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Adictos a la adrenalina: la nueva moda de lo extremo

Adictos a la adrenalina: la nueva moda de lo extremo
08 de junio de 2011 - 00:00

Todos tenemos alguna adicción. Tabaco. Alcohol. Celular. El “feisbuk”. Cualquier cosa sirve para llenar nuestros vacíos o expiar nuestras culpas. Y los adictos a la adrenalina no son la excepción. Conducir un auto a gran velocidad, bajar y subir largas y riesgosas distancias en bicicleta o caminando hasta el límite del cansancio físico, surfear entre gigantescas olas o lanzarse desde un puente, entre muchas otras, se han puesto de moda en esta época, actividades fuera de lo común que han logrado un inusitado éxito.

No es solo la cantidad de adrenalina que segregan. Puedo decir que es difícil explicar la sensación de enfrentar el peligro cara a cara, de cómo la sangre recorre el cuerpo con mayor rapidez y del deseo de repetir la hazaña.

Quizás la vida del siglo XXI es demasiado aburrida, o demasiado veloz y precipitada, buscamos emociones fuertes o tener el corazón a mil por hora. Carreras de largo aliento como el Huairasinchi o el Raid Gauloises, el reality show “El Conquistador del Fin del Mundo”, el famoso puenting o el down hill a más de 60 km por hora por escalinatas y pendientes extremas, ponen a prueba nuestros límites físicos y mentales.

Y no únicamente los jóvenes por su naturaleza aventurera y curiosa buscan este tipo de emociones. Ahora todos, grandes, chicos, madres, abuelos, quieren rebuscar sus límites, y no solo una vez. Varias. Recuerdo que después de una carrera de 350 km durante 3 días con pocas horas de sueño, y comiendo barras energéticas mezcladas con lodo o quién sabe cuántos bichos más, me decía que nunca más volvería a sufrir semejante martirio.

Ya voy por mi quinta edición. Soy adicta a la adrenalina, las endorfinas y a todas aquellas drogas endógenas que segrega nuestro cuerpo para hacernos sentir placer o ponernos alerta en situaciones de riesgo.

Sin embargo, cabe pensar que esto va más allá de adicción fisiológica. También este boom de deportes extremos tiene que ver con algo que un sociólogo francés acotaba como “Narcicismo colectivo”. Nos juntamos porque nos sentimos seres “idénticos”, para solucionar problemas íntimos por el contacto con lo vivido. Ahora la familia de los deportes extremos se reconoce, se identifica, se busca.

Las rivalidades quedan fuera durante el descanso. El humor, la parodia, las anécdotas se discurren entre los comensales, nos gusta escuchar a otros hablar sobre lo mismo que experimentamos antes, durante o después de la carrera, así sean banalidades.

No es sólo una moda. Vivimos en la época de Narciso, donde todo mundo quiere verse y sentirse bien consigo mismo. El culto al cuerpo ha tocado nuestras preferencias hedonistas. Y también el miedo a la vejez. La agitación, la febrilidad, la angustia nos hacen buscar maneras de contrarrestar la entropía celular. Ahora el cuerpo exige  cuidarlo, amarlo, exhibirlo.

El cuerpo como objeto de culto: angustia de la edad y de las arrugas, obsesión por la salud, por la línea, por la higiene, rituales de control (chequeo) y de mantenimiento (masajes, sauna, deportes, regímenes).

Todo es parte de una época de individualidades, de personalización de gustos y preferencias. Todo a la medida. Al que no le gusta el fútbol, ahora toma su bici y se va por donde quiere, o se amarra una cuerda a los pies y se lanza al vacío. Las posibilidades hechas a la medida de nuestros deseos y creaciones.

Para llenar vacíos, para no sentirnos tan solos, para encontrar un sentido a nuestra existencia, el deporte también sirve.

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