Ecuador, 28 de Abril de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

Carlos Vásconez, escritor cuencano

"Los escritores somos un poco engañadores"

"Los escritores somos un poco engañadores"
Fernando Machado / EL TELÉGRAFO
06 de abril de 2018 - 00:00 - Redacción Cultura

El escritor cuencano Carlos Vásconez publica Jardines Lewis Carroll, un libro de 23 cuentos que transitan entre el microrrelato,  textos más experimentales y otros de largo aliento. Cargado de múltiples tonos, tópicos y extensiones, esta obra aborda la magia, la muerte, la enfermedad, el misterio, el fracaso y, sobre todo, a las mujeres.

“Uno puede aventurarse a decir que un libro se viene escribiendo desde las primeras lecturas. Siendo borgeanos, diría que uno escribe un libro toda una vida, desde que aprende el sentido de las palabras en conjunto. Obviando este lugar común, a Jardines Lewis Carroll lo he venido trabajando desde antes de publicar mi anterior libro de cuentos, Libro del pequeño esplendor”, comenta el autor que hoy presentará su libro en Quito, a las 19:00. 

Partiendo por lo formal, ¿cómo concibe el cuento?

El cuento es el género literario más complejo que existe. Aúna por igual a una trama, a un personaje y urge de poesía. Además de que se trata, evidentemente, de uno de los géneros artísticos por excelencia del humano. En las cavernas contábamos cuentos, como en los cafés; en los noticieros, en la tienda de la esquina cuando nos detenemos a chismosear con la vecina. Cuentos malos, es cierto, pero cuentos al fin. Estamos forjados de cuentos. La poesía es nuestro espíritu. La novela es el día a día, pormenorizado, rebuscado, del cual queremos emerger triunfantes, por lo menos una vez. El cuento es ese relámpago, ese flash que nos encandila y que nos deja presenciar fantasmas, ángeles o pequeñitos duendes (en los que no creemos) que amenizan nuestro sendero.

La obra posee varias referencias, sobre todo musicales y literarias. El título del libro, incluso, hace alusión a un autor que también fue fotógrafo. ¿Cómo maneja la intertextualidad en tu obra?

Me agrada mucho la intertextualidad y la metanarratividad. Me gusta dejar pistas en las esquinas de las hojas. No soy un melómano, pero me gusta pensarme a mí mismo como alguien de buen gusto musical. La cultura, esa cultura alta (no elitista, que es algo que deploro cada vez más, sino esa cultura de todos que edifica mentes y espíritus) me llama como la luz de una farola a las mariposas melosas, y me resulta inevitable su fuerza de atracción. Empleo esto como un recurso narrativo, como una forma de hacerle cómplice al lector avisado, pero velando ante la posibilidad de que mis invisibles lectores desconozcan exactamente a lo que me refiero, lo que obliga a uno a tratar al cuento con astucia, con encanto, a darle un cuidado especial para que quepa sin remilgos en las miradas lectoras, vengan de donde provengan.  

Un elemento que se hace recurrente en el libro es la fuerte presencia de personajes masculinos, cuya mirada, a veces, idealiza a las mujeres, las hace inasibles, son “el Infierno tan prometido”, como dice el protagonista del cuento que da nombre al libro. ¿Por qué esa mirada?

La mujer no es humana, es celestial. Por eso tiene la capacidad de encaminarnos al bien o al mal, de hacérnoslo ver. En este mundo en el cual no se puede no ser feminista (lo contrario es una necedad), la preeminencia del hombre radica en su poder de contemplación del factor femenino. Quizá estos cuentos son un elogio a la mujer en la medida en que el hombre la puede mirar. Yo, por ejemplo, pocas cosas gusto más que mirar a mi mujer. La veo hacer o deshacer y el mundo se va completando. Y recordemos la espléndida frase de Goethe: “Mirar es más importante que sentir o ser”. Y mirar nos conduce a las profundidades de nosotros mismos, o sea, a la mujer.

Puede sonar a evasión esta respuesta, pero escasamente estaría diciendo algo que no pensara. Sin embargo, añadiré que en Jardines Lewis Carroll los verdaderos personajes principales son precisamente las damas, las niñas, esas criaturitas que ensalzan las páginas como antaño a la lente de Charles Dodgson. Esas criaturitas que no hacen el jardín, sino que son el jardín.

Hay dos cuentos que hacen alusión a un mago y a un sujeto que lee el futuro de los otros mediante su caligrafía, dos figuras que remiten a la idea del escritor. ¿Lo siente así?

Por supuesto. Todos los escritores somos un poco vaticinadores, un poco engañadores. En estos dos cuentos, ‘El Cupido’ y ‘Día omega’ alguien siempre está detrás de esos personajes principales siendo el verdadero personaje principal, dándole aliento al relato. Es como la relación escritor-lector, sin el segundo el primero no serviría mayormente sino para descargar toda la mala vida que lleva dentro (conste, quiero decir que muchos escribimos por esa antiquísima tradición de exorcizarnos, aunque nuevamente caiga en un lugar común, pero no por ello verídico). Aunque pensándolo bien, leer el futuro no es nada emocionante si aquello implica obligar a que este se cumpla y un mago de verdad, de esos que no existen -este es un reto para que, si hay alguno, me demuestre lo contrario- siempre estará sujeto al escepticismo de los demás: ¿nos imaginamos tener ese poder y que nadie nos lo crea, por mayor evidencia que podamos enseñar? En estos dos casos, sus virtudes son los detonantes de sus amarguras. Quizá como le pasa a un escritor. Aunque no precisamente a este.

La enfermedad (como el sida), el fracaso y la muerte inminente también son aspectos recurrentes en el libro. ¿Por qué narra desde esos lugares?

La respuesta es como la del final de uno de mis cuentos, ‘El triple Equis’: “Porque me sale del alma”. Creo en la sangre como creo en Shakespeare, que la ponía por doquier, la dejaba regarse, más que al vino, más que a la cerveza, más que a las lágrimas o que a la leche materna. Más, incluso, que a la lluvia. El dolor y la sangre. Recuerdo las grandes frases de Pessoa sobre la pérdida, sobre el fracaso, en su El libro del desasosiego. Me viene así a la mente Eduardo Milán, el poeta y crítico uruguayo-mexicano (chicano-charrúa, como le gusta a él), quien me dijo una noche que es inconcebible no pensar en el fracaso en literatura.  Me interesan la enfermedad y los dolores múltiples porque todos los sentimos, todos somos presas de ello. Más que de la felicidad, a la cual le hago algún que otro guiño, también, pero como excepción que confirma la regla. (I)  

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Social media