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Parapente, historias contadas desde el aire

Parapente, historias contadas desde el aire
03 de abril de 2013 - 00:00

Enrique Castro vuela desde hace 23 años, cuando se decidió a practicar “deportes de altura”. Ahora se eleva con el parapente, que le permite ascender a más de 10.000 metros.   

Castro, que aprendió primero a volar en ala delta, se enroló en el parapentismo en 1987, año en el que el checo Miroslav Petrov introdujo en Ecuador este deporte que apareció el siglo pasado en Europa, a finales de la década del 70.

Al principio era una actividad muy elemental, las velas de los parapentes se parecían mucho a las cúpulas de los paracaídas, pero después evolucionaron. En la actualidad son completamente diferentes.

No hay que confundir lo uno con lo otro. El paracaídas, dice Castro, sirve para eso: “para caídas”, y se abre luego de que el paracaidista salta de una nave (avión, helicóptero, globo); el parapente, al contrario, despega luego de que el piloto abre la vela y esta se extiende con el viento.

El crecimiento de esta disciplina no solo tiene que ver con el aumento de adeptos, sino también con el avance tecnológico, la aerodinámica de los diseños y las seguridades.

En el inicio, las medidas de protección eran mínimas, no era necesario que el instrumento fuera certificado. En la actualidad no se permite ocupar implementos no homologados o que una persona inexperta vuele sola. Es indispensable, por sobre todo, portar un casco debidamente certificado.  

También ayuda el llevar elementos adicionales: altímetro (para medir la altitud), GPS (para determinar la ubicación), radio transmisor y un paracaídas de emergencia.

El incremento de seguridades y los nuevos diseños provocan que cada vez más personas se atrevan a subir por los aires. Cuando la Escuela Pichincha de Parapente se fundó, en septiembre de 1989, había un promedio de 7 alumnos por curso; actualmente la media  es de 10. Este establecimiento, el primero de su tipo en el Ecuador, da 6 cursos regulares al año en la zona del volcán Pululahua, en la Mitad del Mundo (noroccidente de Quito).  

Es importante tomar en cuenta que desde 1991, fuera de la instrucción ordinaria, se capacita a instituciones como la Policía Nacional, especialmente al Grupo de Intervención y Rescate (GIR); al Ejército Ecuatoriano y  a la Escuela Politécnica del Ejército (ESPE). Por cada una de estas organizaciones la cantidad de alumnos se triplica.

Se debe considerar además que Enrique Castro, director de la Escuela Pichincha, adiestra a los alumnos de la Universidad Internacional, que tiene al parapente entre sus opciones de cultura física.

Arriba no hay fronteras

Sebastián Robalino levanta las líneas (cuerdas) y espera que la vela se llene de viento, las corrientes de aire lo empujan. “Corre, corre, correeee...”, le grita Enrique Castro. Sebastián se desprende del suelo y pisa el vacío. “... El vuelo de alta precisión es un paso hacia la expresión de nuestra verdadera naturaleza. Tenemos que rechazar todo lo que nos limite...”, cita el piloto Richard Bach en su obra Juan Salvador Gaviota.

En el aire las palabras de Bach cobran sentido: aunque el vuelo de Sebastián dura apenas un minuto, asegura que fue un minuto de libertad ilimitada. Pese a no tener aún la fortuna de coincidir en el cielo con halcones, gavilanes o cualquiera de las aves que tienen su hábitat en el entorno del volcán Pululahua, el joven de 22 años quiere incluir al parapente en el resto de su recorrido existencial. Por ahora es la asignatura de cultura física que escogió en la Universidad Internacional, donde estudia Ingeniería Automotriz.

También con el afán de sumar horas de vuelo, Francisco Flores (25 años), otro practicante, desea perfeccionar las técnicas de navegación aérea. Al parapentismo no lo puede comparar con nada; dice sentirse poderoso cuando mira el mundo hacia abajo, a sus pies, un privilegio que pocos experimentan.

A otros, con más tiempo de “relación con el espacio”, volar se les hace necesario. Marlon Santacruz, de 43 años, comenzó en los deportes aéreos hace dos décadas. Al estrés de las labores cotidianas como productor de televisión, lo combate ejercitándose en  parapente o en  ala delta.

Para él, el  parapente es un deporte de paciencia, de estrecha relación con el medio ambiente. El clima es un padre justo que premia con buenas condiciones atmosféricas a quienes saben esperarlo.

El buen temporal se mide con la calidad de las térmicas, columnas de aire ascendente que permiten  a la vela subir y sostenerse en las alturas. Mientras flota, Marlon desahoga todas las etapas de su edad: juega con la inocencia del niño, maniobra con el  ímpetu del joven y respeta al tiempo con la sabiduría del adulto. Elevarse es nacer, crecer, vivir.

Piezas del parapente

Se compone de 4 elementos: la vela, las líneas, la bandas y la silla. La vela es la “tela” que le posibilita al piloto efectuar los viajes, está hecha de nylon y cubierta por una capa de silicona.

Las velas se fabrican desde los 12 metros. Las más grandes son las utilizadas para “tándem” y llegan a medir hasta 46 metros de longitud, pues sirven para vuelos de dos tripulantes y pueden soportar más de 500 kilos.

Las líneas son las cuerdas que conectan a la vela con la silla. Son fabricadas con kevlar (tela resistente) y soportan cantidades considerables de peso; tanto, que un solo cordel (del grosor de un cordón para zapatos) puede sostener a una  persona.  

Las bandas salen de cada extremo de la silla y es ahí donde van las líneas. La silla cuenta con bandas que a través de arneses aseguran al o los tripulantes. Para la elaboración de la silla, generalmente se utiliza cordura, una tela reforzada.

Según Enrique Castro, estos implementos son manufacturados principalmente en Europa. Los costos dependen del diseño e implementos extras. Las firmas más conocidas son la francesa Ozone, la alemana Independence y la israelita APCO.   

El experto advierte que los equipos de vuelo se venden exclusivamente a quienes tengan el certificado de un curso autorizado. Por eso recomienda aprender en establecimientos calificados.

Respecto a la capacitación, en la Escuela Pichincha el aleccionamiento dura de 2 a 3 meses. Al finalizar el curso, la institución suele organizar viajes a Crucita (Manabí), donde se efectúan vuelos de sustentación.

A propósito, menciona como alternativas de “turismo aventura” algunos lugares donde se hacen vuelos los fines de semana: las lomas de Puengasí, en Quito; el cerro Nitón, en Pelileo (Tungurahua); la loma de Tunshi, en Riobamba (Chimborazo); la laguna de Yahuarcocha, en Ibarra (Imbabura). O en la Costa,  las playas de Crucita y Canoa (Manabí).

Pero el objetivo primordial de quienes practican este deporte extremo es conformar una federación ecuatoriana que los avale en competencias oficiales y que los ayude a salir de la informalidad.

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