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El Telégrafo
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Una composición que confluyó en un collage de estilos musicales

Una composición que confluyó en un collage de estilos musicales
08 de abril de 2012 - 00:00

Todo estaba listo para dar inicio al “Concierto de Campanarios-Cantata de Ramos”; la plaza San Francisco lucía adornada con un gran escenario, recubierta de luces, en donde los diversos grupos a formar parte del evento confluían en una suerte de cuadro alegórico.

Varias campanas  -Dolorosa del colegio, Santa Zita, patrona de las Sirvientas Esclavas del Niño, Santísima Virgen de la Luz y la Sagrada Familia, Mariana de Jesús, patrona y Azucena de Quito; y San José- estuvieron instaladas en la altura derecha e izquierda del escenario, dando la idea de una torre construida solo para dicha representación.

El público llegaba mientras se daban los últimos ajustes para empezar con el concierto más importante de la Semana Santa y, por ende, uno de los más representativos del XI Festival de Música Sacra. Marcelo Beltrán fue el encargado en esta ocasión de entregar a los presentes una muestra inspirada en la liturgia del Domingo de Ramos.

La recreación de las alegorías a manera de evocaciones de cada uno de los sucesos narrados en el evangelio, desde la entrada de Jesús a Jerusalén hasta su muerte en la cruz, fue elaborada con el cuidado que merece una obra de arte, pero con la diferencia de que  podía ser palpada y sentida en vivo y en directo.

Los danzantes se apoderaron del escenario del histórico parque San Francisco, convergiendo entre las notas hechas música que emitía la Banda Sinfónica Metropolitana, conjuntamente con la Orquesta de Instrumentos Andinos y la Escuela Lírica.

Voces recreadas por el Coro Infantil y el Coro Mixto Ciudad de Quito, ingresaban en la psiquis del espectador, quienes no solo se deleitaban de la puesta en escena a cargo de la Compañía Nacional de Danza, sino también de la convergencia de los sonidos que irrumpieron el silencio con su collage musical.

El testimonio de la resurrección como fundamento del cristianismo fue representado por un Cristo que volaba por las alturas del escenario, a través de una danza de telas que representaba la esperanza de que la vida eterna es posible para los creyentes.

La estruendosa resonancia de los campanarios hizo que el público permaneciera atónito, con la mirada hacia las alturas donde reposaban las campanas. Un proceso que indicaba que el momento de la obra ha llegado a su punto final y que los cristianos inician su camino de representaciones por motivo de la Semana Santa. El evento concluyó con juegos pirotécnicos.

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