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Familiando

El peligro de poner a los hijos el nombre de sus padres

El peligro de poner a los hijos el nombre de sus padres
13 de agosto de 2016 - 00:00 - Andrea Rodríguez Burbano

Varios meses antes de nacer, Francisco Castro ya había heredado el nombre de su padre. Su madre incluso se dio el trabajo de tejer a mano la palabra Francisco en algunas prendas que usó a lo largo de su niñez. 

Francisco, Paco, como lo llaman en su familia, no solo lleva el mismo nombre de su padre, sino el de su abuelo paterno, quien falleció cuando era menor de edad. Su familia es la de los Pacos y cuando alguien llama por teléfono a su casa, él y su padre suelen repetir las mismas preguntas: “¿El padre o el hijo?, ¿con cuál de los 2 quiere hablar?”.

Nunca le molestó llamarse igual que su progenitor; es más, siente orgullo porque admira a su padre, pero si tuviera un hijo escogería otro nombre, quizás Esteban.

 “Tenemos muchos Pacos en la familia, incluso un sobrinito se llama así, me gustaría romper con esta tradición”. 

Aunque es común llamar a los hijos con el nombre de sus padres, hay psicólogos que aseguran que no es una decisión adecuada, porque se obliga a los hijos a ocupar el lugar del otro. Un nombre tiene siempre una historia y es posible que esa persona se identifique con el destino de ese nombre.

 En un artículo publicado por el psicoterapeuta y especialista en constelaciones familiares Jorge Llano, director de la Escuela Transformación Humana, de Colombia, se sugiere buscar para los hijos nombres que no formen parte del árbol genealógico.

“Cada uno de nosotros tiene a sus espaldas una línea generacional que lo conecta con el primero de los hombres y la primera de las mujeres de la familia. Somos hoy la generación de los vivos, pero mañana seremos la generación de los muertos, y serán los hijos, los sobrinos, los nietos los que nos sentirán en sus espaldas”, puntualiza el especialista. Esto se enmarca en la Psicogenealogía, la ciencia que investiga la influencia del árbol genealógico en los individuos de la familia. Según esta, la familia crea los individuos, pero a su vez el individuo contiene la familia; el todo y la parte.

El psiquiatra ecuatoriano Armando Camino indica que siempre es importante tener en cuenta que al utilizar el mismo nombre proyectamos nuestras emociones en nuestros hijos e incluso, sin quererlo, les transmitimos nuestra identidad. “Por un tema de tradición, muchas familias ecuatorianas le ponen el nombre del padre al primogénito, esto depende del nivel cultural, pero, sin duda, puede provocar un efecto de rebote, porque le pasamos nuestra historia a nuestra descendencia”.

Cuando el hijo se llama igual que el padre y este último es un profesional que se ha destacado en un determinado campo, se coloca al hijo en una situación difícil, porque se lo obliga a superar al padre,   señala Camino.

“Recuerdo que en una reunión alguien le preguntó al hijo de Marco: ‘¿Tú  eres el hijo de Marco, el gran ingeniero, y tú qué haces...?”.

Según Camino, a ninguna persona que se llame igual que su padre o madre le gustará que la comparen con sus progenitores.

Para el psiquiatra Diego Chiriboga todo nombre tiene un significado que marca ciertas características propias de la persona, por ejemplo, nombres como Alejandro y Alejandra revelan por sí solos fuerza física y de carácter. 

“Cuando nuestros padres nos asignan sus nombres al nacer, ya nos están diciendo que, de alguna manera, tenemos que ser iguales a ellos o, mejor aún, superarlos”.

El problema de esta decisión es que —como señala Chiriboga— se obliga a los hijos a autoexigirse demasiado y si los resultados no son los esperados, puede surgir un sentimiento de frustración.

“La frustración enferma y deprime, porque los seres humanos somos lo que creemos y buscamos ser como la persona que nos crió. Al no conseguir los objetivos planteados quedamos incompletos en nuestro crecimiento personal”.

Alejandro Jodorowsky, psicoterapeuta y escritor chileno, explica que para muchas familias poner el nombre de un familiar, del padre o abuelo es un honor y una tradición.

En el inconsciente, por ejemplo, llevar el nombre del padre habla de la necesidad de integración al nuevo miembro a través de este acto, así como también una forma de recordar a quienes fueron o son importantes en nuestra vida.

Pero, para Jodorowsky, ponerle el nombre de un antepasado a un recién nacido trae una serie de cargas. Según él, cuando se bautiza a un hijo se debe saber que junto con el nombre se le transmite una identidad. “Evitemos por tanto los nombres de los antepasados, de antiguos novios o novias, de personajes históricos o novelescos. Los nombres que recibimos son como contratos inconscientes que limitan nuestra libertad y condicionan nuestra vida”.

El psicoterapeuta indica el peligro de este acto, ya que los nombres actúan como fotocopias y en la repetición está el riesgo de ser un “árbol que da frutos o bien plantas venenosas”.

Según Jodorowsky, hay nombres que aligeran y otros que pesan.

“Los primeros actúan como talismanes benéficos. Los segundos, son detestados. Si una hija recibe de su padre el nombre de una antigua amante, queda convertida en su novia para toda la vida”. Según la ecuatoriana Lucrecia Maldonado, narradora y catedrática, lo peor que puede pasar es poner a un hijo el nombre de un niño que murió antes. “Es como reemplazar al hijo que se perdió”.

Maldonado asegura que sea cual sea el caso, al asignarle el nombre de un familiar por más lejano que sea, se le resta individualidad y se le niega identidad.

“Yo, por ejemplo, tengo todos los nombres de mi abuela, igualitos. Es como que en mi familia aspirarán a que yo sea como ella”.

Según dice la escritora, hay familias donde se podría repetir un destino difícil simplemente por mantener la lealtad al nombre.

Francisco Castro, quien lleva el nombre de su padre y su abuelo considera que es legítimo poner a los hijos nombres de familiares, porque forma parte de una tradición, pero —sostiene— que cuando el mismo nombre se transmite por generaciones, es mejor romper esta costumbre. “En lo personal no he sentido ninguna carga de llevar el nombre de mi padre”.

También hay casos de familias que ponen el nombre de santos a su descendencia. Estos, según Jodorowsky, inducen cualidades, pero también transmiten martirios. “Algunas Marías pueden verse asediadas por el deseo de engendrar a un niño perfecto”.

Lo cierto es que el nombre es el primer contrato con el que cargamos desde que nacemos.

Siempre será mejor evitar poner los nombres de los antepasados, de antiguos novios y novias y de personajes históricos o novelescos.

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