'Sangre de Spondylus' sacude el tablero

“Hay que dar un remezón a la población, la gente aún tiene en su mente la idea de los poetas modernistas, hay que sacudir el tablero”, dice el escritor Luis Carlos Mussó, quien se tomó durante ocho meses la tarea de hacer una muestra de poesía ecuatoriana reciente.

Con ella aparece el trabajo de 12 poetas con voces y fuerzas dispares en la antología Sangre de Spondylus. Esta se publica en formato digital a través de la revista cultural, especializada en literatura y artes relacionadas Vallejo & Co., que lleva el poeta peruano Mario Pera.

Esta es la cuarta publicación de una selección de poetas que surgen en la contemporaneidad. Las anteriores, también en formato digital e-book, han sido trabajadas desde Perú, con Mirando sobre el heno; en Argentina, a través de El hilo dorado; y en Venezuela con Destinos portátiles. El trabajo que distintos autores han realizado durante los últimos dos años piensa replicarse en toda América Latina. “La idea es catapultar, promover, que la mirada pública se vuelque sobre estas voces de jóvenes”, dice Mussó. Y añade: “En el caso de Ecuador, el spondylus es un molusco que, en parte, representa nuestros orígenes, las relaciones entre esta y otras tierras. Por consiguiente, la sangre es la esencia de dicha representación”.

Los poetas seleccionados podrían pensarse como una sub-35. “Se trata de una generación que innova, que ha asimilado, pero que al mismo tiempo rompe los paradigmas de la tradición poética de su país para forjar una voz poética cada vez más atendible. Y la deuda con su tradición es grande”, dice Mario Pera en el prólogo. En Sangre de Spondylus aparecen poetas que, según constata su propio curador, podrían pensarse como emergentes, pero algunas de estas voces dejaron de ser promesas para convertirse en la realidad de la poesía local.

En la antología están presentes los trabajos inéditos y ya editorializados de María de los Ángeles Martínez (Cuenca, 1980), “una voz que pretende cuestionar a ese otro interlocutor masculino”; Andrés Villalba (Quito, 1981), que “puede anonadar al lector, pero no lo deja impávido”; Fernando Escobar Páez (Quito, 1982) con una poesía que “llena un espacio en el que la procacidad y las parafilias conviven sin remedio”; Santiago Vizcaíno (Quito, 1982), “contundente y maduro cuando metaforiza”; Freddy Ayala (Aláquez, 1983), que “demuestra preocuparse peculiarmente por el sistema a través de una dolorosa reflexión con que asume su registro del mundo”; Andrea Crespo (Guayaquil, 1983), “constata desde una simultaneidad de pulsiones la configuración del sujeto moderno”.

Aparece Víctor Vimos (Riobamba, 1985), con su añoranza de la memoria. “Antes de sorprendernos con la noticia de su muerte, Kelver AX (Loja, 1985) figuraba en esta antología”, explica Mussó, quien en su trabajo apostó “deliberadamente a un discurso poblado de desafíos sintácticos y tipográficos que perturban al lector”. Le siguen Agustín Guambo (Quito, 1985), Pablo Flores Chávez (Quito, 1988), Calih Rodríguez (Macas, 1988) y la obra revitalizadora de Luis Franco González (Salinas, 1988). (I)