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El Telégrafo
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La cripta con los restos de Eugenio Espejo se deteriora

El Hermano Isaías (Toca de Assis) en la cripta de la Capilla de San José, que alberga los restos de Eugenio Espejo (1747-1795). En el convento se ora diariamente al Santísimo Sacramento y los curas mercedarios celebran misa los martes.
El Hermano Isaías (Toca de Assis) en la cripta de la Capilla de San José, que alberga los restos de Eugenio Espejo (1747-1795). En el convento se ora diariamente al Santísimo Sacramento y los curas mercedarios celebran misa los martes.
01 de septiembre de 2019 - 00:00 - Redacción Cultura

Cerca del bullicio habitual de los túneles de San Roque y San Juan, en El Tejar, está la Iglesia de ese histórico barrio capitalino y, junto a esta, la Capilla de San José.

La Orden religiosa de La Merced está a cargo del templo principal y, desde 2012, la Curia Diocesana dio en comodato la capilla a los hermanos brasileños de la Toca de Assis, que desde hace un cuarto de siglo hacen un voto de sencillez y ayuda a poblaciones pobres.

Isaías, de 38 años, camina sobre sus sandalias por los fríos pasillos que conducen a la cripta en que están los restos de Eugenio Espejo, desde finales del siglo XVIII.

Sobre uno de los altares de la centenaria Capilla de San José se pueden ver las fisuras del techo, por las cuales se filtra la lluvia.  

En las paredes hay huellas de humedad, y un conducto de ventilación va a dar a la entrada de la casona aledaña, donde se ha roto el tejado.

A la tumba la rodean varias placas honoríficas y alguna ficha en que se indica que “mientras estaba en prisión, Eugenio Espejo se enfermó de disentería, por lo que le permitieron regresar a su casa donde falleció el 27 de diciembre de 1975”.

Cuatro días antes había firmado el documento en que señalaba: “es mi voluntad que mi cuerpo difunto sea sepultado en la Iglesia de la Recolección de Nuestra Señora de Las Mercedes, y colegio de Misiones del señor San José”.

En la pared lateral, tras un cristal, está el espacio vacío que dejaron los restos de Fray Francisco de Jesús Bolaños cuando fueron trasladados a la Basílica de La Merced. “El Padre grande de Quito” estableció la capilla en 1773.

Mélida Flores y Pablo Purrupa (derecha) en la panadería de la casona, allí trabajan dos grupos de siete personas cada día. 

En la capilla hay esculturas de San José, San Francisco de Asís, La Inmaculada Concepción, el Sagrado Corazón de Jesús, San Jerónimo y El Calvario, además de una pintura de la Virgen de Guadalupe.

Dos de los altares en que posan algunas de estas figuras tienen fisuras en el techo. Hace más de un año, el Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMP) hizo reparaciones para tapar las goteras sobre uno de los altares, pero el agua se ha vuelto a filtrar y la instalación del cielo raso quedó pendiente. La Curia, que tiene a su cargo la edificación, tampoco ha encargado su restauración.

Esta semana, diario EL TELÉGRAFO solicitó información a las nuevas autoridades del IMP sobre si está planificada una intervención en el inmueble −luego de una visita que sus técnicos hicieron el lunes 26 de agosto− pero hasta el cierre de esta edición no se obtuvo respuesta.

Las visitas de investigadores a la cripta se dan de forma dispersa, bajo autorización y solo un par de colectivos quiteños hacen recorridos con turistas para exponer la historia del lugar.

El trabajo social de los hermanos
Constancio, Isaías, Agnus y Jéan son los nombres eclesiásticos de los miembros de la Toca de Assis. Ellos residen en la casa que Fray Francisco de Jesús llamó de “Ejercicios espirituales”, junto a dos huéspedes que acogieron de la calle, Rigoberto y Juan.

La tumba de Eugenio de Santa Cruz y Espejo, localizada en esa cripta por voluntad que expresó al dictar su testamento, S. XVIII.

Tres de los hermanos son del noreste brasileño, donde el frío suele aparecer en algunas épocas del año, pero Isaías María de los Santos Serafines vino de Minas Gerais (sureste), región caliente.

Los martes y jueves −además de un sábado cada quincena− acogen durante el día a unas 120 personas que viven en situación de calle. Llegan de distintos puntos de la ciudad a recibir atención médica, alimentación y talleres de panadería, carpintería, escritura o manualidades.

Psicólogas, enfermeras, cocineras y voluntarios trabajan con los religiosos, que reciben donaciones y han hecho un convenio con el MIES (Ministerio de Inclusión Económica y Social).

Como la casa es patrimonial y los hermanos han renunciado a sus posesiones, se dificulta que puedan intervenir en el inmueble. Usan la mayor parte de recursos del convenio para el pago de sus talleristas y venden pan, además de mantener una huerta cubierta en el patio.

La palabra portuguesa Toca significa cueva o cabaña humilde, recuerda Isaías, y explica que “viene de la experiencia de Francisco de Asís que dejó la casa de sus padres para cuidar a los leprosos, que eran exiliados en esas cuevas de los márgenes por su enfermedad”. (I) 

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