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La infancia dura se tradujo en un fuerte carácter y tenacidad

La infancia dura se tradujo en un fuerte carácter y tenacidad
04 de diciembre de 2011 - 00:00

Es una de esas mujeres que no pasan desapercibidas; de espigada figura, ojos verdes expresivos y ese “ángel” que cautiva a los espectadores cada vez que está en el escenario demostrando su oficio en el canto lírico como mezzosoprano.

La artista radicada en Buenos Aires junto con su pareja, Juan Borja (tenor quiteño), nació en Quito  el 13 de agosto de 1973. Comenta que de su madre, América Robinson, heredó el talento. “Mi mamá es de Esmeraldas y trabajaba cantando en un night club en la península de Santa Elena, un día decidió ir a Quito para conseguir mejorar su vida económica”, dice Lídice, acotando que lleva el apellido de su madre, ya que nunca conoció a su padre.

La infancia y adolescencia de la artista fue dura, ya que su madre fue encarcelada y fueron separadas. Estuvo en un orfanato y posteriormente ingresó en la escuela 10 de Agosto. Pasó carencias afectivas y económicas, pero una especie de hada madrina en su vida la ayudó a despegar. “Conocí a la profesora Marinita, y me dijo que me pagaría por hacer las tareas domésticas en su casa. Mi madre se dio cuenta de que era mejor que esté con otras personas; la señora Marina me salvó”. Posteriormente ingresó al Manuela Cañizares y, comenta,  vivió una época de rebeldía. Ya no quería, obvio, ser más empleada doméstica.

“Hablé con unas profesoras y conseguí una beca en el Hogar de la Joven, donde me permitían estudiar  y vivir... ya estaba por cumplir 14 años y sentía que quería otra cosa para mí, le comenté a mi mamá que necesitaba trabajar”.

Así regresó con su madre y trabajó de camarera en el restaurante de unos amigos. “Mientras atendía me puse a cantar y el dueño del restaurante, que era -además- organista de la iglesia, al escucharme, sugirió que buscara el conservatorio”, recuerda.

De nuevo en su vida aparece la maestra Marinita. “Fue a buscarme al restaurante, le conté que quería ir al conservatorio y me ayudó para que pudiese ingresar, al tiempo que  concluí la secundaria en el colegio General Rumiñahui”, indica.

Su vida, asegura convencida,  transcurre en un crecimiento personal y laboral. “Mi horizonte se abrió en el coro del Consejo Provincial de Pichincha, era una salida laboral, época en la que ganaba muy bien en sucres, progresaba económicamente, pero mi espíritu me decía que tenía que seguir aprendiendo”, expresa.

Lídice se había forjado un sueño. Deseaba -y aún lo sueña- cantar en el teatro de La Scala, de Milán,  Italia. “Siento que la música me salvó la vida, que abrió páginas de libros en mí”, manifiesta.

Una suerte de vacío, sin embargo, persistía a pesar de los logros. “Yo quería salir, pero no se daba porque no tenía los medios económicos. Envié audios a diversos países, me decía: en algún momento se dará”, señala.

Luego de obtener el grado de Tecnóloga Musical en Canto Lírico en el Conservatorio Superior de Música de su ciudad natal, se desempeñó en esa entidad como docente en las áreas de Audio perceptiva y Canto.

Entre los papeles protagónicos que ha asumido están Hänsel und Gretel, de Humperdinck (Teatro Nacional Sucre de Quito; La Serva Padrona de Pergolesi (Teatro politécnico de Quito); La Cenerentola, (Manufactura Papelera, producción de Bendersky & Grimblatt). Participó también en la Novena Sinfonía de  Beethoven con la Sinfónica Juvenil en Quito y en Guayaquil.

Lídice obtuvo el premio María Callas 2004 al mejor intérprete de Bel Canto por sus interpretaciones de Rosina en El barbero de Sevilla y La Cenerentola.

En 1993 conoce a Juan Borja, reconocido tenor que hoy trabaja de planta en el Teatro Colón, de Buenos Aires. “Juan fue mi modelo a seguir, lo admiraba mucho antes de conocerlo”. Actualmente tienen ocho años como pareja y viven en Buenos Aires desde hace seis años. Por fin Lídice logró surcar horizontes nuevos, siempre con su talento en ristre.

En Buenos Aires se siente como pez en el agua: “Vine porque audicioné para estudiar en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón y fui seleccionada, me sentí emocionada porque no tuve que pagar ni un centavo, solo el pasaje”.

La carrera de canto que tomó fue de cinco años y el año pasado culminó. Actualmente  trabaja en el Coro de La Plata y es frecuentemente contratada en eventos que realiza la embajada del Ecuador en Argentina.

Allá hizo sus pininos en Salta y La Plata, pero su gran sueño lo hizo en Buenos Aires. Siempre que veía la sala del Teatro Colón, visualizaba que algún día estaría cantando ahí. Y bueno, llegó el día en que se cumplió ese anhelo.

Su carrera está en ascenso, a tal punto que recibió una invitación de la República Checa, donde cantará el próximo año temas ecuatorianos, en la aldea que lleva su nombre (Lídice). ¿Casualidad o causalidad?...

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