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El puentismo, una prueba no apta para cardiacos
Dos segundos de caída libre y el sufrimiento termina. Adriana Moncayo dijo que lo volvería a hacer. En sus 22 años de existencia jamás sintió tantas emociones juntas: nervios, cobardía y, al final, la valentía de lanzarse.
El puentismo o “puenting” es un deporte extremo que demanda enorme capacidad de decisión. Solo decisión, insiste José Cobo, organizador de este tipo de actividades. “Si piensas demasiado lo más probable es que te arrepientas y no lo hagas”, explica.
En Quito, los amantes de la aventura tienen varios lugares para probarse a sí mismos hasta dónde llega su inclinación por las emociones fuertes. Los tres puentes más frecuentados son el del Río Chiche, el de la entrada a Guápulo y el de la avenida González Suárez.
En esta ocasión, Cobo promovió saltos desde la González Suárez, cuyo puente tiene una altura de 40 metros. El salto de una persona dura entre uno y dos segundos, los “osados” pueden brincar de frente o de espaldas; ellos eligen si quieren ver el vacío o simplemente cerrar los ojos.
Gonzalo León, responsable de la “estación”, lugar desde donde se suelta más cuerda, narró que se usan 25 metros de soga para suspender al saltador. La acción no termina con el lanzamiento de la persona, pues luego experimenta dos minutos de “péndulo” (se balancea de un lado a otro). León es quien se encarga de descender la cuerda hasta el piso.
Cobo, de 30 años de edad, escalador y parapentista, suma 10 años en el puentismo. León, de 27 años, lleva 10 en esta tarea. Nunca les ha ocurrido ninguna desgracia.
Algo que contar
El sábado pasado, 10 ciudadanos se atrevieron a soltarse de las barras del puente de la González Suárez. Esteban Cando, de 23 años, estudiante de odontología en la Universidad de Las Américas (UDLA), solo quería tomar una determinación difícil y vivir algo diferente. “Cinco, cuatro, tres, dos, uno... ¡fueraaa!” le ayudaron José Cobo y el resto de jóvenes que llegaron al sitio. En un abrir y cerrar de ojos, Cando pendía de la cuerda y se movía de un lado a otro.
El siguiente fue Esteban Torres, de 19 años, alumno de mercadotecnia en la Escuela Politécnica del Ejército (ESPE). Antes de “volar” lucía nervioso, su objetivo con el salto era sentirse capaz de vencer cualquiera de sus miedos.
Mario Moncayo, de 25 años, quien se autodenominó “desempleado”, pidió turno porque, emocionalmente, quería explorar algo nuevo, “para variar”.
Al verlo caer, su hermana Adriana tragó saliva, levantó la cabeza: era la siguiente. Observar la valentía de su hermano y sus amigos no ayudaba demasiado. Era como estar a un paso de la guillotina o del paredón.
Para los saltos no se admite a personas con problemas cardiacos. Lanzarse cuesta 15 dólaresPor un momento meditó en las terapias aprendidas en la Facultad de Psicología de la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL), en donde sigue su carrera. Tampoco disiparon sus dudas. “Ni modo, ya estoy aquí, no voy a perder esta oportunidad”, mencionó antes de ponerse al filo de la nada. El conteo la animó “¡fueraaaa!”. En un dos por tres su cuerpo danzaba con el viento, una leve sonrisa la delataba, estaba feliz tras haber cumplido el desafío.
Al ritmo de la soleada mañana, más “atrevidos” hacían presencia. Miguel Ángel Espinoza, de 28 años, ingeniero de sonido, acordó encontrarse con un amigo, mas este no concurrió a la cita.
No es la primera vez que su físico le pide sensaciones diferentes, hace seis años en Chile evidenció el vértigo de la caída libre desde un avión. Ahora quería “sentenciarse” desde lo alto de un puente. Sin embargo, lamentaba que quien lo incitó no haya acudido.
Otra que, literalmente, arribó con el “arrojo” de ponerse la soga al esqueleto e imaginarse ave por un instante fue la ingeniera civil Cristina García, quien con 24 calendarios a cuestas, busca impresiones distintas, algo digno de contar a sus amigos y familiares.
Cobo, quien ya perdió la cuenta de cuántas personas han saltado en los eventos programados por él, relató que el miedo, si bien a veces se esconde, no desaparece. Es natural, al igual que todo animal, un ser humano nunca pierde el instinto de conservación. Sonrió al recordar a sujetos que, tras el primer salto, quieren hacerlo de nuevo. La única y eterna recomendación es no intentarlo sin asistencia profesional, siempre es bueno recurrir a instructores capacitados. En este ejercicio, tener agallas no es suficiente.
Algunos “clientes”, reveló, le han pedido sostenerlos duro y luego soltarlos. Si no fuera seguro, no lo haría, por fortuna, durante su trabajo no escatima precauciones.
Confiable
El puentismo debe reunir todas las garantías posibles. Además de utilizar cabos, mosquetones, cascos y arneses en buen estado, se usan radios transmisores con los asistentes: uno que fija y cede las cuerdas, y otro que espera abajo para ayudar a los “lanzados” a quitarse el equipo.
En los saltos no se admite a personas con problemas cardiacos o en estado etílico. Un individuo sano, de cualquier edad, está en condiciones de lanzarse. En el caso de Cobo, su cliente más longeva fue una señora de 70 años.
Las referencias de puenting y bungee jumping más antiguas en Quito datan de 1993. Las primeras precipitaciones comenzaron en 1979, en Estados Unidos. En Europa empezó casi en forma simultánea, en España se lo efectúa desde 1980.
El bungee jumping es distinto al puenting, en este se usan cuerdas elásticas y el brinco se propicia con las cuerdas en los pies.
León explica que las cuerdas elásticas y las dinámicas son muy diferentes. Las elásticas suben de nuevo con el peso sujetado y únicamente sirven para este tipo de eventos.
Las cuerdas dinámicas, en tanto, son menos extensibles, y se las aplica en escalada, montañismo de excursión y en acciones de rescate.
Este tipo de cabo es capaz de aguantar hasta 3.000 kilogramos de peso estático, pero en movimiento soporta menos. En Ecuador, el puenting y el bungee jumping cuentan con distintos escenarios. Además de Quito, se lo lleva adelante en Otavalo, Baños, etc.