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Entrevista / Roberto Ramírez Paredes / Escritor ecuatoriano

"La historia es como una creación del doctor Frankenstein"

"La historia es como una creación del doctor Frankenstein"
Fernando Sandoval / El Telégrafo
08 de julio de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

La escritura es una constante en la vida de Roberto Ramírez Paredes (Quito, 1982), quien dice que “trabaja para comer y escribe para vivir”. Siempre lleva un diario y la construcción de historias ficticias se ha robado su tiempo en periódicos, universidades y hasta oficinas.

Un día visitó la casa del historiador Josep Fontana, en Cataluña, para darle verosimilitud a un sueño que había tenido a fines de 2009. Mientras dormía, Ramírez Paredes se había imaginado a sí mismo como el testigo de una “transacción fraudulenta”: en una esquina, dos tipos intercambiaban dinero por ilustraciones. Una portada de novela se negociaba en medio de balas perdidas y bombas implacables. La empresa, imposible e hilarante, tenía que situarse en la historia.

Si hubo un pueblo de judíos alemanes a quienes no alcanzó el nazismo sino hasta el final de la primera mitad del siglo XX, tenía que haber estado en un lugar perdido en los bosques bávaros, concluyeron novelista e historiador, que habían indagado en las posibilidades de la Segunda Guerra Mundial.

La ruta de las imprentas (Universidad Veracruzana, 2015) se publicó en México y se presentó en Ecuador, en la librería del Fondo de Cultura Económica. El autor desempolvó para este diario el mapa de Fernhausen, una tarde lluviosa y soleada, en su casa quiteña poblada de libros.

La historia suele ser tormentosa...

Mi novela trata sobre lo que pasa con la historia oficial cuando es contada por monstruos, cuando es escrita en piedra por gente que no es digna. Tratar de entender el sueño que tuve también me motivó a escribir este libro, mientras recorría y estudiaba en Barcelona.

Tu novela es la búsqueda de un historiador inglés en el pasado de Alemania. ¿Qué encontraste en las crónicas de guerra y diarios que leíste antes de escribir esta obra?

Me di cuenta de que después de la guerra la gente se queda en silencio. No habla durante mucho tiempo. Pero después querían lanzarlo todo, escribiendo sus memorias o testimonios. Víctor Vogel (personaje secundario, a quien investiga el protagonista) inspiró a los habitantes de Fernhausen a que escriban y, de alguna forma, logra su cometido años después, cuando, en los sesenta, empiezan a aparecer biografías que atraviesan la Segunda Guerra Mundial. En la búsqueda del escritor escurridizo entra la vida del historiador que tampoco es inocente.

¿A qué se debe ese silencio posterior a las guerras?

Quizás es para asimilar el golpe [...] A ese silencio lo veo por el lado del lenguaje. Si estás en la guerra te callas, pero después de ese proceso traumático, lo nombras para poseerlo y eso lo haces con el lenguaje. Ahí entras en plena conciencia de lo que has pasado. Es casi natural que una persona escriba o cuente sus traumas. Nombrar los problemas es la primera forma de superar algo, de romper el silencio.

¿Mientras estabas en Cataluña te preguntaste por los silencios en torno al posfranquismo?

Como el País Vasco, esa región es más peleada con los restos del franquismo que el resto de España. Pero lo curioso es que no se habla abiertamente sobre aquello. Fontana, por ejemplo, les decía a sus alumnos que podían preguntarle sobre cualquier tema histórico —de hecho, estaba preparado para responder casi todo, es un erudito— pero exceptuaba al franquismo. España padece este silencio. Cuando muere Francisco Franco (1982), la gente que estaba involucrada con él no se fue, sino que pasó a formar parte de partidos democráticos. Entonces, no hubo una transición real de una dictadura a un régimen democrático y la monarquía estuvo siempre presente. En Barcelona todavía hay silencio cuando ya se debería empezar a hablar, a criticar ese período de la historia reciente.

En tu relato confluyen otras obras. ¿Cómo encaja la intertextualidad en una novela histórica y realista?

La labor de los historiadores sigue un esquema así: toman pedazos de ciertos libros, de legajos, archivos, escritos, recortes de periódicos y levantan una versión oficial con base en retazos. De manera que la historia oficial es una especie de creación del doctor Frankenstein. Si iba a contar la historia de un historiador e iba a reflexionar sobre su oficio, no me quedaba otro camino que hacer lo que ellos hacen. Si se me ocurría algo, era probable que lo terminara poniendo, como el sueño, un árbol genealógico o el catálogo de libros de Fernhausen que, por cierto, me divertí muchísimo escribiendo.

Hiciste ficción a partir de un sueño. ¿Crees en el escritor como médium?

Sí. Aunque me parece una idea un poco romántica, pienso que hay una historia en el aire y, de pronto, esta escoge a alguien para que la cuente. Los temas tienen mucho que ver con las obsesiones de uno, pero también con lo que uno está atravesando en el momento de concebirlos. [...] Tengo cierto gusto por quienes emprenden empresas absurdas, como Vogel, que quiere publicar una novela en medio de la guerra, en la imprenta de un pueblo destrozado. El protagonista inglés habla en un español que lo traduce, sin tono, sin coloquialismos.

Tengo otras novelas (inéditas) en que los personajes también levantan proyectos que no son redituables o bien vistos por la sociedad. Me atrae eso, iniciar algo teniendo todo en contra, sabiendo que puedes fracasar, eso es como la literatura, lanzarse al vacío. (F)

Datos:

Roberto Ramírez Paredes (Quito, 1982) estudió Literatura en la Universidad Católica del Ecuador y Creación literaria en la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona.

La ruta de las imprentas es la primera novela del autor quiteño. Otras 3, inéditas, no tienen que ver con la guerra, pero en una quinta retoma esta temática.

En el libro, Ramírez Paredes narra las pesquisas que emprende un historiador inglés, en los noventa, para reconstruir la vida de Víctor Vogel, escurridizo escritor alemán que se lanzó a la cruzada de encontrar una imprenta que publicara su novela en medio de la Alemania destrozada por la Segunda Guerra Mundial.

Durante su presentación, en el Fondo de Cultura Económica, de Quito, la obra fue comentada por el poeta César Carrión y el escritor Fernando Balseca Franco.

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