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Todo queda en familia

Son amantes del fútbol, pero lo viven, aunque intensamente, sin cobrar tiros libres o meter pases en callejón. No son, tampoco, los que marcan los goles, pero sí los que validan la jugada. Nunca pueden perder la cordura, más bien son los llamados a mantenerla durante los 90 minutos de juego.    

José Lara, padre de José y Diego, empezó con la tradición arbitral en la familia hace 38 años, pero lleva  poco más de un mes retirado de la actividad y ahora son sus dos hijos los que sacan la cara por él; el primero como juez de línea y el segundo, Diego, como árbitro central.

Ellos fueron quienes lo prepararon   para el momento del retiro, luego de que dedicara casi cuatro décadas a la profesión. “Por su edad (60 años) ya no podía ejercer su labor y además una lesión en el tendón de Aquiles truncó su actividad”, relatan los hijos.  

Diego y José buscaron con la asociación local de arbitraje que su salida no fuera tan abrupta, y fue así que  le encargaron tareas menores con el fin de que siguiera relacionado con el referato. Sin embargo, una semana después de anunciar su retiro tuvo una sensación rara al verse lejos de las canchas. 

“Incluso me enfermé. Uno se siente mal al no poder realizar una actividad en la que se ha entregado la vida”, señala Lara, que ahora se dedica a manejar un camión de su propiedad para obtener recursos. En el hogar de la familia, el comedor se convierte en el sitio propicio para discutir sobre fútbol y arbitraje.

“Es una conversación informal. Analizamos partidos, cosas que nos pasan en la cancha o jugadas que vemos por televisión”, revela Diego, el menor de los dos hijos de la familia Lara León.

En los inicios, la historia fue similar para los 3. El padre jugaba fútbol y actuó para el América y D. Quito; sin embargo, nunca pudo estar en el equipo principal y a los 21 años decidió realizar el curso arbitral, en el que se encontraban jueces destacados como Adolfo Quirola.

Fue en 1974 que empezó a vestir de negro cada domingo y a recorrer las canchas del país. En su época, la designación se realizaba por sorteo y podía dirigir en Serie “A” o “B”. Siempre fue juez de línea y en muy pocas ocasiones ofició como central.

Recuerda que lo más complicado era cuando le tocaba ser asistente en los partidos de U. Católica, ya que  su hermano Francisco jugaba en ese club. “Era difícil dirigirle a él porque, por ejemplo, hacía goles y no podía felicitarlo. Debía mantener el control y me tocó estar en varios de sus partidos”.

Uno de los cotejos que vivió con mayor presión fue el que enfrentó a Barcelona con Técnico Universitario, en 1981, en Los Chirijos de Milagro. “La mayoría de la gente era de Barcelona y por ahí no les gustó alguna decisión y se llegó a los insultos. Uno no puede decir que es perfecto, pero nunca tuve mayores inconvenientes”.

Sus hijos lo acompañaron en el trajín de su profesión desde muy pequeños y mientras conocían las ciudades y jugaban en el hotel, él debía estar concentrado en el partido. De esa forma viajaron por casi todo el Ecuador.

José y Diego jugaron a nivel barrial y el menor de ellos tuvo la posibilidad de ir a El Nacional a los 16 años, pero decidió priorizar sus estudios en el colegio Dillon, donde se graduó.                  

Después estudió en la U. Central, donde egresó en la carrera de Economía. Cuando su padre estaba convencido de que no le gustaba el tema arbitral, a última hora se decidió a ingresar al curso de la Federación Ecuatoriana de Fútbol para conseguir el título.       

Lo mismo ocurrió con José, quien además de llevar el mismo nombre de su padre, cumple similar labor desde el borde del campo, como árbitro asistente. 

El mayor de los Lara además de tener el título de árbitro está a punto de convertirse en entrenador. En primera instancia entró al curso para aprender tácticas de juego, analizar a los equipos y relacionarlos con su campo.    

Sin embargo, con el tiempo adquirió el gusto por ser DT y dirige ahora al equipo del colegio San Pedro Pascual.   

Los hermanos Lara reconocen que su madre, Angela León, nunca fue aficionada al fútbol, pero siempre ha sido un soporte para los tres  y además una ayuda para José, luego de su retiro.

“Es como si se tratara de un jugador que pasa por una etapa de desentrenamiento para no abandonar del todo la profesión.  Mi padre educó a dos hijos y sostuvo a una familia con esta actividad”, cuenta Diego.

Desde que él y José decidieron  incursionar en el arbitraje, su padre les aclaró varias de las responsabilidades que habían adquirido.        

“No tuvimos mucha vida social cuando decidimos ser árbitros. Un joven normal sale los viernes a divertirse, nosotros teníamos que alistar nuestras cosas para ir el fin de semana a alguna cancha del país”, precisa José.

Ese esfuerzo lo han visto recompensado con sus designaciones para los partidos más importantes del torneo local, pero también anhelan estar en un encuentro internacional o, en algún momento, llegar a un Mundial.

Diego conoció a su esposa, Mónica Dávila, dentro del mundo arbitral, pues ella también realizó el curso para ser juez. “La familia está totalmente vinculada con esta actividad. Mi esposa sabe cómo es este mundo y eso facilita mucho las cosas”.

El primer partido de Diego en serie “A” fue el que tuvo como protagonistas a D. Cuenca y D. Quito, en 2008, y el encuentro que más recuerda es un Clásico del Astillero, el año pasado, mientras que su hermano tuvo su primera actuación en un enfrentamiento entre  Barcelona y  El Nacional, en el Monumental.

Los hermanos Lara son admiradores del trabajo que realizó el italiano Pierluigi Colina, mientras que José (padre) admira a los ecuatorianos Bommer Fierro y Roger Zambrano.

Los tres han pasado de dirigir en canchas con mínimas seguridades y con poco público a pitar en los mejores estadios del país y bajo excelente condiciones para demostrar sus conocimientos.       

Uno de los Lara terminó su ciclo dentro del arbitraje nacional, pero aquello le sirvió como espejo a sus hijos, quienes tratan de emularlo y recordar los consejos que les dio durante su formación.

Cada fin de semana regresarán a las canchas como espectadores de lujo de los partidos... porque no pueden negar que les encanta ver fútbol, solo que no lo hacen con el apasionamiento del hincha, sino con la cordura del que hace respetar las reglas.

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