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La Falta de un estacionamiento habría postergado la programación

La inseguridad, un problema para el inicio de funciones en el Capitol

Tres guardias de una empresa privada, en la noche, vigilan el escenario reinaugurado en mayo de 2014. Foto: Santiago Aguirre / El Telégrafo
Tres guardias de una empresa privada, en la noche, vigilan el escenario reinaugurado en mayo de 2014. Foto: Santiago Aguirre / El Telégrafo
19 de abril de 2015 - 00:00

Uno de los históricos teatros de la capital fue sede de una iglesia evangélica durante 7 años (1999-2006). Antes de que cumpliera 8 décadas de su inauguración (1937), el Teatro Capitol, como muchos de sus semejantes, había sido desplazado por las grandes salas de cine a fines del siglo pasado. Sus tablas fueron tomadas por predicadores de una popular secta religiosa, la Iglesia Universal del Reino de Dios, más conocida por el eslogan redentor ‘Pare de sufrir’ que hasta la actualidad se transmite por algunos canales de televisión a escala nacional.

Entre bambalinas, el descuido en el Capitol fue constante y tuvo un lapso sin funcionar -tampoco se usó para la proyección de películas para adultos, como sucede con el Teatro América-. Hace 11 años, el sitio fue adquirido por el Fondo de Salvamento (Fonsal) y, en 2008, el telón de fondo fue remplazado por plásticos negros luego de que el muro posterior colapsara. Entonces intervino el Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMP).

En mayo del año pasado, en la administración municipal anterior, el teatro ubicado al oriente del parque La Alameda se reabrió con una inversión de $ 3 millones. La presentación de las Orquestas Sinfónica Metropolitana y de Instrumentos Andinos ilusionó a los vecinos e invitados, quienes pudieron apreciar la restaurada iluminación y el resto de instalaciones recién adecuadas.

Ahora, junto a las puertas laterales, de madera, los muros que hace casi un año eran blancos están opacados por manchas grises y un par de grafitis. Las mamparas que sirven de ingreso para el público se cerraron y, a través de estas, es visible el polvo que se ha acumulado en la entrada, junto a la garita, vacía hasta que anochezca, en la que resalta un águila con la inscripción “Seguridad y guardianía Comseg Cía. Ltda.”. Adentro del Capitol, tras bastidores, 2 guardias de esa empresa custodian el lugar.

“Es un elefante blanco”, dice Yolanda Gaón, quien hace 3 años administra un delicatessen cerca al que le ha puesto un nombre colorido: El Colibrí. “Un elefante blanco, como tantos otros que hay en esta ciudad”, reitera y cuenta que solo atiende hasta las 17:00 porque considera un riesgo permanecer con el local abierto en las noches. “Luego de esa hora hay menos policías y arriesgarse por un negocio tan pequeño no vale la pena”, suspira resignada.

A estas alturas, esta comerciante ya ha perdido la esperanza de que una posible asistencia del teatro mejore las condiciones del sector en el que, según dice, también hay robos “a plena luz del día”.

En la semana de reapertura del Teatro Capitol, recuerda Gaón -quien arrienda el local frente a La Alameda y vive en el barrio El Dorado-, varios propietarios de los domicilios aledaños pintaron las fachadas para darle un nuevo rostro a su comunidad. Pese a que el predio del Capitol aún está a cargo del IMP, uno de los motivos para que no inicie su programación, según la antigua Secretaría de Cultura del Municipio de Quito, fue la inexistencia de un parqueadero cercano. Y la falta de un sitio para que los visitantes estacionen sus autos también perjudica a El Colibrí. Gaón le contó a este diario que evita recomendarles a sus clientes que se estacionen en la calle Julio Castro porque allí pueden ser “atracados”.

En la casa contigua al negocio de Gaón está el laboratorio clínico Inmunolab, cuya encargada es Marlene Bolaños, otra vecina que fue invitada la noche de la reapertura del Capitol, en mayo de 2014, un evento que define como “muy bonito; adentro era muy espacioso pero no lo volvieron a abrir”.

