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La voz de Salvador Lara resuena en Quito

  La voz de Salvador Lara resuena en Quito
10 de febrero de 2012 - 00:00

Dirigió cartas a manera de diálogos al presidente Velasco Ibarra y varias veces le solicitó ser recibido en audiencia, condicionándosela el Mandatario a que previamente se rasurara, porque las barbas le recordaban la figura de su padre.

En 1962, como presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara, interpeló al presidente Carlos Julio Arosemena Monroy, por su etilismo comparable al de Gonzalo Córdova. Así lo recoge Rodolfo Pérez Pimentel en su diccionario biográfico, sobre Jorge Salvador Lara, quien junto a Carlos de la Torre Reyes, en mayo de 1963, solicitara su ingreso como miembro correspondiente al Director de la Academia Nacional de Historia, entidad que Salvador Lara dirigió desde 1979, por 20 años.

El escritor César Eduardo Carrión, ante el reciente fallecimiento del Cronista de la Ciudad (de 1992 a 2010), nombrado el 29 de marzo de 2011 como Cronista Emérito Vitalicio de Quito, dijo: “Por un lado fue un estudioso y erudito preocupado por la historia de su país y por la defensa y promoción de cierta visión patriótica de la nacionalidad ecuatoriana. Y, por otro lado, encarnó la imagen perfecta del hombre ilustrado, del ciudadano letrado que realizaba su trabajo intelectual desde la educación universitaria, la diplomacia y en relación estrecha con instituciones que se perciben a sí mismas como guardianas naturales de gran parte del patrimonio cultural de la nación, tales como la Academia de la Lengua y la Academia Nacional de Historia”.

De la Academia Nacional de la Lengua, Salvador Lara fue su presidente desde 2009. Añade Carrión que con su muerte, entre muchas otras, “marca una etapa de transición histórica en el campo intelectual del país, en la que la figura del sabio humanista, del académico de vasta cultura, posiblemente, da paso al experto, al investigador especializado, al perito en Ciencias Sociales o Humanidades”.

María Elena Bedoya, investigadora social y ex alumna de quien fuera Canciller de la República en los gobiernos de Clemente Yerovi (1966) y del Consejo Supremo de Gobierno en 1976, recuerda: “Nos daba la clase de Historia del Ecuador de los siglos XIX y XX, y lo que recuerdo de aquella época es que leía en clases su famoso libro rojo, la Historia del Ecuador, de Salvat, y si recordaba alguna anécdota, hacía relación a ella y la contaba”.

Salvador Lara también fue, según él lo dijo alguna vez, el primer alumno matriculado en Leyes de la Pontificia Universidad Católica. Allí, cree Bedoya, debe haber bebido mucho de aquellos historiadores que estuvieron en esa época, de Carlos Manuel Larrea y otros del ala conservadora, que es de donde salió la Academia Nacional de Historia.

Su ex alumna lo considera uno de los últimos personajes pertenecientes a la  generación de quienes estuvieron en los inicios de la Academia.

“Como investigadora, recuerdo que cuando él estaba en el Archivo Municipal, tú ibas y le preguntabas sobre cualquier cosa y  siempre tenía una respuesta, conocía muchísimo de documentos, como buen historiador era muy buen lector”, añade Bedoya.

Católico practicante, activista intelectual constante, diplomático y académico de la lengua, Jorge Salvador Lara tenía en su esposa Teresa Crespo Toral y sus 5 hijos un fundamental punto de apoyo.

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