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La cultura es el contrapoder necesario que tensiona las supuestas “verdades”
Siempre hay un error recurrente cuando se habla o se trata de aproximar al terreno de la cultura. Y ese error se traduce a que la mayoría de las personas, por lo general, la asume como un campo complejo, aislado y hasta misterioso de la vida humana, lo cual la convierte en un “sitio privilegiado” al que muy pocos pueden acceder. Este imaginario sobre la cultura se ha construido tanto desde los artistas y gestores culturales, como de quienes han estado en el poder administrándola.
Siempre hemos escuchado que la cultura es un campo reservado para un grupo reducido de “eruditos”, y que para entender las diferentes manifestaciones artísticas que se producen, hay que poseer el conocimiento suficiente para enfrentarlas y entenderlas, como si ese fuera su único fin (nada más lejano de la realidad). Y es que el problema radica en la necia tarea de muchos por pretender conceptualizarla según el uso social y político que se le quiera dar.
No es gratuito que muchos museos o espacios de exposición artística, hayan rechazado varios trabajos por no tener un “valor conceptual”, o que en ciertos periodos críticos de nuestra historia política, la cultura haya sido un motín para nutrir falsos discursos, convirtiéndola en un instrumento del aparato de poder.
Al contrario de todo ese “mal” uso y entendimiento dado a la cultura, esta siempre ha estado (y está) cercana a nuestra vida, y no ha requerido más que un mínimo de sensibilidad, para que se la sienta y se la viva. Asimismo, cuando la cultura se enfrenta al poder, siempre tendrá un punto de resistencia, pues como señalaba Manuel Castells: “Las relaciones de poder son fundamentales en toda sociedad. Quienes tienen el poder, organizan, institucionalizan nuestras vidas en función de sus intereses y valores”. Sin embargo, la cultura, y las diferentes prácticas artísticas, no aceptan ese tipo de instituciones políticas, sociales y empresariales que no está en sintonía con sus deseos y aspiraciones. Siempre hay un contrapoder necesario que tensiona una supuesta verdad, y eso hace la cultura.