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La música sirve para revertir la huella humana en el planeta

La música sirve para revertir la huella humana en el planeta
Cortesía Amaury Martínez
12 de junio de 2018 - 00:00 - Jéssica Zambrano Alvarado

Aaron Copland escribió Fanfarria para el Hombre Corriente en medio de la Segunda Guerra Mundial, en 1942. El compositor estadounidense pensó en sonorizar la esperanza para quienes trabajaban en medio del caos e intentaban llevar con tranquilidad la vida cotidiana.

Lo hizo con trompetas e instrumentos de percusión que resultaron ser una conmovedora obra y la única de 18 composiciones encargadas por Eugene Goosens, director de la Orquesta de Cincinnati, que sigue interpretándose con el tiempo.  

El director artístico de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil (OSG), Dante Santiago Anzolini, abrió el último de cuatro conciertos que dieron por cuatro días en Santa Cruz, en las Islas Galápagos, con la obra de Copland.

El encuentro se realizó en la ciudad de Santa Cruz del miércoles 6 al sábado 9 de junio, con una programación de conciertos que incluyeron el trabajo de músicos galapagueños.   

Esta vez las trompetas y la percusión, con sus altos y bajos, tuvieron un nuevo propósito: usar la música para que las generaciones que habitan ahora el planeta actúen para revertir su estado de deterioro. “Está en manos del hombre corriente”, dijo Anzolini después de que su orquesta interpretara a Copland, al caer la noche, en el Muelle San Francisco.

Ese es uno de los propósitos del Festival Music for the planet, al que Anzolini plantea como un encuentro anual en un lugar donde el hombre puede reflexionar, como lo hizo Charles Darwin sobre la evolución del planeta y la huella del hombre.

El tráfico en la Isla se había detenido minutos antes para el estreno latinoamericano de Jane, un documental sobre la primatóloga Jane Goodall, producido por National Geographic y estrenado en 2017 en las pantallas de Estados Unidos.

Para cerrar el festival, la Orquesta Sinfónica interpretó en vivo el soundtrack del filme, en presencia de su autor, el compositor estadounidense Philip Glass.

Él y Copland estudiaron con la famosa maestra de música Nadia Boulanger. Ambos pensaron en el comunismo como una de las soluciones para la vida política.

Copland defendió el partido en 1936. Glass, en sus veinte, se estaba convirtiendo a sus filas como todo el mundo “y otro tipo de tonterías”, dijo en una entrevista con este diario en Galápagos. Sin embargo, de ambos prevalece la música, más allá de la ideología.

Glass cree que el futuro de la música es brillante y está en manos de la gente que tiene menos de 25 años. “Estos son tiempos difíciles políticamente y en términos de la vida social. Están pasando un montón de cosas malas y pienso que es el mismo círculo que cuando yo estaba en mis 20 y pensaba en la música como respuesta. Los artistas le daban voz a la sociedad. Lo mismo está pasando ahora”, dice Glass.

Piensa que en las fronteras que se cierran, en las guerras que se gestan en Medio Oriente y la crisis social que se vive en países como Estados Unidos, los músicos tienen la capacidad de dar a la sociedad el optimismo y la esperanza que los políticos no le están dando.

Music for the planet nació en la primera visita de Glass a las Islas Galápagos, en diciembre del año pasado. Aquella vez, la OSG dirigida por Anzolini estrenó su Octava Sinfonía y la Primera del ecuatoriano Luis H. Salgado. Entonces, ambos visitaron la Estación Darwin, en Santa Cruz, y Glass le sugirió a Anzolini generar consciencia en la gente a través de la música y le dijo que usara una de sus obras.

En el transcurso de la organización de un festival para Galápagos, Anzolini se encontró con un trabajador ecuatoriano de Fox Channel, con quien gestionó la posibilidad de tener Jane, el documental que produjo la revista científica National Geographic en 2017 sin la sonorización.

Esta fue la primera vez que el documental, dirigido por  Brett Morgen, se proyectó en América Latina. Este trabajo recopila los primeros días de Goodall en África, documentados por Van Lawick.

En la obra se ve a esta primatóloga inexperta, joven y soñadora, aventurarse a pasar en la selva, los primeros días con su madre, para conocer a los chimpancés. Aquella especie, hasta ese momento de la década del 60, del siglo XX, no había sido estudiada de cerca.

El tiempo que pasó Goodall en la selva le permitió aproximarse como nunca antes había hecho ningún humano a esos seres de los que desciende el hombre. Goodall observó que las conductas que tienen los chimpancés en su sociedad son muy similares a las de los humanos.

Tienen días de limpiezas, trabajan la maternidad, el amor, los celos, crean herramientas de trabajo para sobrevivir y hasta pueden iniciar una guerra.

Con el tiempo Goodall se dio cuenta de que aquel proyecto al que había dedicado su vida, debía ir más allá de la observación.

Su trabajo, después de haber visto tanto en la conducta de los chimpancés, debía enfocarse en la consciencia de la gente para que esta especie, víctima del crecimiento urbano y la contaminación del hombre, no desaparezca. (I)  

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