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El Telégrafo
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Marco Alvarado transita entre los espacios de la sublevación

Junto con Xavier Patiño, Marcos Restrepo, Flavio Álava y Paco Cuesta, inaugura la fase más política de La Artefactoría.
Junto con Xavier Patiño, Marcos Restrepo, Flavio Álava y Paco Cuesta, inaugura la fase más política de La Artefactoría.
Foto: Karly Torres / El Telégrafo
03 de noviembre de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

Marco Alvarado (Guayaquil, 1962) subió a Simón Bolívar sobre un caballo regordete, que se parece más al burro en el que viajaba Sancho Panza en las aventuras de Don Quijote, que a la figura estilizada que tienen los equinos de los héroes. Aquel Bolívar estaba en la glorieta del parque Seminario, un espacio conocido por las iguanas que viven en sus árboles. En el mismo sitio hay otro Bolívar escultórico como su caballo, imponente, de rasgos europizados. Con su obra, Alvarado desmonta los estereotipos del Libertador de América.

El caballito saturado de adornados sobre el que estaba Bolívar en la glorieta era parte de un proyecto de arte urbano, en el que se montó una serie de esculturas de caballos pintados con distintas formas, en lugares turísticos del centro de Guayaquil. Todos llamativos, la mayoría pop o clásicos. La obra de Alvarado, en cambio, estaba cargada de significados históricos.

Su Bolívar tenía dos agujeros, dos posibles balazos desde los cuales se podía ver por debajo de su piel a un hombre negro. Alvarado quiso romper con el estereotipo de Bolívar. Parte de una investigación en la que varios estudiosos afirman que fue afrodescendiente. Entre ellos están Douglas Quinteros, uno de los integrantes del Proceso Afroamérica XXI y Juan García, un carpintero que se dedicó a recopilar durante 25 años la historia del pueblo afro.

Desde sus inicios, el trabajo de Alvarado oscila entre la sátira a los procesos sociales inmediatos y la intervención en el espacio público. Foto: cortesía

El caballito histórico que trabajó Alvarado está repleto de cartas, leyendas y notas que produjo con personas del campo que, a veces, pasan desapercibidas de la historia oficial.

Algunos de esos individuos fueron desalojados de La Esperanza, un recinto del cantón Isidro Ayora que queda a 40 kilómetros de una montaña. Otros vivían en Santa Elena. Los personajes eran asaltantes, drogadictos o estuvieron vinculados con el narcotráfico. De acuerdo a su propia historia cargaron sobre el caballo del héroe escritos de narcocorridos en alusión a uno de los líderes del cartel de Sinaloa, al que algunos conocían. El caballo de Alvarado fue el único que no se compró y aunque dicen que lo tienen en alguna bodega en Quito, aún no hay rastros exactos de su paradero.

Desde sus inicios, el trabajo de Alvarado oscila entre la sátira a los procesos sociales inmediatos y la intervención en el espacio público. Empezó su trabajo en el arte queriendo ser arquitecto. Un profesor le pidió una solución habitacional para la propuesta que en ese entonces operaba la alcaldía de la ciudad, denominada ‘Vivienda Mínima’, proyecto que buscaba dar hogar a las familias migrantes del campo a la ciudad.

El planteamiento de la clase fue construir un plan habitacional en 20 metros cuadrados para una familia completa. Para Alvarado, aquello era recortar el espacio vital a los humanos. A través de un conjunto de periódicos cortados en tiritas y colgados desde el techo del aula hizo entrar a un compañero desnudo para envolverlo en cinta y simular cómo un plan habitacional como solución política eliminaba derechos de vida de las personas.

Su profesor, José Vicente Viteri,  calificó la propuesta de ‘Vivienda Mínima’ de Alvarado con una buena nota, y lo introdujo a Juan Castro y Velasco, un historiador de arte que,  tras sus estudios en Alemania, articuló a un grupo de artistas que cambió la escena del arte contemporáneo en Guayaquil y al que llamó La Artefactoría.

Alvarado, con Xavier Patiño, Marcos Restrepo, Flavio Álava y Paco Cuesta, inauguró la fase más política del grupo. Sus propuestas desplazaron la pintura, bajo la idea de que pintar era ser complaciente con el medio capitalista del arte.

Alvarado militó en la izquierda, cambió las barbas de Cristo por las del ‘Che’, trabajó con objetos encontrados en la calle, fabricó pólvora y elaboró elementos con sangre. Su proceso de trabajo cambió cuando palpó que “no es posible hacer revoluciones por decreto”. Cree que no es inútil sublevarse. “Si no te sublevas estás muerto. Es vital, es esencial y es lo que mantiene nuestra condición de ser humano, nos da sentido”.  

Alvarado, que a través de su obra ha establecido su propia ética, ahora saca un poco las memorias de su experiencia con el arte, como parte de la muestra ¿Es inútil sublevarse? que reúne a todos los integrantes de lo que fue La Artefactoría.

La muestra es el reflejo de un proceso en el que indaga en la instalación y termina pintando, aquella labor que le parecía complaciente se volvió parte de esa búsqueda.

“Vivimos un momento en el que sublevarse dentro de una pequeña parcela es ser vulnerable. La sublevación tendría que ser en las mismas dimensiones patriarcarles que marca el capitalismo individualista. Lo contrario de eso es el trabajo colectivo para plantearnos otro modo de vida que ayude a generar otros valores”, dijo Alvarado. (I)

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