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Ambrosio Lasso, el ‘Coronel’ de los indígenas

Ambrosio Lasso, el  ‘Coronel’ de los indígenas
27 de noviembre de 2013 - 00:00

Ambrosio Lasso nació en 1902 en una familia de ‘huasipungueros’, campesinos indígenas y pobres que laboraban en un pedazo de tierra perteneciente a la hacienda Pull, cerca de Guamote, antigua población ubicada en el centro de la provincia de Chimborazo. Desde un inicio se asumió como heredero de Rumiñahui, general inca que desafió el poder conquistador de los españoles, y del cacique Francisco Daquilema, quien se rebeló en contra del gobierno de García Moreno en 1871. Siendo todavía niño demostró su rebeldía ante la situación de pobreza y precariedad en la que se encontraba su gente, en un territorio que en 1895 había decidido plegarse a las tropas del Gral. Eloy Alfaro en su avance hacia Quito: con estos antecedentes no tardaría en forjarse un carácter cada vez más combativo frente a la injusticia y los apremios, desarrollando además una creciente capacidad organizativa en la planeación de acciones reivindicativas y de protesta.

Identificado pronto por los hacendados y por las autoridades civiles y policiales, Ambrosio Lasso se especializó en técnicas conspirativas y clandestinas, optando en varias oportunidades por la fabricación y colocación de rudimentarios artefactos explosivos, los que generalmente eran detonados por la noche en contra de las propiedades de sus patrones. Con mucho riesgo ante su propia vida se ocultaba de las persecuciones en las chozas de sus vecinos, gustosos en brindarle refugio, desobedeciendo así las órdenes de los terratenientes y sus aliados, quienes poseían la capacidad de juzgar y provocar la muerte de los indios que poblaban sus territorios.

Analfabeto y sin saberes teóricos, el joven Ambrosio desarrolló sin embargo un tipo práctico de conocimiento, que le hacía percibir la injusticia basada en la explotación y en toda clase de vejaciones y humillaciones en contra de los campesinos: así, gracias a su intuición y a su profunda conciencia social, desarrolló un trabajo eminentemente clasista, sustentado siempre por su clásico grito de guerra ‘Por tierra propia y contra la esclavitud’.

Una de sus primeras acciones tuvo lugar durante el levantamiento en la hacienda Leito, en Tungurahua, cuando su propietario, de origen colombiano, se negó a la petición de los campesinos que reclamaban por el aprovechamiento de unos afluentes cercanos. El reclamo se nacionalizó en 1923 cuando un grupo de 70 soldados del Ejército, con la connivencia del jefe político de la zona, asesinó a varios comuneros. Si bien el movimiento reivindicativo no triunfó, contribuyó en cambio a darle un alcance cada vez más amplio al liderazgo de Ambrosio Lasso.

Él se asumió como heredero de Rumiñahui, general  que desafió el poder  de los españoles.A finales de la década del 20, Lasso ya se había convertido en uno de los principales referentes de las luchas indígenas en la provincia de Chimborazo: fue así que se ganó su título de ‘Coronel’, con el que sería popularmente reconocido de ahí en adelante, no solo por su propio pueblo, sino incluso por las autoridades nacionales. Aun con la fama bien ganada, continuó viviendo en la pobreza, sin recibir sueldo alguno, y preocupado por mejorar la situación de los campesinos, sobre todo, por medio de condiciones laborales más justas y, principalmente, a través de la reforma agraria.

En 1928 Ambrosio Lasso lideró un grupo de ‘huasipungueros’ que se rebelaron en la hacienda Galtes, cercana a la ciudad de Riobamba, y que protestaron por los abusos verbales y físicos, el incremento de las horas de trabajo, las violaciones a las mujeres y las expulsiones de los indígenas de sus propios territorios.

El levantamiento tuvo lugar contra la expulsión de 6 campesinos llevada a cabo por el propietario de la hacienda: la ‘Batalla de Chuquira’ reveló así el importante papel desempeñado por las mujeres en la lucha contra sus enemigos, con aprendizaje de técnicas especiales de combate dirigidas contra ellos. El éxito de la rebelión incentivó la colaboración del dirigente indígena en el armado de otros tantos sindicatos rurales, como fue el caso de la hacienda Columbe Grande.

Sus inclinaciones sociales y el creciente interés en la realidad política del país lo fueron acercando a las filas de la izquierda y del movimiento obrero ecuatoriano, cuyos líderes vieron en él un puente privilegiado para desenvolver la ideología revolucionaria en los sectores indígenas del centro del país. Así, fue uno de los más encendidos oradores del mitin obrero del 1° de mayo de 1934 organizado por el Partido Comunista, del que ya era parte algunos años antes: por su incendiario discurso, en el que describió la situación nacional y la necesidad de lograr la solidaridad internacional con los proletarios de todo el mundo, fue arrestado e ingresado al panóptico de Quito.

