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El Telégrafo

El prejuicio y las pugnas por la propiedad de los sentidos

El prejuicio y las pugnas por la propiedad de los sentidos
20 de julio de 2015 - 00:00

Entendemos lo que queremos entender. O, en otras palabras, lo que estamos listos para entender. “Esa es una de las señales del subdesarrollo. Incapacidad para relacionar las cosas, para acumular experiencia y desarrollarse”, dice el cineasta Tomás Gutiérrez Alea en su película Memorias del subdesarrollo. Cada saber influye en el siguiente; pero, es cierto, juegan también nuestras limitaciones, las experiencias que nos faltan. El que nunca “fingió un dolor que de veras sentía” talvez no esté listo para abrir un poemario y apagar el celular.

Acaso la mayor limitación de todas sea el desinterés por comprender el punto de vista del otro. La desgana de sentir empatía. La apatía. Entonces, cada cosa que alguien dice, se entiende de una sola forma, de la forma en que queremos escuchar. Pasó durante la visita del papa, todo el tiempo. Francisco, de visita en Ecuador, nos recordó que somos prejuiciosos.A punta de etiquetas apresuradas, evitamos el diálogo. Es una rueda que rueda —injusta—, porque entendemos solo lo que queremos entender. Y entonces empieza la disputa por la propiedad del sentido: “Dijo esto; no, dijo aquello; pues yo entendí esto; piensa lo que quieras”.

Y así, siempre por fuera de los límites de la intertextualidad, de ese campo de experiencia compartido. Los semiólogos siempre explicaron la importancia del contexto, el aquí y el ahora en que se dicen las cosas. El quién y el por qué. El cómo y para qué. “¿Qué es un general desnudo?” se preguntaba la abuela de Facundo Cabral, casada toda su vida con un militar.

Las miradas propias son valiosas: la mirilla que usamos para leer un libro; las pequeñas palabras con las que guardamos la memoria de alguien que ya no está; la noción de que un verso tiene su propia música aunque la rigurosidad métrica haya dejado de ser un asunto de la poesía contemporánea; pero esas experiencias son producto de la empatía, de sentir curiosidad, de querer entender, de dejar que la experiencia del otro nos cause sinapsis cuando sentimos que hemos pasado por lo mismo.

Cuando los relatos, las ideas o las creencias se construyen negando a las demás, no importa qué tanto se parezcan, siempre estarán aisladas entre sí. Seguirán distanciándose sin saber nunca lo cerca que están.

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