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El vértigo de saltar al vacío en la oscuridad

El vértigo de saltar al vacío en la oscuridad
04 de noviembre de 2011 - 00:00

El Sol emite sus últimos rayos en Quito y se esconde detrás del Guagua Pichincha. Un foco, dos focos... miles de ellos se encienden casi simultáneamente y dan la bienvenida a la noche, que se presenta fría.

Los ejecutivos abandonan sus trabajos, los jóvenes sus universidades y algunos, en lugar de dirigirse a sus casas, buscan un momento de aventura dentro de la ciudad, sin distanciarse tanto de sus hogares.

Desde hace algún tiempo, en Quito se practica el puenting, en el viaducto que pasa por la avenida González Suárez, el cual tiene un alto de 40 metros, si se mide desde lo alto  hasta el piso. Los saltos empiezan en la tarde y se extienden hasta la noche, para permitir que la gente que trabaja termine sus obligaciones y pueda asistir al lugar.

El puente tiembla con el paso de los autos y sus ocupantes ven con curiosidad la instalación de las cuerdas en las barandas. Estos elementos son colocados a ambos lados del paso, para que la persona caiga al vacío y la cuerda se mueva en forma de péndulo. Belén Larrea espera a que le pongan todo el equipo de seguridad, con las manos cruzadas y temblando, quién sabe si por el frío o por los nervios. Este es su primer salto y lo hace junto con su amiga Carolina Villacís. Con un arnés extra es posible el salto doble.

Carolina luce  lista y con menos dudas que Belén, quien pide a  gritos que la abrace y no la suelte. Ella no tiene las agallas para saltar y su amiga lo hace por las dos. Se arrojan al vacío con un alarido que taladra los oídos y se apaga hasta terminar con unas risas nerviosas.

Lanzarse en pareja es algo que se realiza a menudo, sobre todo en época de San Valentín, para que los novios compartan su día de una forma distinta.

Pero no todos los saltos de los enamorados terminan con un final feliz. Roberto Reinoso, quien es el encargado de armar el equipo y transportar a la gente al vacío, asegura que en una ocasión una pareja se lanzó y, después de subir, la novia  terminó la relación, porque se sintió obligada a saltar.

Sin embargo, en los diez años que lleva saltando -cuatro de ellos como negocio- se ha dado cuenta de que las mujeres son más arriesgadas que los varones para dar un paso adelante cuando están en el borde.

“De 10 mujeres, 9 saltan. De 10 hombres, 6 ó 5 lo hacen y el resto se regresa, cuando ya está a un paso de botarse. Los domina el miedo o les falta  decisión en el último minuto para hacerlo”, comenta el quiteño.

Él empezó en el puenting  por su experiencia en la escalada, deporte en el que se utilizan las mismas cuerdas;  la formación de nudos le sirvió para tener mayor seguridad en cada impulso. Apenas con 17 años saltó desde la González Suárez y desde ahí calcula que en 20 años lo ha hecho más de 200 ocasiones.  En sus primeros saltos recuerda que aún transitaban autos por debajo del puente, antes de la construcción del túnel Guayasamín, que está a un costado.

Las luces de los autos son prácticamente la única fuente de iluminación que reciben mientras están ahí, pues los postes de energía están lejanos. Los curiosos se acercan a pie para ver lo que sucede y con una mirada desde el borde observan  con asombro lo que está pasando.  Algunos se animan a saltar, otros solo a ver y hay un tercer grupo que se aleja por el temor a las alturas.  Mario Hidalgo pertenece a la primera clase.

Anteriormente hizo  un salto menor en Baños, aunque confiesa que  tiempo atrás no se arriesgó a hacerlo desde el mismo puente sobre el que ahora está parado.

No le importó estar con camisa de vestir en ese momento. Dejó atrás su trabajo y se decidió a pagar $15 por el salto, o por el susto, como dijo en un principio.

“Es genial. Vuelves a nacer, gritas, se te sale la vida entera y cuando te hala la cuerda sientes un alivio hermoso”, así resume Mario su experiencia, tras regresar alterado, pero  con una sonrisa en el rostro y listo  para hacerlo una vez más.

Las cuerdas dinámicas, utilizadas en esta actividad, sirven para absorber el impacto y actúan como un gran amortiguador por su elasticidad.

Tienen un diámetro de 10,7 milímetros. El trenzado es en espiral, los hilos y las hebras del alma (centro de la cuerda) son fabricados con poliamidas elásticas. 

Según la historia, este deporte extremo se inventó a principios de los 70 en Francia por un alemán llamado Helmut Kiene. Amarró una cuerda a un puente y saltó desde otro a una distancia de 50 metros, formando un péndulo.

En primera instancia, los escaladores conocieron a esta actividad como “péndulo de Kiene” y luego se popularizó como puenting, como un juego de palabras en inglés como el trekking, rafting y canyoning.

La noche todavía no termina, pero para los participantes la adrenalina y emoción han sido  suficientes por ese día. Se van con  la íntima satisfacción de haber vencido su  temor  a desafiar al atemorizante vacío y, quizá, con la intención de  repetir la inolvidable experiencia.

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