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La poesía liberada de la dictadura del sentido

Enrique Winter, poeta chileno.
Enrique Winter, poeta chileno.
Foto: Cortesía / Dirk Skiba
23 de septiembre de 2018 - 00:00 - Valentina Uribe. Corresponsal en Berlín

En Colombia, la expresión “un paquete chileno” sugiere una estafa; particularmente, dejar caer un supuesto fajo de billetes y, mientras un transeúnte se agacha a recogerlo, acercarse al desprevenido y demandar de él su dinero.

Así también se ha titulado la última antología poética del escritor chileno Enrique Winter, publicada este año por la Universidad de Los Andes en Bogotá, donde Winter se desarrolla como profesor de la maestría en Escritura Creativa y Traducción.

Sugerir que la poesía de Enrique Winter es una estafa implica que su escritura, el gesto de su palabra, esconde un motivo ulterior, un mensaje secreto. Y aunque puede argumentarse que este es el caso de toda escritura, para leer la poesía de Winter también hay que entender la palabra “estafa” como al estribo del jinete, el objeto con el que se comanda al caballo.

Aquí, el jinete es el poeta y el caballo es el animal salvaje que debe ser domado para continuar el viaje. Desde Galileo hasta Calvino se ha señalado la semejanza que existe entre la escritura, el pensamiento y el acto de montar a caballo, hazaña que solo es exitosa si el jinete sabe cuándo dejar que el animal corra libre y cuándo frenarlo.

Esa es la escritura de Winter, poeta con los pies bien aferrados a la estafa.

Al estilo de Maurice Blanchot, creo que escribir se asemeja al acto de susurrar; de confesarle a alguien en particular, muy bajito y al oído, un secreto. ¿Cómo entiendes la práctica de la escritura?

Quien habla solo espera hablar a Dios un día, escribió Machado. Yo creo que quien escribe, sobre todo espera. De la infancia recuerdo cuando nos mandaban a dibujar por horas al patio. Sentía que desaparecía del mundo, felizmente, como me pasa con la escritura desde entonces. Me pregunto si uno sale del ruido para encontrarse con alguien. Vonnegut recomendaba escribir para complacer a una sola persona, porque si abres la ventana para hacerle el amor al mundo, por así decir, cogerás una pulmonía. Esa persona cambia en mí dependiendo del poema, pero basta de citas, lo divertido es que escribo para callar y aquí me tienes hablándote al oído.

Siento que tu poesía busca contar una historia, que tu trabajo alcanza a tocar lo narrativo. ¿Cómo entiendes los géneros literarios?

La poesía no tiene linderos porque es el único lenguaje sin una función más allá de sí mismo, sea la de vender en la publicidad o regular conductas en el derecho, por ejemplo. La poesía está liberada de la dictadura del sentido, pudiendo escribirse y leerse desde zonas menos conscientes del cuerpo, gracias a los sonidos, texturas y olores.

Los géneros literarios son contingentes; hace unos pocos siglos que existe la novela y antes de ella ni siquiera la música estaba separada de la poesía. La rima y el canto facilitaban la memoria oral cuando tampoco había escritura. Y en esos poemas se contaban historias, porque cantar y contar son casi indistinguibles. Cuando escribí la novela Las bolsas de basura recién me di cuenta de cuánta narrativa había en mis poemas. Por eso el poemario siguiente –Lengua de señas, que cierra Un paquete chileno– está más abierto a sensaciones físicas que se entrecortan sin necesidad de esas historias.

La poesía viene del griego “hacer” y en idiomas como el alemán derivó desde el “dictar” latino hacia lo denso. Esta concentración respecto de la dispersión narrativa, en que el poema lo termino cuando ya no le puedo borrar nada más y la novela, en cambio, cuando ya no le puedo agregar algo, propone un lugar incómodo que me interesa. La novela como poesía, y viceversa.

En algunos de tus poemas como en “Firme aquí: mi firma es redonda y fina” se percibe un interés por capturar momentos en donde lo político se cruza con lo personal. ¿Qué es para ti la política y el ser político?

Dicen que los políticos hacen campaña en verso y gobiernan en prosa. Yo difiero con esa idea de la política y de la poesía. En primer lugar, porque la poesía no son las palabras lindas y huecas, sino que la poesía empieza, para mí, justamente en su carácter político. No me refiero, por supuesto, a la poesía panfletaria, que usa la misma sintaxis del poder, sino a la poesía que cambia nuestras maneras de decir, de modo que el lenguaje mismo que construye este mundo patriarcal, racista y clasista, por ejemplo, quede en entredicho gracias a las ambigüedades y renovaciones comunicativas que expongo con visiones y ritmos errantes.

La antología recoge también varios de tus poemas visuales. ¿Cómo se relacionan en tu trabajo la palabra y la imagen?
Trato de no construir imágenes más allá de las que evoca el poema para que el lector las complete, pero sentí que las visuales incluidas en este libro decían mejor lo que yo quería en esos casos. Tomé fotos que modifican las intenciones de las palabras por el cambio de contexto, o bien diagramé los poemas en torno a figuras cruciales para el encierro que señalan. “El cielo es más pequeño que los rascacielos”, por ejemplo, hace visibles en seis torres las muchas vidas que Rascacielos presenta en cada uno de sus poemas y en la misma página vemos cómo se achica el espacio destinado a la divinidad, mientras nos anticipa los versos que leeremos en las siguientes. En uno de los poemas finales de Lengua de señas digo que la sed es nada, la imagen es todo. Es un juego y es en serio.

En el poema Distrito veintitrés hay un verso que se lee: “Me eligió la más linda y no sé resignarme a la buena fortuna”. ¿Por qué negarse a la buena fortuna?

Un paquete chileno incluye todos mis libros de poesía publicados, escritos entre los 16 y los 32 años. El verso que citas es de los más antiguos y respondía al deseo de huir que, entonces, era mucho más fuerte que el del bienestar. Creo que ahora me cuido, porque la misma escritura me ha hecho consciente de ese impulso, entre libertario y autodestructivo, que viene desde antes de mi nacimiento, como leerás en mi próxima novela. (O)

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