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El Telégrafo
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Relato de libertad perdida

Relato de libertad perdida
14 de enero de 2014 - 00:00

No hay nada más odiable que la esclavitud, en cualquiera de sus formas… En fin, tres cosas son las que se puede sentir luego de ver el filme Doce años de esclavitud (12 years a slave, en su título original) de Steve McQueen, y esas tres cosas son: resentimiento, rabia y frustración. (Ver el trailer del filme aquí)

Claro que también se puede sentir compasión por Solomon Northup, el negro nativo de Nueva York, que fue engañado por un supuesto par de artistas ambulantes y luego vendido como esclavo en el sur de Estados Unidos, sin posibilidad alguna de mostrar los papeles que confirmaran su verdadera identidad y condición de hombre libre.

Pero, considerando que este es otro de los filmes a cargo de Steve McQueen, el hombre responsable de Hunger y Shame, se entiende que el causar compasión no es el objetivo del relato audiovisual, que tan solo por esta vez, no es tan innovador como McQueen ha intentado ser en todos sus filmes.

Es cierto, hay más que un rostro o una mirada detrás de un primer plano y eso es lo que más trabajan el director de fotografía Sean Bobbitt y McQueen.

Después de todo, la historia de Northup, renombrado como Platt en sus doce años de esclavitud, es una de dolor interior, de sufrimiento interno y de remordimiento por no ser capaz de hacer algo más que agachar la cabeza para sobrevivir día a día.

Northup fue un ser real y escribió la novela 12 años de esclavitud(en la que se basa la película) para dejar un recuento de su trágica, afortunadamente temporal, historia con la esclavitud como se la manejaba en el sur de Estados Unidos.

Platt, que obviamente sabe más de lo que demuestra, debe observar constantemente cómo los patrones blancos abusan de sus esclavas negras, incluso en el plano sexual, viviendo de cerca la vida sin comodidad alguna de Patsey, la esclava favorita del amo Edwin Epps.

Este último personaje es interpretado con cruel magistralidad por el irlandés-alemán Michael Fassbender, actor fetiche de McQueen.

Su mejor momento es el abrazo de Judas, en una breve caminata lado a lado con Chiwetel Ejiofor (Solomon Northup/Platt), durante el cual confronta a su esclavo rebelde con el total y entero conocimiento de su plan de escape y la completa negación de que algún día pueda ser un negro libre.

Lo difícil a lo largo del filme es seguir el acento sureño de los actores caucásicos y entender todos y cada uno de los motivos egoístas que mueven a sus personajes a ser pro esclavitud y a la vez soldados de Cristo difundiendo la palabra.

Todo asunto tiene dos caras, pero en la trama de 12 años de esclavitud, en escasas ocasiones se alcanza a ver la luz al final del túnel, es decir: cómo se podrá resolver felizmente la historia de Solomon Northup.

El único rayito de sol es un personaje que aparece apenas unos segundos en pantalla, el hombre blanco, trabajador bajo contrato y viajero perenne Bass (Brad Pitt).

La frase de Bass, “a los ojos de Dios, ¿cuál es la diferencia entre un hombre blanco y uno negro?” justifica totalmente la breve presencia del personaje de Brad Pitt en las últimas líneas del relato audiovisual planteado por McQueen.

De hecho, pareciera que en Italia consideraron de suma importancia el rol del personaje de Brad Pitt, pues en el afiche promocional de 12 años de esclavitud que se usó en ese país, aparece enorme la cara de quien en 1999 interpretara a Tyler Durden en Fight Club, en un retrato que se posa sobre el ocaso de las plantaciones del sur de Estados Unidos, mientras que Solomon Northup, el protagonista de la película, camina por un cerrito en un espacio minúsculo del póster.

Lo interesante en cuanto a lo sonoro es el rescate de los cantos que los esclavos negros proferían mientras trabajaban en las plantaciones, cantos que históricamente se conocían como “field hollers” y que dieron pie a lo que hoy en día se conoce como blues.

Otro de los aspectos sonoros importantes son las canciones que entonaban los esclavos durante los ritos funerarios de sus compañeros. Por supuesto, sin que el patrón o capataz de la plantación los viera.
Tampoco es despreciable el retrato de los diferentes contextos en los que Solomon Northup tocaba su violín, en bailes de hacendados sureños, en el norte para amigos y en espectáculos artísticos, y en bailes de esclavos negros improvisados por Edwin Epps y su esposa en su casa, a manera de castigo para los esclavos y diversión para ellos.

En lo visual, resalta el uso de ciertos desenfoques que hacen imperceptibles los cortes entre una secuencia y otra.

Normalmente, la película hace los cortes en planos generales de los negros durmiendo en las improvisadas barracas y encierros que los esclavistas blancos proveían para ellos, y se regresa a la historia con una imagen en detalle que muestra el rostro de un esclavo negro interpretando un canto o trabajando en la recolección del algodón.

Los planos detalles son más que nada para alejar a al espectador de lo doloroso que resulta mostrar lo duro de la esclavitud, dureza que en la novela 12 años de esclavitud es recreada con mayor fuerza que en el filme homónimo.

El mal, aparentemente, inherente a la esclavitud, es resaltado con la exposición de los personajes de Eliza -una madre de dos hijos que fueron vendidos por separado- y Tibeats, jefe de carpintería de la plantación de los Ford, quien no resiste ser latigueado por Platt y busca la forma de vengarse de él a toda costa, sin importar lo que tenga que decir su patrón sobre el tema.

12 años de esclavitud no es un filme para corazones cálidos ni para estómagos débiles. Cuando se hace un plano detalle sobre la espalda llena de cicatrices de una negra recién azotada o un plano general de al menos seis esclavos negros aseándose con agua en balde y trapos ante la atenta mirada del comerciante de esclavos, uno no podría desear nada mejor que mirar hacia otro lado.

El único momento en el que tal vez el amor redime todo es cuando Solomon conoce a su pequeño nieto, nombrado en honor a él, y que ha nacido mientras él vivió como esclavo llamado Platt.

La cámara muchas veces se decanta más por los paisajes del sur de Estados Unidos, pero siempre regresa a los planos cerrados y poco iluminados de Solomon Northup lamentando su destino o de los cuarteles de los esclavos.

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