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El Ekeko es la figura que el documentalista persigue hace tiempo

La melancolía compone el arte de Marcos López

Detalle de Suite Bolivariana, perteneciente a la serie Pop latino del llamado ‘Warhol del subdesarrollo’. Foto: cortesía www.marcoslopez.com
Detalle de Suite Bolivariana, perteneciente a la serie Pop latino del llamado ‘Warhol del subdesarrollo’. Foto: cortesía www.marcoslopez.com
20 de julio de 2015 - 00:00 - Redacción Cultura

En las obras de Marcos López (Santa Fe, Argentina, 1958), las camisetas piratas del Fútbol Club Barcelona pueden ser coloridas fuentes de inspiración. El resultado de su exploración, de lo que llama “textura del subdesarrollo de la periferia: elementos como la globalización y el folclore local”, lo llevó a inventarse un nombre en medio de la plenitud de su arte visual: se autodenominó ‘Warhol del subdesarrollo’.

Eran épocas (en el 90) en las que reivindicaba el pop art (Robert Rauschenberg y el propio Andy Warhol) mezclándolo con lo barroco latinoamericano (hinchas, porteños, tangueros, pueblerinos y políticos). Una amalgama de colores saturados (“plástico barato”) hizo que, varios años después, lo llamaran para decirle que hiciera “una foto estilo Marcos López”, algo que, cuenta en el Centro Cultural Metropolitano, del Centro Histórico de Quito, lo aprisionó, de forma angustiante, en sí mismo.

“El mercado del arte trata de hacerme volver a un estereotipo. Finalmente —dice López—, yo me divierto trabajando, me tomo la profesión de artista como oficio y no sé si me molesta mucho ser un actor de mí mismo, no sé si lo sufro”.

Su visita a Ecuador tuvo como objetivo que dé una charla magistral a fotógrafos, el pasado 15 de julio, a las 18:00. Cristina de Middel y Claudi Carreras Guillén completaron las actividades iniciales del taller Fluz, mientras Marcos recorría las estrechas calles del centro buscando imágenes: “Yo trabajo investigando el simulacro, la pose, la moda, los símbolos religiosos, símbolos culturales, identidades locales y, a veces, me gustaría ir un paso más allá, ver qué pasa con la existencia humana”.

Para el explorador argentino del “subdesarrollismo criollo”, el rol de los artistas puede ser muy limitado. Por eso se pregunta ¿qué puede hacer uno con generar una imagen? y, entonces, como respuesta, toma los pinceles para hacer una pintura, algunos lápices para dibujar o hasta una claqueta. En 1989, cuando empezaba a abandonar la fotografía blanquinegra que no alcanzaba para hacerlo reconocible, integró la primera promoción de becarios extranjeros de la Escuela Internacional de Cine y TV de Cuba y realizó documentales para cine en 16 mm.

La cultura boliviana en Argentina hizo que el autodenominado  “bisnieto de Diego Rivera en un muralismo digital” enfocara el silencio andino, la nostalgia. Foto: Álvaro Pérez / El Telégrafo

La obra audiovisual de no ficción que tenía en mente mientras páseaba por Quito tiene en la mira al dios de la abundancia boliviano —mejor conocido como Ekeko—, a la arquitectura de Freddy Mamani, El Gaucho Gil y algunos otros elemento populares de Latinoamérica.

El enfoque parece ser el mismo, el que se forjó en una familia santafesina, de padre ingeniero, donde la vocación por las imágenes de un Marcos de 17 años lo llevó a absorber la cámara como una extensión corporal pese a que, ahora, a veces, la concibe como una atadura.

Sin embargo, la luz fluye de maneras insospechadas en la conversación que EL TELÉGRAFO sostiene con el artista: “siempre vuelvo a ese joven de provincia, educado en colegio de curas con cierta represión. Por momentos —afirma—, mi obra, que es provocadora, barroca, es resultado de ese niño interno, educado en un mundo conservador, que quiere transgredir, jugando con el miedo y la culpa”.

Cuando Marcos López vio la escultura del Niño Jesús, exhibida en una de las tradicionales tiendas de la capital, tuvo una idea extravagante. Se le ocurrió, confesó, colocarle una corona elaborada con chancletas de plástico, fabricada en China, “como un aura, una idea de colorinche y, a la vez, una especie de subtexto trágico”. (I)

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