Convertido en un peligro para los latifundistas y para varias autoridades provinciales, Ambrosio Lasso fue objeto de la venganza y del revanchismo de todos aquellos que se vieron afectados por su prédica y labor reivindicativa. A fines de febrero de 1935, 3 mayordomos de la hacienda Pull se presentaron en la casa del ‘Coronel’ y, reteniéndolo por la fuerza, violaron a su esposa en su presencia. La reacción indignada de los campesinos no se hizo esperar: un levantamiento campesino, masivo en la hacienda y tierras aledañas, tendría como respuesta la muerte de 6 indígenas y la quema de innumerables chozas, entre ellas, la del ‘Coronel’, quien además fue arrestado y conducido a la cárcel.

Su caso pronto tomó repercusión nacional y varias figuras públicas salieron en su defensa: uno de ellos fue Joaquín Gallegos Lara, escritor y dirigente comunista que en los últimos tiempos había forjado una estrecha amistad con el líder indígena, y quien se encargó personalmente de organizar la defensa obrera y campesina en Guayaquil para exigir su liberación. En el artículo titulado “La libertad de Ambrosio Lasso”, Gallegos Lara convocó a que “cada ecuatoriano que ame a su tierra y la ame como una tierra de civilización, se junte a los que protestamos por la prolongación, inmotivada y protegida sin pretextos, de este bárbaro encierro”. Dirigió el llamado a hombres y mujeres, intelectuales y obreros de toda América que “agitarán y reclamarán por nuestro joven jefe indígena bárbaramente encarcelado”. La nota fue publicada en marzo de 1936 en Ñucanchi Allpa (Nuestra Tierra), periódico editado por el PCE bajo la dirección de Nela Martínez, y que al estar escrito en castellano y quichua se presentó como vocero de los reclamos indígenas y campesinos del Ecuador.

Pese a las nuevas detenciones de su máximo líder, frecuentemente en las cárceles de Guamote y Riobamba, y por causas y delitos totalmente armados como el de ‘robo’, la lucha prosiguió hasta ser constante en la provincia de Chimborazo. Indoblegable y con una creciente popularidad, Ambrosio Lasso fue trasladado al Oriente y también a la colonia penal de las Galápagos, convirtiéndose en uno de los primeros dirigentes comunistas en ser recluido en ella.

Ni las torturas ni las golpizas ni los encarcelamientos hicieron retroceder a Ambrosio Lasso, quien para la década del 40 proyectaba su imagen a nivel nacional como uno de los principales referentes de las luchas indígenas y campesinas, en tanto que su intervención y experiencia eran solicitadas desde distintos poblados y localidades para la conformación de sindicatos. Participaría así como delegado de los comuneros de Galtes en el primer congreso ecuatoriano de indígenas organizado por el Partido Comunista en 1944 en la Casa del Obrero en Quito. Junto con otros dirigentes como Jesús Gualavisí, Dolores Cacuango y Agustín Vega dio vida a la Federación Ecuatoriana de Indios (FEI), la que tuvo por objetivos generales “realizar la emancipación de los indios ecuatorianos, elevar su nivel cultural y moral, conservando lo bueno de sus costumbres e instituciones, contribuir a la realización de la Unidad Nacional y establecer vínculos de solidaridad con todos los indios americanos”. La FEI se encargó por tanto de levantar la lucha por la reforma agraria, la liquidación del ‘huasipungo’ y otras formas de servidumbre semifeudales a las que estaban sometidos los indios ecuatorianos.

Los siguientes años fueron todavía de rebeldía y de protesta, con un Ambrosio Lasso cuyas luchas ya habían trascendido las fronteras ecuatorianas. En 1951 volvió a levantarse y una vez más fue encarcelado, cumpliendo así nada menos que cuarentaiuna entradas en distintas prisiones del país. Interesado cada vez más en la literatura soviética y china, su labor fue reconocida por los gobiernos de Brasil y de Panamá. En 1961 fue uno de los organizadores de la marcha de 10 mil indígenas a la capital en demanda de la tantas veces postergada reforma agraria. La vida de este dirigente finalmente se apagaría a principios de la década del 70 sin haber visto cumplido su sueño de una mejor situación para los campesinos e indios del Ecuador.

Sin duda, el ‘Coronel’ fue una figura legendaria en la historia del Ecuador del siglo XX, un hombre a quien desmintiendo nacimientos y edades, incluso se le atribuyó una relación de compañerismo con don Eloy Alfaro y con Alejo Sáez, jefe indio y uno de los principales colaboradores del Viejo Luchador. Para recordarlo, vale la pena leer el párrafo final del artículo “Ambrosio Lasso”, escrito en 1936 por su gran amigo Joaquín Gallegos Lara como sección de su Biografía del pueblo indio:

“Su silueta rebasa los muros grises de la cárcel. Por encima de ellos atisba las alturas de su tierra desnuda. Las ve cubrirse de indiadas luchadoras e innumerables, en su futuro por el que ha luchado y por el que está allí. Por el que luchará. Ve más allá las ciudades tumultuosas, donde ha encontrado siempre abiertos fraternales brazos de obreros. Ve a su compañera aguardándolo en los escombros de su choza incendiada. Y a la orilla de un camino bordeado de pencas, una roja flor de cacto, la flor volcánica de América”.

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