Juan Secaira confirma que su único dios sigue siendo la poesía

Fue por el año 2000 que la madre poesía decidió adoptar como hijo a Juan Secaira; le confió todo su poderío, sus secretos y desde esa adopción definitiva el poeta ha cumplido a cabalidad su misión escribiendo seis libros, el último, Ribera de cristal, presentado a inicios de febrero en la Casa de la Cultura de la capital.

Asiduo lector de Vallejo y Borges en su juventud, cuando su padre Aquiles le ponía al alcance del alma libros fundamentales, Secaira cuenta que lo suyo fue un aprendizaje que se fraguó poco a poco, porque desde niño sintió la “necesidad de escribir, y llenaba libretas con historias de personajes de televisión o de cómics, era un juego que compartía especialmente con mi madre”.

Comprometido con la creación, el poeta ha madurado hasta suscitar conceptos tales como los vertidos por otro socio de la poética, Pedro Gil, para quien los versos de Ribera de cristal fusionan la poesía con la vida. “Desde la vida sencilla de un exmilitar que lava carros para llenar la botella de alcohol hasta Sor Juana Inés de la Cruz y Mickey Rourke, o la visita de unos hijos que llevan al padre una dosis de ternura y esperanza”.

Convencido de que la poesía -enfermedad luminosa como él la llama-, “trasciende el tiempo y crea un lenguaje más allá de la prisa de la sociedad”, Secaira no duda en señalar que este último libro ha sido el más intenso de todos los que ha concebido, habida cuenta de que es fruto de muchos años, pero, sobre todo, de una especie de forcejeo con la vida, ya que es un texto donde la ruptura es más fuerte, del que ha tomado distancia, lo ha corregido, reescribiendo, borrando, en una tarea “ardua, pero necesaria”.

Ganador del premio Jorge Carrera Andrade en el año 2012 con el libro No es dicha, el poeta asegura que no vive de la poesía, sino para ella. “La poesía es más que la historia y la coyuntura, pues devela y rebela la más profunda de las humanidades de un tiempo determinado. El poeta se desvive en ella, destruye y se construye, y destruye y construye su espacio y tiempo con intensidad y arrojo, con una valentía poco común, además revela y cuestiona desde la dificultad y la ausencia”.

Ocupado en la actualidad en releer a Xavier Villaurrutia y a Leopoldo María Panero, a Dávila Andrade y a Pedro Gil, Secaira afirma que a este último libro -“extrañamente bien recibido”- quiere llevarlo de paseo por otras latitudes,  para que lo conozca más gente y puedan sentirlo, compartirlo.

Profundamente respetuoso de ese espacio que le permitió conocer otras soledades a más de la suya, tiene en la forja un nuevo libro, pero esta vez dedicado a destacar la relación con su madre Laura, con quien, al igual que su padre, luego de un tiempo de alejamiento, “ha encauzado una relación afincada en el amor”.

Con una serie de dolencias a cuestas -como una neuritis global e hipertensión- el poeta, quizás por alguna especie de desencuentro íntimo, no tiene más dios que la poesía, y solo cree “en el acto extremo y hasta delirante de vivir en la poesía; eso también está en el libro, pero filtrado por una pulsión vital. Mi lugar de origen está lejano a cualquier dogma o imposición, porque el poder de las instituciones soslaya y anula la incertidumbre, el azar, la duda, la ausencia que se centran en lo poético”.

Autocalificado como un errante a pie, deseoso de hacer chocar la vida con la poesía, su futuro no lo vislumbra más allá de un breve tiempo, quizás hoy o mañana. Al fin y al cabo, sin quejas ni reclamos, seguirá en lo suyo, viviendo para la poesía, en una especie de “locura, empeño y necedad”.