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El Telégrafo
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La cruz invertida

La cruz invertida
27 de marzo de 2011 - 00:00

No puede pensarse la narrativa argentina contemporánea sin nombres, entre otros, como los de Osvaldo Soriano, Mempo Giardinelli, Ricardo Piglia, Juan José Saer, Tomás Eloy Martínez, César Aira y Marcos Aguinis. Este último asistió, entre otros eventos, a la FIL / Lima del año pasado. No hice otra cosa, durante el almuerzo que compartimos, que recordar su emblemático La cruz invertida. La novela, ganadora del Premio Planeta 1970, cuenta ya con algunas ediciones y condensa una suerte de summa narrativa de la que no pocos han aprendido algunos de los más importantes menesteres del oficio. Siento que debía escribir sobre esta novela, que posee las cualidades suficientes para una narrativa como la que exigen los tiempos de hoy. Obra con cuatro décadas, cobra actualidad cada vez que constatamos que Latinoamérica sigue siendo el crisol donde se combinan los ingredientes sociales y políticos más diversos. Los capítulos se titulan, la mayoría de ellos, según los libros de la Biblia, bien para parodiarlos, bien para anunciar al lector la índole de lo que tendrá a partir de entonces. Los demás van numerados; son nada menos que 78 fragmentos para nada extensos y, aunque no se afinca en punto geográfico concreto, podemos perfectamente establecer puentes entre la novela y nuestro contexto. Iniciando con el “Génesis”, y concluyendo con su “Epocalipsis”, los fragmentos funcionan a manera de cuentas de un corpus mayor, que los trasciende y que hace olvidar el aparentemente inconexo discurso resultante de la trama.

El texto nos advierte sobre las cercanías del clero (en realidad, una parte de este, se trata del padre Torres) con las clases desposeídas –y los consiguientes traslados, ordenados por el Obispo, a otra parroquia afincada en el centro de la ciudad– y los recelos que esto puede ocasionar en ciertos ámbitos de poder. Para él, hace falta mucho por hacer y las cosas no se van a solucionar mediante la oración y el sacramento, cualquiera que fuere este, sino que la redención  será posible solo mediante la ejecución de acciones encaminadas a satisfacer las necesidades que incluyan las  materiales de los seres humanos. Para él no existen los empinados escalones de la jerarquía social, y los desconoce al tiempo que ve en la injusticia una profunda tara social, y es válida la violencia para luchar contra el sistema opresor. Pero lo paradójico es que el anciano párroco de esta última parroquia a la que el padre Torres es enviado piensa como su nuevo ayudante: hay que velar para que el evangelio sea leído en su justa dimensión. Y no solo eso, sino que una serie de jóvenes de la universidad y también gente académica termina apoyando al sacerdote Torres, lo mismo que intelectuales de extrema izquierda que dudan de sus principios y contagian su entusiasmo por la obra de los presbíteros a sus cercanos y amistades. Las peripecias hacen que las autoridades intervengan para que las cosas vuelvan a redil, aunque se nota que hay intenciones veladas. El Obispo y el Nuncio rechazan completamente las ideas de Torres, pues se encuentran al servicio del dinero y sus poseedores. Para unos hay prisión, para otros la excomunión en un juicio pantagruélico.

¿Cuáles son las reacciones frente a este alud de sindéresis? ¿Ante una voz que piensa, dice y actúa coherentemente como la del padre Torres? El Dr. Bello sería el llamado a sintonizar con sus ideas, pero no es así, pues se ha convertido a la larga en una suerte de marxista aburguesado que en teoría busca la revolución, pero en la práctica se une a los potentados que le llevan la contraria al padre que fastidia al poder por sus ideas que buscan la felicidad y redención social del humano. Ahí está la hija del Dr. Bello, Olga, que a pesar de no ser creyente es quien se deja seducir por las búsquedas del hombre nuevo que hace Torres. Ahí está la represión sexual de Donato, que lo lleva a convertirse en un cruel fanático, que representa al brazo castrense del Estado. Ahí está Magdalena, que encarna los placeres de la carne que pueden llegar a lo grotesco y obsceno, siempre llevados de la mano con una especie de camino a la trascendencia. Ahí, la señora Fuentes, que representa al catolicismo básicamente inculto, amigo de las oligarquías. La revolución que lidera Torres se vuelve una bola de nieve que no admite espacio para la vieja sociedad o para el hombre que se esconde en lo acomodaticio y conformismo. Por tanto, las causas de la justicia van a motivar a seguir al Che Guevara, y a la rebelión contra los moldes socioeconómicos de la antigua era. Esto incluye la división entre Iglesia vieja e Iglesia nueva. Y, por supuesto, un enfrentamiento con las estructuras capitalistas.

La tiranía que se impone sobre las almas propias y ajenas es acogida por los seres serviles a quienes todo mandato de la jerarquía eclesiástica resulta un nuevo dogma. Pero a esto se opone una nueva clase de sacerdotes que entienden su misión y para quienes el celibato es una utopía anacrónica, que aliena más a su clase. Las ideas de Torres se radicalizan al hacer parecer el matrimonio como una institución que reprime, esclaviza y somete, así que es contraria al amor. Estructuralmente, La cruz invertida es un círculo, pues inicia con los acontecimientos que cierran cronológicamente la revuelta de Torres. 

Habrá que confirmar, pues, que La cruz invertida recibe su nombre de un juego gráfico. Porque si le damos vuelta a la cruz, el resultado es la espada: la mano fuerte de la Iglesia y la milicia unidas para subyugar a los seres humanos en lo que sería la vieja sociedad. Nada nuevas resultan estas luchas, ¿verdad? La novela es un libro al que hay que acercarse, y del que saldremos mirando las cosas de manera distinta. Calurosamente recomendado.

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