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El Telégrafo
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La linares y maría joaquina en la vida y en la muerte fueron comentadas por sus autores

Iván Egüez y Jorge Dávila marcaron una ruptura en las letras del siglo XX

De izquierda a derecha, Iván Egüez, Cecilia Ansaldo y Jorge Dávila Vázquez durante el conversatorio literario.
De izquierda a derecha, Iván Egüez, Cecilia Ansaldo y Jorge Dávila Vázquez durante el conversatorio literario.
Foto: William Orellana/El Telégrafo
09 de septiembre de 2016 - 07:04 - Redacción Cultura

Ambas obras son ‘cuarentonas’ y ganaron el premio Aurelio Espinosa Pólit; ambas tienen a una protagonista de nombre María, están ambientadas en la Sierra, pero fueron escritas por diferentes autores. Se trata de La Linares, de Iván Egüez (Quito, 1944), y María Joaquina en la vida y en la muerte, de Jorge Dávila (Cuenca, 1949).

Por estas similitudes, la Feria del Libro de Guayaquil (FIL) las hizo coincidir nuevamente en un conversatorio que tuvo como eje evocar la trascendencia de esas novelas en la narrativa ecuatoriana del siglo XX y la importancia para sus autores.

Cecilia Ansaldo, crítica literaria que estuvo a cargo del diálogo simultáneo, inició el conversatorio rememorando el origen de las obras y el trayecto que han recorrido en estos 40 años. Considerando que La Linares fue premiada un año antes que María Joaquina en la vida y en la muerte, la primera añoranza le correspondió al autor quiteño.

La Linares se presentó a la primera convocatoria del Espinosa Pólit, en 1975, y el premio se hizo público en noviembre de ese año. Desde esa primera edición que realizó la Universidad Católica se suscitaron algunos hechos que facilitaron la difusión del trabajo.

Uno de los principales sucesos -recordó Egüez- fue la impugnación del premio, no a él sino a la Universidad pues hubo gente que cuestionó que un centro de estudios católico reconociera a una obra cuya protagonista era una “mujer pública” (una prostituta).

La obra trata sobre la vida, entre 1920 y 1950, de María Linares, una mujer que es el centro de atención de todos debido a su hermosura. Ambientada en esas épocas, en ella se detalla la masacre de obreros de 1922, en Guayaquil.

Quienes criticaron la novela escribieron una carta de protesta que llegó hasta el Vaticano pero, según Egüez, luego se supo que todo era parte de una campaña contra el rector de la institución educativa, el filósofo Hernán Malo González, pues los firmantes -entre las cuales figuraba una condesa- ni siquiera habían leído la obra.

Esta coyuntura fue aprovechada por el escritor quiteño, quien de inmediato hizo una segunda edición a cargo de la editorial que, ese mismo año, había publicado El Festín del petróleo, de Jaime Galarza Zavala, considerado el primer libro en tener una edición de 10 mil ejemplares.

“Luego de eso tuve la suerte de sacar publicaciones masivas. Una fue con diario El Universo, creo en 2001, pero en formato suplemento, con ilustraciones. En aquella época había el suplemento Semana y este fue reemplazado por la publicación de novelas breves, entre ellas La Linares. Creo que este fue el primer esfuerzo de llevar a los colegios la cultura, ya que venían con un banco de preguntas para que los chicos pudieran trabajar en torno a ellas”.

La segunda edición masiva de la obra -ha tenido cerca de 18- estuvo a cargo de Casa de las Américas, en Cuba, donde compitió en el ranking de obras más leídas junto con Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano.

La obra también tuvo lo que su autor llama “ediciones cautivas”. Es decir, restringidas para el público, como cuando lograron que los sindicatos, en vez de poner un frasco de salsa de tomate o de aceitunas en las canastas navideñas, ponían un ejemplar de La Linares.

Sobre María Joaquina en la vida y en la muerte, Dávila Vásquez señaló que su obra, aunque no ha tenido las mismas ediciones y difusión que la de su par quiteño, continúa presente en los escaparates.

En ella se narra historia de la relación amorosa entre el dictador De Santis y su sobrina, María Joaquina. Cuando ella regresa de sus estudios de Europa, atrae la atención y el interés sexual de su tío. Todo el conflicto originado por la dictadura desemboca en una mayor crisis cuando él intenta casarse con su sobrina, y la Iglesia católica no se lo permite.

