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El Telégrafo

De Marcelo Chiriboga a las políticas culturales públicas

De Marcelo Chiriboga a las políticas culturales públicas
16 de noviembre de 2015 - 00:00 - María Mena

Jorque Enrique Adoum dijo alguna vez que si César Dávila Andrade hubiese nacido en México o en Argentina, sus obras habrían sido conocidas en el extranjero y traducidas a todos los idiomas. No es casual: en 1997, Carlos Fuentes le confirmó al mismo Adoum que el chileno José Donoso se había inventado la figura de Marcelo Chiriboga, un escritor supuestamente superior a Borges y a Cortázar, nacido en Cuenca —o en Riobamba, depende de quién lo cuente—, para rescatar al Ecuador del anonimato dentro de la corriente del boom latinoamericano.

En una reciente entrevista con EL TELÉGRAFO, el escritor quiteño Abdón Ubidia dijo que la literatura ecuatoriana había tenido su propio boom en las décadas de los treinta y los cuarenta. A través de obras como —por nombrar unas cuantas— Huasipungo, de Jorge Icaza; Don Goyo, de Demetrio Aguilera Malta; Guaraguo, de Joaquín Gallegos Lara, Un hombre muerto a puntapiés, de Palacio, o La Tigra y Los Sangurimas, de José de la Cuadra, son rastreables distintos rasgos que luego caracterizaron al realismo mágico que hizo tan célebres a los autores del boom: García Márquez, Cortázar, Carlos Fuentes, Vargas Llosa y compañía.

Y si aun así, la leyenda de Marcelo Chiriboga fue —al menos para José Donoso— necesaria, algo estaba mal. La forma de dirigir, administrar o difundir las letras, las artes y la cultura del Ecuador ha sido siempre un barco con huecos en el país. Décadas después, rescatamos, como si nadie los hubiera notado antes, nombres de intelectuales fundamentales como Bolívar Echeverría, o de escritores adelantados como Pablo Palacio.

La potencia cultural que soñaba Benjamín Carrión, el fundador de la Casa de la Cultura, no ha podido ser todavía. Y eso ocurre en buena medida por un espíritu provinciano, de encierro, algo conformista.  Hace unos pocos años, algunas políticas públicas surgieron como una forma alternativa de difundir la cultura ecuatoriana. Es un proceso que ha sido ampliamente criticado y que —sí— aún tiene que afinarse, pero que se antoja necesario en un medio que lleva décadas de retraso y en el que, sobre todo, ya se empiezan a ver con cierta regularidad nombres locales que trascienden nuestras fronteras.

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