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El Telégrafo

Editorial

El sabio que amaba a la cultura de masas tanto como la criticaba

El sabio que amaba a la cultura de masas tanto como la criticaba
29 de febrero de 2016 - 00:00 - Editoriales

Nuestra vertiginosa sociedad posmoderna nos hará tener fresca en la memoria aquella entrevista de 2015 en La Scala, en la que Umberto Eco decía que las redes sociales le han dado voz al idiota del barrio, aquel que en otros tiempos solo se atrevía a opinar sobre los problemas del mundo en el bar, donde no le hacía daño a la comunidad. Y eso porque, claro, las redes sociales son ahora —en tiempos en que las ciudades han decidido amurallarse de nuevo— parte de la esfera pública. Las referencias pop son necesarias para hablar de un profesor que estaba consciente de que, para explicar la cultura de masas, “primero hay que amarla”.

En su libro Apocalípticos e integrados (1964), Eco enfrenta dos visiones sobre los medios de comunicación de masas: la desconfianza por su capacidad de homogeneizar el consumo —y eliminar poco a poco las preferencias étnicas e individuales, lo que llamamos globalización— y el optimismo por la capacidad de dar acceso a la cultura para todos. El filósofo italiano toma a Superman como ejemplo para explicar cómo los mass media actúan como herramienta de mitificación de objetos o personas —tal como lo han hecho las Iglesias y sus símbolos a lo largo de los años—. La idea de un periodista despistado es capaz de convertirse en el hombre más poderoso del mundo es todo un tótem en una sociedad de consumo, una que necesita héroes para alimentar aquello que no puede realizar.

Miembro en su adolescencia de las movimientos juveniles de Acción Católica, cuando Eco estudió a San Agustín para su tesis doctoral, publicó una nota irónica: “Se puede decir que Tomás de Aquino me ha curado milagrosamente de la fe”. Su comprensión de los fenómenos y los matices que estudia la semiótica, además de su lectura obsesionada —que habría de disfrutarse, decía— lo convirtieron, tal vez, en el hombre con más autoridad moral del planeta a la hora de lanzar una crítica, siempre informada, siempre justa, por amarga que esta fuera.

El que no lee, a los 70 años habrá vivido una vida. Quien lee habrá vivido 5.000 años. La lectura es una inmortalidad hacia atrás”, dijo alguna vez. El pasado 19 de febrero, el mundo perdió un poco de esa inmortalidad.

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