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Murray, liberado de sus demonios

Murray, liberado de sus demonios
08 de julio de 2013 - 00:00

El escocés Andy Murray se ha liberado por fin, a sus 26 años, de una pesada losa que cargaba desde hacía varios años: la exigencia del público británico de dejar el trofeo de Wimbledon en casa por primera vez desde 1936.

Murray rompió su maldición en la pista central del All England Club el pasado verano al conquistar la medalla olímpica de Londres 2012, pero todavía tenía que volver a ese escenario en el tercer Grand Slam del año y hacerse con uno de los torneos más antiguos del mundo del deporte (esta era la edición número 127).

La victoria sobre el número uno del mundo, el serbio Novak Djokovic (6-4, 7-5 y 6-4), pone fin a decenas de horas en la sala de prensa hablando sobre la presión que sufre cada vez que juega en  Reino Unido.  

Después de perder tres semifinales consecutivas en Londres y de haber caído en la final del año pasado ante el suizo Roger Federer, Murray salió esta vez a la pista convencido de que es uno de los grandes, capaz de ganar a cualquiera en un Grand Slam, como ya hizo en el último Abierto de Estados Unidos, donde también derrotó a Djokovic en el último partido.

El resultado de esa convicción es que el escocés ha inscrito su nombre un renglón por debajo del de Fred Perry en la lista de campeones británicos de Wimbledon.

Murray salió a la pista convencido de que es capaz de ganarle a cualquiera en un Grand SlamEntre ambos registros han pasado 77 años, todo un desierto para el tenis de las islas que ayer  recuperó algo de orgullo. Este hito es la consagración definitiva de un tenista que comenzó a jugar a los tres años dirigido por su madre, Judy, una antigua entrenadora nacional de Escocia, y que estuvo animado desde el inicio por su hermano mayor, Jamie, con el que comparte la modalidad de dobles.

Murray lleva el deporte en las venas desde pequeño: estuvo a punto de formar parte del Glasgow Rangers, pero finalmente su habilidad con la raqueta superó a su pasión por el fútbol.

Animado por los éxitos en el circuito juvenil, Andy cambió la lluviosa Escocia por Barcelona a los catorce años. A orillas del mediterráneo perfeccionó su tenis en la academia Sánchez-Casal y se inició en torneos menores, para saltar después al circuito de la ITF. Con 18 años el espigado Murray había mejorado su físico, demasiado delgado, y había logrado meterse entre los 400 mejores de la ATP.

Como jugador junior, el pequeño de los Murray conquistó el Abierto de Estados Unidos, fue finalista de Roland Garros y alcanzó el número 10 mundial en esa categoría.

El año en el que entró definitivamente en la élite del tenis fue 2008, cuando superó la tercera ronda de un Grand Slam para plantarse en los cuartos de final de Wimbledon y se metió después en la final de Estados Unidos, donde perdió contra el suizo Roger Federer.

Ese fue el  inicio de su estancia en el máximo nivel, pero también el principio de su historia como perpetua víctima. Por fin, al final de aquella temporada Murray pudo levantar por primera vez en su carrera un trofeo de Grand Slam, el de Estados Unidos, un logro que abrió la puerta a su período más fructífero hasta ahora.

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