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El erotismo como excusa para hablar del cuerpo
14 de octubre de 2013 - 00:00
“No es asombroso que el cuerpo, el sacrificado de nuestra cultura, regrese con la violencia de lo reprimido a la escena de su exclusión”. Severeo Sarduy no se equivocó. Si ha existido una víctima y un victimario a la vez, en la historia reciente, y en la que nos precedió hace cientos de años, ese, definitivamente, ha sido el cuerpo. Solo basta verlo y recordar: ¿Cuántas veces no hemos sentido sobre nuestros cuerpos vergüenza, culpa y dolor? ¿Acaso no ha sido la Iglesia, la norma jurídica y hasta los Estados (muchos laicos) los que nos han dicho qué hacer y cómo presentarnos ante la sociedad? ¿No está siempre una mirada moral juzgando el devenir de los cuerpos diversos, esos que se alejan de la “normalidad” y homogeneidad?
Al cuerpo, además de haber sido considerado desde el pensamiento occidental únicamente como un “envoltorio provisional del sujeto”, se le han asignado roles estrictos que debe cumplir de acuerdo con su sexo: ser mujer es, en muchos casos todavía, sinónimo de ama de casa. Y en esta forma de sujeción contra el cuerpo, particularmente sobre su sexualidad, elementos como la heterosexualidad y la maternidad son, entre otros aspectos, instituciones políticas de control y sanción: la heterosexualidad obligatoria es un eje de la dominación sobre la mujer, en la que se le impone la tarea de reproducción.
Por ello no es novedoso que ahora se hayan abierto múltiples espacios de discusión, exposición y lucha que reclaman por la no violencia sobre los cuerpos. Y el arte, en este aspecto, ha cumplido un rol fundamental para resistir y confrontar al poder. La Feria del Libro, Arte y Erotismo nos invita a pensar sobre aquello, pues considera al cuerpo, como lo señalaba Cristóbal Zapata, como un gran receptor y emisor de signos culturales, entre los que sobresalen los eróticos. “Después del eclipse de las religiones y las ideologías que ha venido experimentando Occidente, acaso el erotismo sea el único absoluto con el que convivimos, nuestro último refugio frente a la barbarie que nos acecha, nuestra utopía posible”. En efecto, Zapata tampoco se equivocó.