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Entrevista / Josefina Licitra / Periodista y narradora argentina

Josefina Licitra estira las fronteras del ‘periodismo literario’

Foto: Fernando Sandoval/El Telégrafo
Foto: Fernando Sandoval/El Telégrafo
26 de agosto de 2015 - 00:00 - Luis Fonseca Leon

Mientras estaba en Quito, una ausencia le impedía escribir a la periodista argentina Josefina Licitra: la del mate. Esa costumbre de tenerlo junto al teclado, como un tintero imposible, le hacía falta. “Puedo escribir sin él, pero lo extraño”, decía la narradora -en el Centro Cultural Benjamín Carrión- sobre “lo más parecido a un vicio” que tiene.

El mate la acompañó en la escritura de un caso que conmovió a su país hace más de una década, “el caso de Romina Tejerina, una chica que cuando tenía 17 años -en el norte de la Argentina, una zona especialmente castigada- quedó embarazada producto de una violación y luego de dar a luz a su hijo, lo mató”. El salto del anonimato a los medios noticiosos transformó el hecho en “una causa del feminismo porque si bien se trataba de un crimen, consideraban que el filicidio se debía enmarcar en la situación traumática que se había dado, con una pena menor”, dijo Licitra, quien le hizo un perfil a Tejerina para la edición argentina de Rolling Stone.

Es una historia tremenda...

Muchos medios la cubrieron y reforzaron estereotipos. Al saber de la vida de Romina, supe que era una chica de pueblo, clase media forzada, y que tuvo una relación previa con el chico que la violó en un auto. Eso también es una violación. Me pregunté por qué se contaba algo tan distinto a lo real y tan atado a los arquetipos, por qué no podemos soportar lo que nuestra mirada nos arroja cuando miramos. En todo caso, el cuestionamiento que debiéramos hacernos no va por la objetividad o subjetividad del periodismo sino por si somos capaces de respetar aquello que estamos viendo porque, a veces, es un desafío que no siempre se salva.

Creo que toda esa discusión sobre si el periodismo es objetivo o no ya no la sostienen ni las viejas escuelas de periodismo. Hay un gran cuestionamiento sobre el rol de los medios, que no son neutrales, es cierto, pero eso no pasa por autorizar a quienes quieren controlar la empresa periodística. Hay que dejar de lado la discusión sobre la objetividad periodística y empezar a preguntarnos qué hacemos con nuestra subjetividad y si somos capaces de respetarla.

De Villa Epecuén -el escenario real de tu último libro, un pueblo balneario que se inundó en noviembre de 1985- afirmaste que es un pueblo que se quedó con una huella: la del dolor...

Es que hoy es una ruina, ni siquiera es un pueblo. Hay un cartel que dice ‘Bienvenidos a Epecuén’ o algo así, pero no hay nadie que pueda vivir ahí, es como Pompeya, cualquier ruina de volcán. Es un lugar completamente arrasado y lo que sucede es que la gente que vivió allí se mudó en buena medida al pueblo de al lado (Adolfo Alsina) y sí hay gente que no olvida: es todavía muy reciente y está vívida en ellos esa sensación de ser arrasados por el agua, eso llama la atención porque, ahora, en noviembre, se cumplirán 30 años redondos de la inundación y para ellos es como si todo hubiera ocurrido la semana pasada.

¿Ese desastre está presente en el imaginario colectivo de quienes no lo padecieron de cerca?

No. Al comienzo, cuando ocurrió la inundación, fue una noticia, hubo una cobertura que no fue extraordinaria y después se olvidó por completo, eso es notorio e increíble. No sé cuántos países hay en el mundo en que un pueblo pueda desaparecer para siempre en veinte días y nadie se acuerde de eso años después. Es raro, como que estamos acá hablando y nos enteramos de que en unas tres semanas esto va a quedar bajo ocho metros de agua, es tan insólito, tan surrealista como eso, pero pasó y, salvo algunas notas muy breves o alusivas por la fecha (10 de noviembre de 1985), nunca se había hecho un trabajo sobre esto que es una historia muy dolorosa y que dice mucho de la idiosincrasia argentina, por lo menos, no sé si del resto de Latinoamérica.

Ver que tienes un problema, ver que eso se va a romper, ver que habrá una tragedia pero no hacer nada para prevenirla, ni pensar qué se hará después o qué medidas de contención se tomarán hasta que tienes el agua en el cuello, es algo que pasa mucho.

Has incursionado también en relatos de no ficción que son explicaciones científicas...

No sé si la crónica que hice yo (sobre Rosita, una vaca que da leche maternizada para humanos) llegue a eso, es muy convencional, sobre un tema científico que se hace consultando gente que te ilumine en ese campo y te lo explique de la mejor manera posible. La revista Anfibia tiene algunos textos que son interesantes, no obstante, no creo que hayan inventado algo porque una buena crónica incluye, cuando es necesario, una voz académica. Lo que sí hicieron -pero es algo más de trastienda, no sé si le llegue siempre al lector- es que en algunos casos se trabajan los textos entre un periodista y un académico, entonces son resultado de todo un consenso porque son trabajados a cuatro manos, cosa que para mí es polémica porque la crónica tiene una preponderancia de la mirada, que es personal y no hay forma de consensuar la mirada con otro. No creo en la posibilidad de que dos personas vean lo mismo. Cuando quieres hacer bien una crónica, eso implica meter las fuentes que hagan falta, no es algo patentado por un medio.

