“Te llevaste mi corazón”, con esa frase despidió Piedad Salas a su esposo y confidente, Jorge Swett, antes de que sus nietos cerraran la bóveda en donde depositaron sus restos.

El reconocido muralista, quien falleció el pasado viernes por cáncer al sistema linfático, fue trasladado desde la sala exclusiva número dos de la Junta de Beneficencia de Guayaquil hasta la puerta nueve del Cementerio General, en donde familiares, artistas amigos, compañeros de trabajo (obreros) y estudiantes de Swett le dieron un “hasta luego”.

Cientos de personas se congregaron en la sala de velaciones entre la tarde y noche del sábado, y la mañana de ayer, para velar los restos de quien embelleció a Guayaquil con sus murales por 67 años (la tarde del viernes y mañana del sábado sus restos estuvieron en la Casa de la Cultura, Núcleo del Guayas, entidad que presidió).

Swett, quien consideraba que las cosas se predican con el ejemplo, murió a los 87 años. Dejó un legado de más de 120 murales y la herencia del talento en su hijo, Carlos Swett, y su nieto, Carlos Andrés Swett Grijalva.

Antes de cerrar el ataúd, uno de sus nietos se despidió agradeciéndole en nombre de todos por sus grandes obras, excelente calidad humana y buen corazón, después depositó en su pecho uno de los dos libros que el muralista publicó en  2004, “Ciertas partes de la vida”.

José Hernández, ex alumno de Swett, de la Universidad Católica, acudieron al velatorio para despedir a quien fue su maestro y recordó la pasión y vocación que el muralista tenía al momento de impartir sus conocimientos. “Fue un hombre con un talento extraordinario, pero con una sencillez única. Su capacidad y generosidad a la hora de transmitir su saber lo hicieron uno de los profesores más queridos de la universidad”, comentó Hernández.

Durante la caminata desde la sala de velación hasta la bóveda, los asistentes aplaudían y a la voz de “Viva Jorge Swett, viva el gran maestro”, rendían homenaje al muralista de la ciudad.