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El Telégrafo
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La Casa y su limbo

La Casa y su limbo
03 de agosto de 2012 - 00:00

¿Es proporcional la convocatoria que tuvieron las elecciones de la Casa de la Cultura Ecuatoriana con la gestión que allí dentro se suscitó en los recientes ocho años? Parece que sí. Y no en términos positivos.   

Para estas elecciones, cuando se conformó el Comité Nacional Electoral, se planteó democratizar la elección del Presidente. Antes los votos se recogían en una Junta Plenaria en la que solo participaban los presidentes del los núcleos con un voto cada uno. De esta forma el proceso no era incluyente. Ahora se ideó un voto universal en el que los miembros y un representante de los trabajadores, por cada núcleo, elegían, en esta ocasión, entre tres binomios.   

A eso se le agrega que cada provincia del país, al final, representaba un voto. Es decir, si una lista ganadora en Manabí obtenía 100 votos, igual eso le representaba un punto para el candidato vencedor; con ello la disputa era por 24 puntos, uno por núcleo. Así las provincias con más votantes no definían las elecciones.

El miércoles pasado, durante el sufragio, los pocos votantes aplaudieron dicha apertura, pero igual la convocatoria resultó mínima. De 566 empadronados en Pichincha tan solo votaron 96, ni el 20% de los votantes. En Guayas pasó igual: de 658 empadronados, solo votaron 71.

El padrón electoral registró 3.562 electores. Para armar esta nómina se tomó como base un archivo de 1993, que fue contrastado con la lista que envió cada núcleo durante este año. Una de las dificultades que encontraron en la elaboración de dicho padrón fue que sólo existían los nombres y apellidos de los miembros, ni un dato más, según reveló fuera de grabación uno de los funcionarios de la Casa. Así, no se podía conocer si dicho elector estaba dentro del país o, incluso, si estaba vivo aún. 

Con este panorama, quien sea designado nuevo Presidente debería preguntarse: ¿Realmente la Casa está convocando a los actores culturales? ¿Tuvo siempre contacto con ellos? ¿Hay algún tipo de articulación con los artistas, gestores culturales e intelectuales? ¿Fue realmente una casa para la cultura? Otro puntal flojo, que fue evidenciado por su estado crítico, fue la Dirección de Publicaciones.

Marco Antonio Rodríguez,  presidente que concluye sus dos periodos seguidos (2004-2012), rechazó el “amiguismo” para seleccionar  los libros (ensayo, poesía, narrativa) que se editaban y publicaban. Dijo que su afán era acoger las expresiones de diversos núcleos y que eso lo expuso a una baja en la calidad en la elección de textos. No faltaron las críticas, que pueden  interpretarse como opiniones  determinadas por el “lugar” desde el cual se enuncian; es decir, no hay datos que puedan apuntalar inequívocamente las críticas.

Pero sí hay cifras para determinar otras falencias, por ejemplo, la circulación de los 482 títulos que se imprimieron en ocho años. El 40% de la impresión de cada uno de esos textos fue donado sin aparente control, basta ver las veces en que a las salas de Redacción de diarios llegaron libros del mismo tiraje. O también valdría preguntar a dónde fue a parar el 30% de aquel tiraje que le corresponde al autor. Algunos autores, sin que quieran ser nombrados, han dicho que los tienen embodegados.

Hasta el momento hay entre 12 mil y 15 mil libros que no fueron vendidos y que aguardan en la bodega de la Casa.
Otro tema que también causó crítica fue que Rodríguez imprimiera textos de su autoría. Él, en una entrevista, dijo que solo publicó uno, pero en un informe constaban siete. ¿Fue la Casa todo lo que debió ser?

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