“Yo siempre he sostenido que es un relato de ficción sobre hechos históricos del último tercio del siglo XIX en el Ecuador. He tenido gente que se ha peleado conmigo porque me acusan de haber deformado a ciertos personajes. Incluso alguien llegó a calificarla de novela infame. También un caballero me escribió unos emails diciendo que yo había osado profanar la imagen de Marietta de Veintemilla. Hay una referencia a ella en el personaje de María Joaquina, pero también lo hay con el dictador Veintemilla, a Alfaro, a Montalvo, pero solo son parte de un realismo mágico muy intenso, donde todo es invención”.

Ansaldo corroboró la polémica suscitada en torno al libro, pues a ella también, luego de escribir un artículo celebrando los 40 años, un lector le mandó una copia del recorte en el que se la calificaba de “novela infame”.

“Nuestra generación estuvo tocada por un hecho importante en América Latina, la Revolución Cubana, que dio un giro a la historia en el sentido de volver a mirarnos hacia dentro, con pensamiento propio. Ese hecho en lo cultural tuvo mucha significación y todos, de alguna manera, estábamos pendientes de lo que sucedía en las letras panamericanas. Casa de las Américas fue como el Ministerio de Cultura para los escritores de la época. Señalo esto porque coincide con un parteaguas en nuestra literatura: adelante de nosotros había una generación con bastante peso, que era la del 30. Lo de nosotros fue un heredar, pero también un renegar de un realismo demasiado maniqueo con los indígenas. Pensábamos que se había extremado ese discurso, que ya no solo era literario, sino panfletario”, reflexionó Egüez.

Como respuesta a esa situación, el actual director de la Campaña de Lectura Eugenio Espejo aseguró que ellos, los de su generación, decidieron coger “lo mejor, lo más nutritivo”, y emprendieron con una voz propia su andamiaje por el lenguaje, lo cual se puede notar en La Linares, considerada una obra pionera en la narrativa barroca del país; y en María Joaquina, que redibuja la forma en cómo se representaba a la mujer y se narraba la historia.

“A los cuarenta años nosotros sí podemos ver que se dio un corte a nuestra narrativa, pasamos a usar herramientas más literarias y a despreocuparnos del mensaje político, al punto que no nos gustaba que nos preguntaran cuál es el mensaje. Una vez me preguntaron eso y yo dije: señor, yo no soy mensajero”, manifestó Egüez.

Dávila, al ser consultado si su obra -a la cual él mismo la inscribe dentro del realismo mágico-, es producto del boom latinoamericano, precisó que no tiene reparo en reconocer que su generación es hija del realismo. “Cierto que tenemos una deuda con nuestros tíos inmediatos, a quienes yo he llamado el grupo de la transición, César

Dávila Andrade, Arturo Montesinos, Alfonso Cuesta y Cuesta, Walter Bellolio, Alsino Ramírez. Ellos son una especie de filtro entre la generación del 30 y su realismo excesivo y lo que viene luego”.

“Tanto La Linares -aunque Iván se ha defendido un poco de este término de realista- como María Joaquina son novelas realistas y neobarrocas. Nosotros nos robustecimos de la preciosa tradición de Don Goyo y Los Sangurimas. El realismo mágico es parte de nuestra identidad, de nuestra manera de ser”, concluyó Dávila Vásquez. (I)

Datos

Iván Egüez es autor de obras que, según Cecilia Ansaldo, pueden calificarse como inmortales, además de La Linares, como El Poder del gran señor y Pájara la Memoria.

Jorge Dávila ha incursionado en todos los géneros literarios, desde la poesía, el cuento, la novela, hasta el ensayo. Algunos de sus últimos títulos son: Personal e intransferible y Árbol aéreo.

Cecilia Ansaldo Briones es profesora universitaria de larga trayectoria, así como crítica literaria. Tiene algunos libros publicados y dirige el espacio cultural Estación Libro Abierto.

Al finalizar del conversatorio, ambos escritores fueron reconocidos por sus obras con una placa entregada por la Municipalidad de Guayaquil, que fue la organizadora de la feria. (I)

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