuatoriano.