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El Telégrafo
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En el cantón Chillanes aún se evalúan los efectos del sismo

A estas personas, que en su mayoría se dedican a la agricultura o laboran como jornaleros en laderas y sectores de difícil acceso, se les entregó colchas, agua y carpas.
A estas personas, que en su mayoría se dedican a la agricultura o laboran como jornaleros en laderas y sectores de difícil acceso, se les entregó colchas, agua y carpas.
Fotos: Miguel Castro / EL TELÉGRAFO
21 de septiembre de 2018 - 00:00 - Redacción Ecuador Regional

Todos los días a las 18:00, Lucila Aguayza reza con fervor a sus santos predilectos. Enciende unas velas y pide que la tierra no vuelva a temblar en su natal Chillanes, cantón de la provincia de Bolívar, que resultó ser el más afectado tras el sismo 6.5 del pasado 6 de septiembre.

Lucila habla rápido y mueve las manos casi al mismo ritmo que sus palabras. No puede controlar los nervios al recordar cómo la casa heredada de su padre se estremeció aquella noche.

La mujer, de 56 años de edad, escuchó los vidrios vibrar y caer al piso mientras bajaba la escalera de la mano de su esposo e hijo.

La puerta principal se trabó, no había salida a la calle, el fluido eléctrico se cortó y en la oscuridad el único camino fue ir al patio donde parte de la pared de tapial se desprendió amenazando la vida de la familia.

La casa, ubicada al frente del parque central, está considerada como patrimonio cultural del cantón y será reparada por las autoridades; lo que es un alivio para la economía de la familia.

En cambio Héctor Hernán Quinatoa sigue pagando los $ 4.000 que pidió prestado hace un año a una entidad bancaria para edificar lo que hasta el 6 de septiembre fue su casa de construcción mixta en el sector de Loma de Pacai de Guacalgoto. En esta zona rural de Chillanes, viven alrededor de 68 personas.

El hombre, de 27 años, apura el trabajo y coloca plástico negro para evitar la humedad de la neblina, el viento frío y que las plagas ingresen a la casa, donde su pequeño vástago de dos años juega cerca de una ladera.

Quinatoa recibió platos, botellas con agua y mantas por parte del Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES), Gestión de Riesgos, alcaldía, bomberos. Pero ninguna de esas entidades le comunicó lo que deseaba oír: ayuda económica para reconstruir su casa.

Quinatoa, quien es agricultor de maíz, fréjol y alverjas en tierras alquiladas, estima que resolver las afectaciones que dejó el sismo le costará alrededor de $ 3.200.

Tanya Moyano Quinatoa  esposa de Héctor, en un rincón de los restos de la casa de piso de madera, remienda un pantalón a la espera del milagro que los “salve”.

La situación empeora tras recorrer por 10 minutos un camino semilastrado que conduce a los estribos de Loma de Pacai.

Un sendero polvoriento, escarpado en descenso y ascenso donde cabe una sola persona, permite alcanzar las ruinas de la casa de María Andrea Lema.

La agricultora no sabe cuántos años de edad tiene, pero sí recuerda que en esa ladera lleva nueve años. Ella no tiene un baño dónde hacer sus necesidades biológicas, tampoco goza de una compañía pues, además de enviudar, su único hijo murió hace casi una década.

María ve con resignación lo que fue su casa que permanece recostada sobre cimientos de madera y caña. Ahora duerme en una carpa de la Gestión de Riesgos.

Ella, a pesar del peligro de quedar atrapada entre los escombros, se arriesga y rescata ropa y uno que otro recuerdo de lo que fue su familia.

La tierra quedó partida y es posible un deslizamiento en esa ladera donde vive. No mide riesgo e improvisa junto a su vivienda un fogón para cocinar lo del día, choclos.

Quince días después del sismo el clima sigue implacable contra los habitantes de Chillanes y en especial con los de la ladera, pues una lluvia y una baja de temperatura les recuerdan la cercanía del temporal lluvioso y con ello la premura por reconstruir con o sin ayuda.

A pocos metros, Celia Lema hermana de María, sigue sin creer que tras el sismo ya no tiene casa, lo que complica la economía familiar que se sostiene con el jornal de $ 8 de su esposo y su yerno. 

Celia recibió galones con agua, colchones y prendas de vestir, pero alberga esperanzas de un bono para tener un techo sobre sus cabezas.

La angustia domina a la damnificada quien cuida a  sus nietas mientras no pierde la esperanza de encontrar a su única gallina con sus ocho pollitos que se perdieron durante el sismo. (I)    

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