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Kelver Ax, una vida empecinada en fluir

Cuadro de Kelver Ax, titulado Mapa catastral, que registra la migración del hielo (trabajo en óleo sobre lienzo).
Cuadro de Kelver Ax, titulado Mapa catastral, que registra la migración del hielo (trabajo en óleo sobre lienzo).
Imagen: artecontemporaneoecuador.com/kelver-ax
20 de enero de 2016 - 00:00 - Daniela Alcívar Bellolio

Decía Jankélévitch: “Aquel que ha sido no puede en adelante no haber sido. En lo sucesivo ese hecho misterioso y profundamente oscuro de haber vivido es su viático para la eternidad.”

No sé qué pensaba Kelver Ax sobre la muerte o sobre lo que, con ella, en su enigma sin forma, habrá de advenir. Hay apenas unas imágenes persistentes que se asocian a la muerte en su poesía y que, curiosamente, no se agotan con la certeza del fin: en sus textos los huesos se desentierran y se riegan sobre la tierra para que resplandezca el mundo; las aves, la tierra y el poeta son sueños de dios a punto de ser interrumpidos por el momento de su despertar, que lleva necesariamente como marca y como sino el olvido (pero sabemos que los sueños olvidados están esperando el instante fulgurante que los haga interrumpir el flujo pacífico de la vigilia); la amenaza de deshielo es contigua a la pleamar que presupone: “el puñado de agua que fue mi corazón / mientras era de hielo / se fue primero / y después yo mismo me fui / pero a la vez me quedé tendido sobre el suelo / como un charco profundamente dormido”.

La poesía de Kelver recoge restos y ruinas de animales, de árboles, de monumentos y de sí mismo y vuelve a armar cuerpos heterogéneos con otro cuerpo que destruye para reinventar: el del lenguaje. Si su segundo y último libro, Pop-up, ronda insistentemente la imagen de la propia muerte (“la fiesta a la cual asistiré se llama funeral / no se pudre el espíritu pero en él desovan los gusanos”), lo hace desde una pulsación particular que reinventa ese tránsito, no para acudir al consuelo de una hipotética redención sino para imaginar los escenarios posibles de un movimiento que no se detenga: traza cuerpos hechos de huesos de niños y de animales y de escombros, cuerpos desmembrados que derraman ancestros, esqueletos que son plantas marchitas; la destrucción (el deshielo) es para esta poesía el indicio de un nuevo tránsito lacerante y ajeno, sin sujeto, que no se detiene porque está hecho de la materia del mundo que es el poeta pero también los animales, las piedras, la madre y los planetas, todos los hombres que lo habitan, lo sueñan y lo resquebrajan, todas las cabezas en que sueña vivir.

“tienes el nombre de los continentes que están / naciendo? / los planetas son cabezas que ruedan por el patio de una casa / casa llamada universo”: esa inasible mansedumbre en un mundo que construye escenarios radicales de muerte y despojo, en la que los recuerdos que se van consumiendo en oleadas de palabras tienen la marca de un dolor que se ríe de sí mismo y es por eso más intenso y más indeleble (“breve / así comprendí la vida a la edad de 5 años al ver / sacrificado / el pollo blanco que semanas atrás / me regaló mi madre // mi primer amigo / dormía descuartizado en los platos servidos a mi / padre y hermanos”); esa mansedumbre, digo, describe mejor que nada la imagen de la muerte que ronda con insistencia y un poco de ironía la poesía de Kelver.

Pop-up hace emerger de modo violento un paisaje extrañamente tranquilo. Los movimientos de sus objetos son pacíficos aunque fatales; hediondos y sin orgullo dirá el poeta, como el sol que llega a su ventana convertido en colibrí pero muere de todos modos; “que alguien detenga el deshielo en mi cabeza / siento miedo a colgar la pluma / ////ese cuaderno mal escrito que es la vida////”: en esa violencia del deshielo, que acorrala la vida como en algunos de sus cuadros, se genera el espacio idóneo para una forma de vida que no tiene que ver con la conciencia ni con la memoria, que guarda al recuerdo como un recurso innecesario, una forma de vida ajena al deseo, mineral o vegetal, pre-humana, infinita: “descalzo / despeinado por mi memoria / comprendí que no era más que un tonto / en el cual se exilia el infinito”.

Anoche murió Kelver Ax, joven poeta y pintor lojano. En su poesía la muerte no era enemiga sino apenas un pliegue más de un universo hecho de escombros. Murió Kelver, consumido quizá por una vida empecinada en fluir.

  mañana volveré a nacer en alguno de ustedes
///
después de todo las cosas fluctúan entre el integrarse
y desintegrarse de la luz. (F)

Datos

Kléber Ajila, conocido como  Kelver Ax, nació en Loja el 22 de septiembre de 1985. Estudió artes plásticas en la Universidad Nacional de Loja, donde fue mejor egresado.

Publicó el poemario CU4D3RN0 D3 4R3NA, en 2012; en 2014 publicó el libro Pop-up, con la editorial peruana Cascahuesos.

Además, sus textos aparecen en  varias antologías y revistas nacionales e internacionales.
“Con humor dadá, inventiva envidiable y un lenguaje aparentemente sencillo —lo que resulta dificilísimo de lograr— cultiva un pensamiento paródico y anarquista que piensa contra sí mismo para aprender a vanagloriarnos de nuestras carencias”, escribió el también poeta Andrés Villalba sobre su poemario Pop-up.

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