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De Vries hizo de Galápagos su centro de estudios

De Vries dice que pensar en llegar a Galápagos y estar a solas con los animales es del pasado, hoy las cosas han cambiado.
De Vries dice que pensar en llegar a Galápagos y estar a solas con los animales es del pasado, hoy las cosas han cambiado.
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El amor por la naturaleza se refleja en su mirada y en cada una de sus palabras. Ha dedicado su vida a la Biología y aunque no todo el tiempo está rodeado de animales y plantas, en su oficina, situada en la Pontificia Universidad Católica, hay cuadros y recortes en los que aparecen animales.

Tjitte de Vries decidió hace más de 40 años dejar su país natal, Holanda, y radicarse en Ecuador. Casado con una quiteña, y con 3 hijas y 6 nietos, recuerda que la decisión de quedarse no fue difícil, porque se enamoró de la flora y la fauna del país. De Vries fue uno de los primeros investigadores de ecología en Ecuador.

De ojos azules y piel clara, el biólogo reafirma que su pasión es estudiar la naturaleza. A sus 76 años, este oriundo de Niawier, un pequeño pueblo ubicado en el campo, aún se dedica a esta actividad. “En el colegio decidí que la Biología era mi forma de vida”, comenta Tjitte al mencionar que creció en medio de la naturaleza.

El investigador, cuyo padre fue profesor de primaria en el pueblo y su madre “una linda ama de casa”, llegó a las islas Galápagos en 1965 para trabajar en la Estación Científica Charles Darwin. Ingresó a esta organización un año después de su apertura, por solicitud de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), después de obtener su título universitario.

En aquellos años la zona aún permanecía aislada. Llegar a las islas, incluso desde el mismo Ecuador continental, era toda una aventura, pues el viaje en barco duraba alrededor de 5 días. En 1965, el archipiélago aún no era una potencia turística. Es así que De Vries pudo trabajar en zonas aún no habitadas por humanos, lo que permitió el contacto con los animales de forma directa y única.

Trabajó en las islas durante 10 años en programas de conservación y quedó cautivado por la variada fauna y flora del país. Uno de los primeros proyectos en los cuales participó fue uno enfocado a preservar la especie de tortugas gigantes en la isla Pinzón.

Recuerda que recogía los huevos de este animal, los mantenía en incubadoras por un tiempo, después cuidaba a las tortugas durante sus primeros 6 o 7 años de vida y posteriormente las regresaban a su hábitat. “Este proyecto ha sido sumamente exitoso porque ya hay más de 1.500 tortugas que se están reproduciendo en la isla Española”, comenta el biólogo que no ha perdido su acento.

Aunque proviene de un pueblo pequeño, no le resultó complicado adaptarse primero a una ciudad grande como Ámsterdam, donde realizó sus estudios universitarios y de doctorado, y después ir a las islas Galápagos a zonas deshabitadas. “Lo importante es siempre encontrar buenas amistades y buenos colaboradores en el trabajo. Sin familia, pero con amigos. Un biólogo es un animalito que fácilmente se adapta a su nueva hábitat”, comenta De Vries.

Durante sus primeros 10 años en Ecuador no solo trabajó para la Unesco sino también para el Fondo Mundial de la Naturaleza, organización que lo contactó para que labore en las islas en proyectos de investigación con estudiantes universitarios.

Califica como “fantástica” la experiencia de investigar acompañado de alumnos, dice que este contacto lo rejuveneció.

En 1976 empezó a trabajar como profesor a tiempo completo en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (Puce) impartiendo las cátedras de Ecología, Zoogeografía, Evolución y Biología de campo. Asegura, con orgullo, que ha dirigido más de 100 tesis de licenciatura en su especialidad. Está convencido de que ser profesor le ha traído muchas satisfacciones.

Aunque no se considera el pionero de la ecología en Ecuador, comenta que sí trabajó con otros investigadores para implementar la actividad. Uno de ellos fue Fernando Ortiz, ya fallecido, un biólogo de campo que también fue profesor en la Puce. Lo recuerda con gran aprecio y dice que él hizo un estudio “lindísimo” sobre colibríes.

