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Hoy se celebra el Día Internacional del Libro y el Derecho de Autor

Los libros, ¿todavía son una forma de despertar el pensamiento?

Los libros, ¿todavía son una forma de despertar el pensamiento?
23 de abril de 2015 - 00:00

Quito y Guayaquil.-

“¿Leyó alguna vez alguno de los libros que quema?”, le pregunta la bibliómana Clarisse al bombero Guy Montag en Fahrenheit 451, la novela intimista y de ciencia ficción que Raymond Bradbury (1920-2012) publicó hace más de medio siglo.

La sociedad distópica que construyó el también autor de Crónicas Marcianas está regida por un gobierno que  teme la proliferación del pensamiento independiente en sus ciudadanos, por eso trata de extinguir las ideas haciendo piras de libros, un hecho solo posible en regímenes fascistas o stalinistas. Pero, más allá de eso, hoy uno se pregunta si el rechazo a los libros o su desplazamiento por parte de la imagen televisiva —como ocurre en la novela— de verdad puede constituir un conflicto, un drama humano.

Para el escritor mexicano Juan Villoro —quien alguna vez confesó que la ironía contenida en su libro de viajes Palmeras de la Brisa rápida fue malinterpretada en Yucatán, estado sobre el que trata— “el libro es el único aparato que se inventó para ser dedicado, ya sea por los autores o por quienes lo regalan” y le hace un guiño a las épocas que lo han dejado de lado frente a las pantallas de internet: “Qué extraño sería instalar un programa de Word dedicado con cariño a la esposa de Bill Gates. En cambio, el libro llegó para ser firmado y para escribir un deseo en la primera página”, concluye. Pero este objeto, cuya creación fue comparable a la invención de la rueda, ¿todavía tiene vigencia en la era digital?, ¿o ha sido reemplazado en su función inicial: la de despertar el pensamiento de quienes lo leen?

La respuesta puede ceñirse a los signos más difíciles de imaginar y más fáciles de olvidar, los números (el acceso a Internet aún es limitado, bordea el 52% de la población ecuatoriana, según la Secretaría Nacional de Telecomunicaciones) pero también a los efectos que las páginas impresas siguen generando en las personas que descubren los mundos que estas contienen desde que Johannes Gutenberg le puso tipos móviles a la imprenta china, para imprimir la Biblia de 42 líneas o de Mazarino, a mediados del siglo XV.

Sobre la lectura, la periodista y escritora María Fernanda Ampuero —quien tiene una biblioteca en Guayaquil, una en Buenos Aires, otra en A Coruña y una en Madrid— dice que la salvó de la soledad, del dolor, del vacío, de sí misma y de sus voces. “A mí leer me hizo escribir y escribir me ha curado muchas heridas. Leer también me ha permitido vivir cientos de vidas, me ha hecho comprender mejor este planeta y las criaturas que lo habitan, me ha hecho humilde, soberana, independiente, sensata, luchadora, tolerante, en fin, creo que mejor persona”.

De forma paradójica, cuando Ampuero llegó a España, en 2005, vio cuesta arriba sus planes de contar la gran historia de la emigración al tener que buscarse la vida desde el anonimato. “Fui una ciudadana más, que vivía en un piso compartido”, contó alguna vez, pero no dejó de lado los libros —ni siquiera mientras escribía Permiso de Residencia—, de los cuales tiene clara la manera en que llegan a las personas.

“No hay nada más estúpido que forzar la lectura, es exactamente como forzar el amor. Sí, es la misma cosa. (...) A la gente que le gusta leer no hay que recomendarle leer, ya lo hace y lo hará: leerá hasta las instrucciones del champú. Y a la que no le gusta leer, solo puedo decirle que si, por ejemplo, le gustan los dibujos hay magníficas novelas gráficas y que estaría bien empezar por ahí”, concluye la autora que antes de aprender a leer, según versiones de sus allegados, inventaba versiones alternativas de cuentos infantiles en los que ‘el patito no era el feo de la historia’.

El comediante y actor Esteban Ave Jaramillo, quien ha escrito algunos guiones para los sketches del popular programa EnchufeTv, tampoco recomendaría un título en particular, pues cree que “el encanto de la lectura está en lanzarse a una búsqueda personal y única. Solo el contacto constante con los libros nos dirá cuáles se merecen un espacio en nuestra memoria y cuáles sirven para frenar la puerta dañada de la bodega”, sentencia.

La lectura como proceso cerebral

Quienes tienen afición por las letras ejercen una de las actividades cerebrales más complejas que existen. Cuando una persona lee un libro en el que las escenas están completadas con adjetivos y descripciones muy precisas, así como el uso constante de metáforas, estimula su cerebro: entra, a través del papel, a un mundo de realidad virtual.

Además, cuando se lee en silencio, en el cerebro se generan patrones de pronunciación similares a la lectura en voz alta. Durante el proceso de la lectura o el habla las palabras se convierten en sonidos.

Para el psicólogo Carlos Silva, con la lectura el cerebro pone a trabajar la imaginación, su creatividad y racionalidad. “La lectura genera un tipo de identificación de una persona con un personaje. Hay una relación de expectativa, hay una representación de miedos. Muchas personas dejan de leer libros porque se encuentran con algo que te remite vivencia, que puede ser ominoso. La lectura va más allá de lo intelectual, de lo que se quiera aprender. Responde al orden de la fantasía, del miedo subjetivo, de lo particular. Que un texto sea bueno es que lo lleve a un individuo a percibir todas estas sensaciones”, dice Silva.

La lectura, además, es una forma de vivir y recordar más. Tenerla como hábito junto con la escritura activa y mejora la reserva cognitiva, esa capacidad humana para seguir manteniendo actividades cerebrales con el paso del tiempo.

Sin embargo, la sociedad imaginaria de Ray Bradbury le otorga un nivel de tiranía a quienes incineran libros igual a la de los marginados «hombres-libro», lectores que aguardan el momento oportuno para volver a tomar el poder.

El mayor peligro podría estar escrito en otra novela, 1984 de George Orwell, en que la vigilancia ha permeado los lugares y la mente de los ciudadanos, negando, otra vez, la alternativa de acceder a lo que Jorge Luis Borges definió como el más asombroso instrumento inventado por el hombre: mientras todos los demás son extensiones de su cuerpo, el libro es una extensión de la imaginación y la memoria. (F)

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