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Las ‘Barras Bravas’ reflejan una rivalidad entre identidades
En marzo pasado, el enfrentamiento entre barras bravas cobró una nueva víctima en Lima: un adolescente, hincha del Universitario de Deportes, terminó abatido por miembros de su propio grupo en un confuso incidente en el que se disputaban, a balazos, algunas entradas gratuitas que la dirigencia del club les había regalado.
Según los peritos de criminalística que analizaron la escena del crimen, los integrantes de las barras habrían usado armas de grueso calibre que superan incluso a las que portaban los miembros de la policía peruana que intentaron inútilmente amedrentarlos.
Bryan Humansalo, la joven víctima de ese altercado, sumó su nombre a una larga lista registrada por las estadísticas, en el Perú, como efecto de la agudización de la violencia alrededor del fútbol.
En la historia este tipo de enfrentamientos se vuelven visibles aproximadamente desde hace 40 años en Perú, cuando los hinchas del Universitario de Deportes y del Alianza Lima -los clubes de mayor popularidad en el vecino país- protagonizaron las primeras muestras de rivalidad que, con el tiempo, terminarían por adquirir un poder incontrolable dentro y fuera de los estadios peruanos.
En su artículo ‘Barras Bravas y Tiempos Bravos: violencia en el fútbol peruano’, Manuel Arbocco y Jorge O’Brin, señalan como característica fundamental de las barras bravas el manejo de un nivel de organización básico para cometer hechos violentos.
La agresión verbal a la dirigencia, jugadores y árbitros, las acciones racistas, las disputas dentro de las propias barras, el uso de arma blanca y la configuración de redes de tráfico de droga se cuentan como algunas de las acciones propias de estos segmentos.
Para el sociólogo Alfonso Panfichi, especialista en violencia deportiva, este tipo de problema revela además una forma especial de mirar la propia identidad de los hinchas. “La historia de la violencia entre las barras de equipos de fútbol es también la historia de la rivalidad entre identidades opuestas”, asegura.
Comando Sur y Trinchera Norte, las principales barras bravas del país, correspondientes al Alianza Lima y al Universitario de Deportes, respectivamente, fueron fundadas a finales de la década del 80.
En la actualidad, cada una de ellas cuenta con un promedio de nueve subgrupos, entre los que destacan nombres como ‘Los Sicarios’, ‘Nekropsia’, ‘Holocausto’ y ‘Justicia’. Uno de los principales dirigentes de Comando Sur detalló hace poco en un conocido programa de televisión, la forma de organización mediante la que se maneja el grupo. “No tenemos elecciones para designar a nuestros representantes, eso se da solamente por manejo de poder, resulta que un día aparece alguien con más seguidores y se impone por la fuerza a quienes estén dirigiendo la barra en ese momento, así de simple”, indicó.
El avance de la organización para delinquir en estos espacios ha llegado a tal punto que su relación con organizaciones como pandillas o bandas delictivas es una realidad tangible. En 2012, el Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana (Conasec) reveló que, en los 42 distritos de Lima -la capital peruana- y en 7 de la provincia del Callao, se cuentan alrededor de 410 agrupaciones violentas de carácter barrial, deportivo y estudiantil.
Entre ellas suman unos 22 mil integrantes, 45% de los cuales son menores de edad.
Panfichi señala que, en estos números, se puede mirar cómo el fenómeno de las barras bravas está asociado a elementos formativos de la identidad de sus integrantes. “Los barrios se convierten en territorios de identificación colectiva, entonces, en sitios como La Victoria o Barrios Altos, es parte de la vida ser hincha del Alianza Lima, y por ende, es parte de la vida también tener como enemigos a los hinchas del Universitario”.
Pero esta sería apenas una de las múltiples aristas involucradas en la gestación de la violencia deportiva. La responsabilidad ante ella está repartida también en las dirigencias futbolísticas, acostumbradas a la entrega de entradas gratuitas que luego son revendidas, en los temas de manejo de poder y dinero, en factores del hogar como el maltrato a temprana edad, el maltrato familiar, y temas más locales como la amplia brecha de violencia dejada en el Perú por las dos décadas de guerra interna con Sendero Luminoso.
“Sucedía que a finales de los ochenta llegaban desde el interior del país centenares de familias, niños incluidos, huyendo de una violencia espantosa, poco atendida por el Estado, eso incluyó la formación de toda una generación de jóvenes envueltos en heridas profundas”, señalan Arbocco y O´Brin.
Sobre este panorama se han desatado más de una centena de hechos violentos que, como el acontecido en marzo pasado, han cobrado una cantidad elevada de vidas. En 1988, por ejemplo, los integrantes de Comando Sur ingresaron a la fuerza al estadio de Universitario de Deportes para saquear y quemar sus instalaciones, un hecho que sería vengado tres años más tarde, cuando los integrantes de Trinchera Norte incendiaron el bus que transportaba a los jugadores del Alianza Lima, los deportistas salieron vivos de forma increíble.
En 2013, el Congreso Nacional del Perú publicó la Ley N°30037 que prohíbe la violencia en los estadios y la castiga hasta con ocho años de reclusión. Ese fue un antecedente valioso para que en marzo del presente año, apenas unos días antes de la muerte de Bryan, David Manrique, alias ‘Loco David’, y Jorge Roque, alias ‘Cholo Payet’, miembros de la hinchada de Universitario, fueran condenados a una pena de 35 años de cárcel, acusados de actuar con alevosía en 2011 cuando, en medio de un partido de fútbol, ingresaron a los palcos del equipo contrario y arrojaron desde allí a Waler Oyarce, causándole una muerte inmediata.
La mano del Estado parece haber quedado en desventaja frente a este tipo de violencia que está latente en la cotidianidad y que constantemente se activa para convertir al espectáculo futbolístico en un verdadero territorio del miedo.