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El Telégrafo
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Sobre lo bien que hablamos y varias cuestiones aledañas

Sobre lo bien que hablamos y varias cuestiones aledañas
16 de diciembre de 2012 - 00:00

Resulta que van a ejecutar (¿a ajusticiar?)  a un burro que no le sirve a su dueño: nadie quiere hacerse cargo de él porque es terco, como cualquier burro que se respeta, y se niega a trabajar pues, como el gitano de la canción, dice (¿?) que “nació cansao”.        

Puesto que mantenerlo vivo cuesta algo de dinero (no mucho, pero su propietario es pobrísimo) han decidido matarlo. Para ello han construido una horca con todas las comodidades para que el animal no sufra. Naturalmente hubo protestas, y una señora (lo hizo ante las cámaras de la televisión) manifestó indignada: “Cómo van a matarlo al pobre, si es un ser humano”.       

Y así, sin querer queriendo, me doy de hocico con la palabra aledaño, que uso bien, pero sin conocer exactamente su significado. Al Pequeño mataburros ilustrado, entonces; y me entero de que quiere decir “de al lado”, esto es, muy cercano, colindante.       

¿Qué es lo más cercano, lo más pegado al habla de nuestra gente, lo aledaño a su tautológica sustancia, a su confusionismo congénito? Me parece que la cursilería. Y Quito es “la carita de Dios”, Guayaquil “la perla del Pacifico”, Cuenca “la Atenas (¿la Apenas?) del Ecuador”, etcétera, etcétera, etcétera, y no contentos con creernos la Luz de América, nos proclamamos un país de triunfadores, reducidos a una mínima expresión territorial, mutilados en una secuencia de derrotas fronterizas.         

A pesar de lo anterior somos proclives a burlarnos del prójimo (también del lejano) y decimos, por ejemplo, que el portugués no es más que un castellano mal hablado, que la raya del peinado es para los lusitanos el “camino da piojos”, que el suspensorio es el “brassier da bolsas”; una lavativa o enema, la “mamadeira do traseiro”, una pluma fuente, un “canuto tinteiro”; que son tan ampulosos que no dicen una docena sino “dos medias docenas” y que  con paciencia y saliva un elefante violó a una hormiga, lo que sería “extremadamente gravísimo” (¿?) para un locutor televisivo local y haría al paquidermo “demasiado feliz” (¿?).                  

Tras los siglos de dominación mora España fue el único país con hidalgos,  es decir, “hijos de algo”, consecuencia de la paternidad irresponsable de la época.  Se adquiría esa calidad por los hechos personales (servicios al rey, al país, a la comunidad) hasta los humildes “hidalgos de bragueta”, que eran los que engendraban uno o varios hijos varones.

En América –en la misma línea pero con un agregado racista- apareció  el  chulla, de paternidad dividida: niega a la madre, que lo acoge y es aborigen o criolla, y quiere ser como el padre, que es español. Según el mataburros es, en Ecuador y Perú, un individuo de clase media. Chullo en cambio, también palabra quechua,  es un argentinismo que significa “el que ha  perdido su par. Ejemplos:  “chullo zapato”, “chullo calcetín”.       

La utilización literaria del chulla – El chulla Romero y Flores, la novela  de Jorge Icaza, por ejemplo– y su conducta real han derivado al chulla  a ser un personaje único, genio  y figura de la picaresca capitalina, depositario del sentido del humor  (la “sal”quiteña), lleno de viveza, simpatía y audacia, quien  es homenajeado y popularizado en numerosas canciones, anécdotas, chistes y otras formas  de difusión.       

Para terminar esta enumeración de cuestiones aledañas  a lo mal que hablamos (pero de frente, sin  pelos en la lengua), debo referirme a la visión unilineal que se tiene de Guayaquil: ciudad de comerciantes, dicen, sin otro interés fuera del mercantil y el dinero, lo que es falso porque el puerto produce los mejores narradores del país: Pareja Diezcanseco. Gil Gilbert, Gallegos Lara, Aguilera Malta… pintores (Rendón, Tábara), cantantes (Julio Jaramillo, Olimpo Cárdenas), deportistas de nivel mundial: Pancho Segura, Andres Gómez, Spencer, los grillos Gilbert… además  de mujeres bellas y de espléndidos cuerpos. 

He dicho, manifestó el ratón ante un público de gatos encolerizados que querían comérselo. En México estos viven, como las empleadas domésticas, en las terrazas de los edificios, que es donde tienen sus cuartos, y son tan sirvientes como ellas, con oficios de guardianes, delatores y hasta de policías.Asustado, el ratón se persignó.Y calló para siempre.

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