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Sobre la Guerra de Concha

Sobre la Guerra de Concha
06 de octubre de 2013 - 00:00

El título del artículo Centenario de la guerra más cruel califica a la Guerra de Concha como “la más cruel”. El adjetivo “cruel”, según la primera acepción que registra el Diccionario de la Lengua Española, significa “que se deleita en hacer sufrir o se complace en los padecimientos ajenos”.

Crueles fueron los que en enero de 1912 en Guayaquil y en Quito, después de someter a grandes sufrimientos a indefensos prisioneros –entre ellos Eloy Alfaro-, los asesinaron brutalmente, arrastraron sus cuerpos en las calles, los descuartizaron y los quemaron en plazas públicas.

Crueles fueron los que ordenaron y ejecutaron el bombardeo contra la ciudad de Esmeraldas en febrero de 1914 y causaron la destrucción parcial de la ciudad y sus alrededores; pero ahora Pérez lanza el calificativo de cruel contra toda una gesta patriótica, no contra los que cometieron los crímenes de lesa humanidad de 1912 o el crimen de guerra de 1914.

Así invisibiliza a los criminales, a los crueles, y los mete en un mismo saco con los que combatieron por liberar a nuestra patria de los crueles que la dominaban.

En la historia republicana del Ecuador, ninguna crueldad ha superado los horrendos crímenes de 1912 y 1914; pero fueron los asesinos de entonces y sus aliados los que endilgaron el calificativo de ‘crueles’ a los combatientes liderados por Carlos Concha, un hombre forjado en la escuela de Alfaro, que se caracterizó por el trato humanitario y generoso con los vencidos.

Ni siquiera los detractores más recalcitrantes de la Guerra de Concha han podido demostrar que los revolucionarios fueron crueles; solo se ha podido demostrar que los hombres dirigidos por Concha fueron valientes, diestros en el machete e incluso temerarios en los combates, pero no crueles. 

Los pocos casos en que la propaganda placista atribuyó actos crueles a los revolucionarios no han resistido un análisis serio. Calificar como “la guerra más cruel” a la Guerra de Concha, le hace el juego a los criminales que organizaron la orgía de sangre y crueldad de 1912.

El señor Pérez dice que “El 24 de septiembre se cumplió el primer centenario del inicio de la mal llamada Guerra de Concha”, es decir, empieza descalificando injustamente al líder de la gran gesta de Esmeraldas, como en su tiempo lo hicieron los asesinos de Alfaro, que temblaban ante la posibilidad de que triunfe la insurrección.

Los pueblos con frecuencia han dado el nombre de sus líderes a muchas gestas; y en el caso que nos atañe, la tradición popular de todo un siglo ha consagrado con el nombre de Revolución de Concha o Guerra de Concha a la más larga y justa guerra de la historia de la República.

Con ese nombre la conocieron y la reconocieron desde 1913, no solo quienes combatieron y ofrendaron su vida liderados por Carlos Concha, sino que así la conocieron y la reconocieron todas las generaciones posteriores.

En la era republicana, ninguna crueldad ha superado a los horrendos crímenes de 1912 y 1914

Hasta los adversarios la conocieron con el nombre que le dio la tradición popular, pero esos adversarios se dieron a la tarea de calumniar a los revolucionarios, de negar los altos ideales patrióticos que los inspiraron, e invisibilizar y desprestigiar al prócer que los encabezó con admirable valor y sacrificio.

Es penoso que, a un siglo de distancia, sin ningún rigor histórico, alguien pretenda nuevamente invisibilizar al líder y desprestigiarlo con afirmaciones sin sustento, que solo por limitaciones de espacio no analizaré detenidamente aquí.

Si siguiéramos el razonamiento de las personas que descalifican el nombre de Guerra de Concha, no podríamos llamar Revolución Alfarista a la que lideró Alfaro, a pesar del amplio consenso alcanzado durante un siglo.

Tampoco podríamos llamar cristianismo al milenario movimiento religioso ni a la doctrina que se le atribuye a Cristo; ni luteranismo al movimiento reformador encabezado por Martín Lutero; ni Revolución Sandinista al movimiento inspirado en los ideales del patriota nicaragüense César Augusto Sandino; ni marxistas leninistas a los partidos y movimientos inspirados en las doctrinas de Marx y Lenin.

En el caso que nos ocupa, el liderazgo, el pensamiento y los principios de Carlos Concha dieron identidad a la gloriosa insurrección que lleva su nombre; y los altos ideales de esa insurrección quedaron plasmados en el Manifiesto que Concha expidió en Tachina el 27 de septiembre de 1913.

A ese Manifiesto y a los hechos históricos debidamente acreditados, debemos remitirnos, no a la imaginación del señor Pérez o de la persona que el señor Pérez toma como fuente, en un penoso ejercicio de cicatería cívica. 

La rebelión no llegó a la Sierra norte bajo el liderazgo de Carlos Alfaro, como dice el señor Pérez; el líder fue Carlos Andrade. Tampoco es cierto que los capitanes Castro, Mena, Torres y Otoya fueron liderados por Carlos Concha y su medio hermano Luis Vargas Torres en la guerra de 1913-1916. ¿Cómo, si Vargas Torres había muerto en 1887, o sea, 26 años antes de que empiece la Guerra de Concha? Asombra la confusión del señor Pérez.

También asombra que el señor Pérez acoja como cierta la versión de que el 100% de la tropa revolucionaria era de negros y negras; que incluya entre los afroecuatorianos a los capitanes Castro, Mena, Torres y Otoya, y al comandante Hermógenes Cortés.

He allí una descomunal falta de rigor y una grave concesión a una burda forma de discriminación racial, un revanchismo que no solo pretende negar méritos a los que no eran negros, sino que, además, pretende encontrar afroecuatorianos donde se le antoje, aun entre personas cuyos rasgos físicos evidenciaban lo contrario.

Afirmar que los afroecuatorianos aprovecharon el “desencuentro liberal” para luchar contra el concertaje, pretende invisibilizar la indignación nacional contra los crímenes, no tiene fundamento en un estudio serio de la historia y, además, agravia a los afroecuatorianos, porque los presenta como incapaces de indignarse ante las crueldades cometidas en 1912, o ante la mutilación del territorio nacional, o ante la venta de la patria a países vecinos, o ante el peligro de que el Ecuador pierda las islas Galápagos, o ante la escandalosa corrupción del gobierno de Leonidas Plaza.

Según el señor Pérez, nada de eso podía conmover a los afroecuatorianos, sino solo el concertaje. Así coinciden con los que desde 1912 han pretendido invisibilizar el abominable asesinato de Alfaro y sus compañeros, la corrupción y la venta de la patria. Además, él y su fuente asumen como cierto que los afroecuatorianos eran crueles, es decir, aceptan lo que decía la propaganda de la antipatria entre 1913 y 1916.

*Presidente del Comité Pro Conmemoración de los Cien años de la Guerra de Concha

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