Lo que sí me parece es que la ciencia tiene un territorio poco explorado por la crónica y que es interesante, le tenemos miedo porque son textos en los que hay menos posibilidad de lucimiento personal porque hay tramos con muchas cosas por explicar, donde hay que hacerlo lo más claro posible y, entonces, muchos cronistas, supongo, lo que no quieren es que el texto se les endurezca con demasiadas explicaciones. Creo que por eso no hay demasiados textos que mezclan narrativa con ciencia, hay un territorio no del todo explorado.

¿Hay sesgos políticos en las revistas que publican periodismo de largo aliento, crónicas?

Habría que analizar las revistas de crónica en relación a su línea editorial para saberlo, pero creo que si tienes una publicación que está financiada por algún poder político es inevitable que tengas que controlar tus contenidos porque el que te paga no quiere que le pegues. Eso es elemental.

Hay medios, en Argentina y en el mundo también, que sí están condicionados aunque no son muchos. En general, en las revistas de periodismo narrativo se nota menos esta influencia de las líneas editoriales, salvo que se metan con perfiles políticos. Ahí sí, en la búsqueda de voces y en la suavidad o la dureza con que se aborden ciertas figuras, se puede ver cuál es la línea editorial y la fuente de financiamiento del medio. La narrativa no tapa esas influencias: solo las estetiza.

Volverás a contar Uruguay...

Su historia es, en escala más reducida, la de un montón de países de América Latina (más fácil de identificar). Además, la clase política uruguaya, su izquierda tiene un grado de decencia tal que la relación entre lo que dicen que hay que hacer y lo que hacen con sus vidas no existe en otros países de América, estoy hablando de la clase política que accede al poder, para mí, eso es admirable.

¿Es posible hablar de un político o de un partido argentinos sin pasar por la idea de peronismo?

Bajo ningún concepto (sonríe). La vida política en Argentina no puede ser siquiera enunciada si no pones en escena al peronismo, todo termina siendo consecuencia de eso. Igual, es hasta arcaico hablar del Partido peronista porque se ha ido modificando lo que tenemos, unos personalismos atroces que hacen que ya no exista el peronismo, existe el Kirchnerismo; el Sciolismo, por el nuevo candidato (Daniel Scioli); el Massimo, por otro de los candidatos presidenciales (Sergio Massa); el Macrismo (por Mauricio Macri), en el caso de la Coalición que se opone al gobierno... finalmente, si bien el peronismo es insoslayable, todo termina absorbido por los personalismos de quienes son los líderes del momento pero el PJ (el Partido justicialista) es el mayor aparato político que tiene la Argentina: si te candidatizas en ese partido tienes un movimiento que te acompaña en todo el país, cosa que otros no tienen.

Alguna vez descartaste que la escritura del periodismo narrativo sea una especie de entrenamiento para la ficción, ¿mantienes esa postura?

Me parece que hay un sistema estamental que hace pensar que en la cima de la pirámide está la literatura de ficción y que debajo está la literatura de no ficción y que uno, en el fondo, cuando escribe no ficción es porque quiere, en realidad, llegar a escribir ficción. Para mí no existe ese estamento, creo que hay libros de ficción que son una porquería y hay crónica que es buenísima, o sea que supera a esos libros, y hay ficción que es extraordinaria y crónica que es pésima... la vida misma.

Lo que quise decir con eso es que no estoy de acuerdo con el sistema de jerarquías que coloca a la literatura de ficción en un plano más elevado. Creo que la buena ficción y la buena crónica están en un mismo plano. Son, además, cuestiones de un pacto de lectura, tampoco encuentro grandes diferencias entre una y otra, la diferencia tiene que ver con el tipo de manipulación de la realidad que uno se permite y no mucho más que eso. Con lo cual, uno puede quedar conmovido y con una sensación de conocer un universo que no conocía tanto leyendo ficción como leyendo no ficción. Siempre escribo desde un lugar de compromiso personal, en momentos de conmoción, quedo conmovida, luego lo limpio pero siempre la escritura es algo personal.

¿Has escrito ficción?

Algunos cuentos, pero no están publicados. Escribo poesía con cierta regularidad pero es difícil porque yo me manejo dentro del universo de la crónica en un espacio que está, en cierto modo, consolidado. Más allá de que hay cosas por mejorar y de que esto es muy dinámico, acá me siento segura.

Si hago público algo me tengo que sentir extremadamente segura de lo que voy a publicar porque me dolería mucho una respuesta que sea adversa. Soy muy sensible a los comentarios. Haría algo público cuando sintiera que lo puedo defender sin angustiarme ante alguna crítica.

La estadía en Quito de Josefina Licitra transcurrió mientras ella escribía un texto que le encargó revista La Agenda sobre su relación con la red social Facebook. Trataba de extraer reflexiones de las múltiples aguafuertes y de las opiniones de su "muro" que, en este momento de desencuentros políticos, a veces arman unas "bataholas importantes". La ausencia del mate necesario en Josefina para cumplir esa labor, la suplió con una pila de tasas de café y té de varios sabores. (I)

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