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Un regalo impagable, palabras y expresiones; otras nostalgias

Un regalo impagable, palabras y expresiones; otras nostalgias
16 de julio de 2011 - 00:00

Bolívar  Echeverría -filósofo,  académicamente  formado  en Alemania, nacido en 1941 en Riobamba y fallecido  en México DF en 2010, estudioso  del marxismo, maestro e  investigador  de  la materia en la Universidad  Nacional  Autónoma de México  y autor, entre  muchos  más, de libros  tan valiosos  como  El discurso  crítico de Marx, Definición de la cultura  y La modernidad de lo barroco- es tal vez  el más ilustre  desconocido  de  nuestras  figuras   intelectuales   que  brillaron   (y brillan) en el extranjero.

Busqué  libros  suyos en Guayaquil y no encontré  ninguno. Fue como pedirle  peras al olmo. Por eso le agradezco tanto  a Pocho Álvarez, quien  encontró  tres  en Quito –Modernidad y blanquitud, Vuelta  de siglo y el estudio  introductorio de  La obra de arte en la época de su reproductibilidad  técnica de Walter Benjamin-, que  me los trajera de regalo.

Pepo (y cuarta) y pasemos a otra cosa.

¿Por qué caemos  guarda  abajo en Guayaquil?  No sé, responde  un  recién  llegado  al puerto.

La expresión  es  popular  y la gente  la dice  sin  ninguna  duda: “Me fui guarda  abajo”, es decir  me  caí, a pesar de al menos  siglo  y  medio  de su origen,  allá  por el XVIII, cuando  los  que vivían en  planta  alta echaban  a la calle,  al grito  de  “guarda  abajo”, el contenido  de sus bacinicas . En  México se hacía  lo mismo  al grito de “aguas”, esto es, “cuidado”, mientras  en el Ecuador quería decir “cuidado  abajo”.

Así, por obra y gracia de la lectura  en tanto integrante  del signo  y completadora del sentido del texto,  hay  palabras  que a pesar de su origen  inocente  y hasta tierno, como  “cojudo”, que se refiere  al ternero  recién  nacido que se para temblecoso  y está cojudo (tontito), se vuelve  mala  palabra  porque  se la liga  a cojones.

Ya hemos  conversado sobre la palabra  atorrante, de procedencia  argentina, y de chévere  y mesié  Chevré, el francés  al que  los cubanos le decían  “chevere” y era muy chévere, y a todo lo que era como él  terminaron diciéndole chévere.

¿Qué tiene  que ver el “arroz  con chancho” con la homosexualidad?

¿Por qué  el  guayaquileño,  al referirse   a los  gays, dice que  les  gusta el arroz con chancho?

En Guayaquil universal, entre  la literatura y la historia (Libresa, colección Antares, Quito 2009), encontramos  la respuesta .         

En efecto, en  el capítulo  “Guayaquil, la  ciudad  de los  apodos”, leemos: “Dice   Pérez  Pimentel  que  por los años veinte del siglo anterior vivía  en Guayaquil un  serrano  de nombre  Gualberto. El guambra  tenía  una fonda  en Clemente  Ballén  y Pedro Moncayo. El sitio ganó fama  gracias  a su delicioso  arroz  con chancho.  Hasta que un crimen  cometido en dicho  lugar sacó a flote  que Gualberto era homosexual y a sus  amigos  que  lo visitaban  convidaba  un plato de arroz con chancho.  De  ahí  la resbalosa fama del potaje”.
Además, es cierto  que Guayaquil es  la ciudad  de los  apodos.

Ahí les mando  unos cuantos: “cara e’guante”, “mango  triste”,  “pata  e’loro”, “mano e’gancho”, “perro  peinado”,  “caldo e’bolas”, “gallo  hervido”, “brisa   hedionda”,  “tarzán de bonsai”, “nalga  e’piano”.

También es  una  expresión de uso popular  “Sapo de la Grecia“, para referirse  a alguien   muy  inteligente, mentalmente ágil, vivo, sin un pelo de bobo, lúcido.

¿Qué  tiene  que ver Grecia con los sapos? Muy simple: un sapo  en el habla  costeña del Ecuador  es un sabido.  Y si es de la Grecia  se eleva  a sabio, lo que nos permite  suponer  que  tal vez  provenga  el dicho de los siete  sabios de la Grecia  Antigua,  citados  por Platón.

¿Qué es una “selemba“?   En el diccionario no existe. Sin embargo, no hay  puteada mayor, que  “por la selemba puta”. Arcano del habla popular que no se ha dejado desentrañar.   

Tampoco sabemos la procedencia  de  Ufredo   Basilio, Rognny, Ulbio, Fulvio, Conrado, Gervasio, Cornelio, etcétera. Son  simples nombres. Son raros  o ambiguos,  pero son como monóculo  de  cuyo uso y lugar de uso  podríamos  dudar. O el ningún  valor de la güeva izquierda  que dicen  los chilenos, que  no significa   más  que cero a la izquierda.

Y basta de olvidos  y nostalgias.

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