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La crisis civilizatoria es cuestionada con insistencia, pero no el sistema que la sostiene
Nos hablan, y con gran preocupación, de un sistema capitalista tardío que convierte al ser humano en una herramienta más de producción, de una recurrente crisis económica mundial que polariza las desigualdades sociales y desacelera el consumo, de una sociedad que ha privilegiado culturalmente el espectáculo y se satisface con el morbo que genera la violencia.
Sin embargo, y ante estas evidencias, la gente se congestiona en las filas del supermercado para comprar bienes que van desde productos de primera necesidad hasta las más glamurosas botellas de champagne. En una noche de fiesta, un grupo de tres amigos puede gastar el monto de lo que cuesta la canasta básica familiar. La televisión nacional, por ejemplo, está compuesta por programas extranjeros y locales, en su mayoría telenovelas y reality shows, que producen los más lacerantes estereotipos de ciertos grupos humanos. Algunos medios de comunicación publican “crónicas” sobre la muerte de alguna persona haciendo un copy paste literal de lo que dice el informe de autopsia del médico legal forense.
Es un hecho. Vivimos una crisis (esquizofrenia) civilizatoria en donde se reconocen e inclusive se denuncian los problemas más “sensibles” del mundo, pero no se corrigen los comportamientos que los generan y, peor aún, tampoco se cuestiona el sistema que sostiene dicha crisis por comodidad y para garantizar una suerte de “estabilidad social”, pues replantearse toda la historia “tendría un coste” muy grande que en la inmediatez de estos tiempos no “valdría la pena”.
Por ello hemos decidido exponer en esta edición especial un perfil extendido e uno de los pensadores contemporáneos más destacados, que ha reflexionado sobre estos problemas: el filósofo esloveno Slavoj Zizek.
Así, por ejemplo, cuando en el libro El Fin de la Historia, escrito en 1992 por el politólogo liberal estadounidense de origen japonés Francis Fukuyama, señalaba que el mundo tal y como lo conocíamos, es decir como una lucha permanente entre ideologías maniqueas, se terminó con la Guerra Fría y, en su lugar, arribábamos a un mundo “ideal” sin ideologías, sostenido bajo el sistema de la democracia liberal y la economía del mercado, Zizek sentenció que la mayoría de las personas eran fukuyamistas, pues aceptaban el capitalismo liberal como ecuación de la mejor sociedad posible o, en todo caso, como la mejor de las peores posibilidades. Es tiempo de preguntarse, como plantea Zizek, si la izquierda en la actualidad no ha llegado a cierta clase de resignación fukuyamista al considerar la socialdemocracia y el Estado del bienestar como el menos malo de los escenarios posibles.
Entonces, ¿por qué se insiste en cuestionar la crisis, pero no al sistema capitalista que la sostiene?