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En cuerpo presente
El rubor facial podría ser patológico
"Es temor... temor a ponerse rojo y a que los demás vean mi cara como un tomate, vergüenza a sentir que otra vez ocurrió, que no lo pude controlar, que quedé en evidencia una vez más. ¿Qué más se siente? Concretamente, humillación y un sentimiento de inferioridad que te va hundiendo y que te lleva a un lugar cercano a la depresión”, es uno de los testimonios recogidos en la investigación de Enrique Jadresic, académico de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile, respecto del rubor facial patológico.
Las personas que lo padecen se sonrojan involuntariamente ante cualquier situación cotidiana, como saludar o conocer a nuevas personas. Armando Camino, psiquiatra, explica que la rubicundez facial, o rubor, se da por condiciones fisiológicas o patológicas y se puede presentar en la cara como también en la parte superior y anterior del cuello. Dentro de las causas del enrojecimiento fisiológico están el clima, la comida muy condimentada o picante, la menopausia o cuando el individuo es muy sensible con una personalidad introvertida.
Se presenta como patología dentro de los trastornos por ansiedad en personas dependientes, sumisas, cautelosas y desconfiadas. Según Camino, la patología es la fobia, “un miedo irracional a una situación que no debería generar miedo”. Donde más se ha observado este malestar —señala— es en las fobias sociales en las que el paciente tiene dificultad para adaptarse a lugares con mucha concurrencia.
El rubor facial patológico puede perjudicar la calidad de vida de quien lo padece pues le genera desconfianza, evita los lugares públicos y se convierte en una persona evasiva y aislada.
“El rubor es la expresión inconsciente de una patología, no es una patología en sí misma, es un síntoma de que algo más sucede. Si se analiza todo en conjunto se puede enmarcar en una patología de enfermedades psiquiátricas”, explica Camino.
El tratamiento depende de la causa. En el caso de trastorno por ansiedad o fobias el tratamiento es psicoterapia y psicofarmacología. La primera ayuda a racionalizar mejor cualquier estímulo, mientras que la segunda coadyuva a estabilizar circuitos o sustancias que se encuentran en el sistema nervioso y que, además, producen dolores de cabeza, zumbidos en los oídos, visión borrosa, palidez o rubicundez facial, entre otras.
Pero si la causa del enrojecimiento patológico no es psiquiátrica, se recomienda una simpactectomía. Según Pablo Íñiguez, cirujano torácico, se trata de un procedimiento quirúrgico en el que se secciona una cadena simpática, un nervio que pasa por la parte superior del tórax.
Íñiguez explica que el sistema nervioso central está comandado por el cerebro, por el hipotálamo y la hipófisis, que controlan la temperatura corporal y la dilatación y contracción de los vasos. La hipófisis y el hipotálamo —detalla el especialista— dan señales a través del sistema nervioso central, bajan por el cuello, se transmiten por la columna, y dan a unas fibras nerviosas que parten desde la columna hacia la parte dorsal del lado izquierdo y derecho; estas fibras nerviosas a la vez forman una cadena, un nervio más grande, la cadena simpática, que está a ambos lados del dorso.
En esta hay unos ganglios ubicados en cada costilla desde los cuales, a través de otras fibras, van a otras partes del cuerpo como axilas, manos, dorso, cara y pies. Los vasos sanguíneos del rostro tienen un músculo que responde a un estímulo del sistema nervioso simpático, como contraerse (menos flujo de sangre que puede causar palidez) o dilatarse (mayor flujo de sangre causando el enrojecimiento). Este sistema cumple ciertas funciones involuntarias del ser humano. En las personas con enrojecimiento patológico, la mayoría de tiempo los vasos están dilatados, por eso hay más flujo de sangre en la cara y se ven rojos.
“En la mayoría de los casos el rubor facial no tiene un origen conocido, sabemos el mecanismo de cómo se da este problemas pero se desconoce por qué a unas personas les da y a otras no”, comenta Íñiguez.
Es así que en la simpactectomía se hace un corte en el nervio simpático, en el ganglio ubicado en la segunda costilla, para cortar la guía de transmisión del estímulo desde el ganglio hacia la cara para que los vasos sanguíneos se mantengan contraídos y no llegue sangre excesiva a los vasos sanguíneos del rostro. La cirugía bordea el 85% de efectividad, se desconoce por qué en algunos pacientes no funciona. En la mayoría de los casos el tratamiento es definitivo.
Uno de los posibles efectos de la cirugía es la sudoración compensatoria en otras áreas del cuerpo, como en el abdomen o en la parte posterior del tórax; puede ser leve, moderada o severa. Otro efecto es el síndrome de Horner que es la caída del párpado y se da por un corte incorrecto en los ganglios pues cerca del ganglio que se interviene para tratar el rubor facial patológico está el ganglio estrellado y una de sus funciones es el movimiento de los párpados.
Íñiguez considera fundamental que antes de la intervención se hable con los pacientes sobre todos estos riesgos porque son irreversibles.