Los pacientes de Bolaños tienen que dejar sus vehículos 2 cuadras hacia el norte, en la calle Sodiro y Avenida 6 de Diciembre, pese a que atrás de la sala hay un escampado que el Municipio reservó para parqueadero de los espectadores.

Las cámaras del sistema de seguridad ojos de águila, cuenta la encargada de Inmunolab, no sirvieron para prevenir que le robaran un medidor de agua hace dos semanas. “En la calle Castro hay un corredor que conecta con otra calle”, detalla la moradora de La Alameda, “por ahí suelen escaparse los arranchadores. Los policías están en el parque, no en las veredas de este lado”, dice indignada.

Marlene Bolaños ya ha borrado de su celular las fotografías que hizo de las galerías del teatro de estilo neoclásico (acabados que imitan a los usados antiguamente en Grecia o en Roma). “Con todo el gasto que hicieron, pensé que iban a darles espacio a tantos grupos de danza y artes que hay en Quito, pero nada”, concluye la administradora del laboratorio clínico del barrio.

Otra edificación, que está junto al teatro cerrado, es la sede de la Asociación de Jubilados del Municipio de Quito. En su interior, la mañana del miércoles pasado, una de sus expresidentas y actual socia de la entidad, María Teresa Villavicencio, le cuenta a EL TELÉGRAFO que desde febrero, dos medidores de agua han desaparecido del lugar en el que está situado un patio al cruzar una puerta de madera.

Otro exempleado del Cabildo, Humberto Luna, miembro de la comisión de fiscalización de la asociación, narra que lo único que conserva del Capitol son recuerdos de las obras que vio en la década del 80, pues no asistió a la inauguración de hace 11 meses.

Una cartelera inexistente

En los archivos del Instituto Metropolitano de Patrimonio, ente encargado del teatro de la Avenida Gran Colombia, consta que hace más de un siglo, en 1910, el italiano Giácomo Radiconcini construyó el Palacio Samaniego. Era una época en que las familias de clase socioeconómica alta construían palacios y villas de estilos historicistas, que dio lugar al nombre de Capitol, luego de su primera reconstrucción (1935-1937).

La segunda reapertura del lugar estaría a cargo de la Secretaría de Cultura del Municipio (SECU), luego de que Stalin Lucero, exmiembro de la Dirección de producción de la Fundación Teatro Nacional Sucre y actual director de Creatividad, Memoria y Patrimonio de la SECU, solicitó la entrega del inmueble -cuyo aforo es de 700 personas- al IMP, a través de la Dirección de Bienes Municipales. La comisión que recibiría el encargo aún no está creada.

El único acercamiento que la Secretaría de Cultura ha tenido con el sector teatral ocurrió el pasado martes, dos meses y medio después de que Pablo Corral asumiera su liderazgo. La reunión fue organizada, en la sala Benjamín Carrión de la Casa de la Cultura, con 3 colectivos: la Asociación Nacional de Artistas Escénicos Profesionales del Ecuador (Asoescena), la Asociación Nacional de Artes Escénicas (ANAE) y la Red de Espacios Independientes.

Allí, el secretario de Cultura del Cabildo se limitó a hablar de una reorganización de la institución que dirige desde el 2 de febrero de 2015 y, pese a que no se llegó a acuerdos concretos con los actores involucrados, su aporte sería la conformación de comités consultivos, que darían asesoría técnica a las organizaciones gremiales citadas, afirmó el dramaturgo Javier Cevallos Perugachi, miembro de la Fundación Quito Eterno, cuya actividad “se ha tomado las calles” para realizar rutas educativas en las que interpreta, con otros personajes, papeles históricos y fantásticos del Quito tradicional.

Con 22 años de experiencia sobre las tablas, fijas o itinerantes, Cevallos recordó las épocas pasadas, “antes del boom de las iglesias universales, donde la realidad del teatro nacional era la de los antiguos cines devenidos en escenarios de ocasión: viejos pisos de madera, viejas butacas, iluminación ‘hazla-tú-mismo...’ y telones raídos”. (I)

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