Una de las principales investigaciones de De Vries trata sobre el gavilán de Galápagos, la única ave rapaz diurna de las islas.

Aunque, por lo general, las aves son monógamas, lo interesante de estos gavilanes es que son poliándricos, es decir, que varios machos tienen como pareja a una misma hembra. En las islas una hembra de la especie puede tener hasta 8 machos, pero cada macho se relaciona solo con ella.

El que sean aves poliándricas es algo que le fascinó al biólogo a tal punto que actualmente colabora en estudios genéticos de estos animales para comprender su comportamiento poco común.

“Es raro que un segundo macho entre en un territorio donde una pareja ya está establecida. Para entrar en ese espacio los gavilanes pelean. Pero existen otros casos donde los gavilanes machos se unen y sin necesidad de una pelea obtienen su territorio, se toleran unos con otros. Tal vez en varios años podamos encontrar el gen de tolerancia de estas aves”, explica el biólogo entusiasmado.

Las ventajas de esta forma de apareamiento es que con más machos hay más alimento para los pichones; hay más gavilanes para defender el territorio y existe diversidad genética, porque hay hermanos pichones de diferentes padres.

Para llegar a estos resultados, el académico permaneció varias semanas en un mismo sitio. Recuerda que cuando realizaba observaciones en islas deshabitadas debía armar una carpa y llevar su comida e incluso su propia agua potable.

Varias anécdotas sobre sus trabajos de investigación fueron verdaderas hazañas. Mientras mira al techo tratando de seleccionar una de ellas para relatarla, sus ojos azules brillan. Explica que en todo el mundo los animales son sumamente ariscos, pero en Galápagos la mayoría no. Pudo acercarse a los gavilanes para colocarles un anillo sin usar trampas. Solo con un palo, como los de bambú, capturaba a las aves para medirlas. Eso sí, menciona, esta es una carrera que exige mucha paciencia.

De Vries dice que pensar en llegar a Galápagos y estar a solas con los animales es del pasado, hoy las cosas han cambiado.

Otro de sus recuerdos lo llevan a la isla Santa Fe, donde había, en aquella época, muchas ratas. En una ocasión alrededor de 40 ratas caminaban cerca de la carpa donde el biólogo se encontraba. De pronto, mientras estaba acostado con las piernas recogidas y mirando hacia al frente, una lechuza se paró en sus rodillas para observar fijamente a las ratas. Él permaneció quieto sin poder creer lo afortunado que era. El ave repentinamente voló para capturar a uno de los roedores que se encontraba a 3 metros. “Estas son experiencias que no tienes en ningún otro sitio del mundo”, dice.

Este investigador ha viajado por todo el Ecuador, de cada lugar que ha visitado puede destacar su variedad de fauna y flora. “Caminar por sitios donde existe gran diversidad en menos de 500 metros es impresionante. Puedo decir con satisfacción que en estos 40 años he gozado del ambiente mismo, del paisaje, de los animalitos y plantas del Ecuador”, comenta.

Desde 1976, una vez que se radicó en Quito, realizó varios estudios en la Amazonía, en el páramo y en la Costa. De Vries comenta que desde 1996 la Universidad Católica abrió una estación biológica en el Yasuní donde desarrolló varios estudios acerca de las bandadas mixtas. Estas son un conjunto de alrededor de 40 aves de diferentes especies que ocupan territorios específicos. Cada bandada permanece en su territorio y no entra en la zona de otras bandadas. De Vries explica que en medio de la complejidad de la Amazonía estos territorios están bien definidos.

El biólogo asegura que la explotación petrolera tiene varios efectos en estas zonas, pues las aves no tienen a su disposición toda la Amazonía. Estas, aclara, no pueden ingresar a territorios de otras bandadas mixtas. Por eso, es enfático al decir que la deforestación debe tener sus límites.

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